Rafael Antonio Dolores Grullón Gutiérrez nació en 1930, de trece libras y media del útero no diabético de su madre Julia Dolores Gutiérrez. Pasó su infancia en Villa Trinitaria, hoy Cayetano Germosén, que a la sazón era un pueblo cuya anchísima calle central dividía también el municipio y lo hacía pertenecer a dos provincias al mismo tiempo, La Vega y Espaillat. Allí terminó la escuela primaria, quedándose encargado de dar las clases a sus condiscípulos cuando faltaba algún profesor. El bachillerato, sin embargo, lo cumplió en la Escuela Normal de Santiago, a la cancha de la cual, para practicar voleibol nocturno, le diseñó y construyó el sistema de iluminación necesaria, que aún muchos años después, cuando ya era oftalmólogo, todavía seguía en funcionamiento. El paso natural siguiente fue trasladarse a Santo Domingo, a la Universidad de Santo Domingo, para realizar su carrera de médico. Luego de graduado de médico, y mientras hacía la pasantía, según el relato de su hijo el doctor Rafael Grullón Manso: “conoció a Cristalina Manso, con quien luego casó dando lugar a una de las historias de amor más bellas que conozco”.
Fue médico general que estableció su consultorio en Licey, para luego ser nombrado en el Hopital Marchena de Bonao en donde nacieron sus dos hijos Rafael Antonio y María del Cristal. En los años previos a la muerte de Trujillo y desde Bonao sirvió como médico a la resistencia oculta al régimen en más de una ocasión. Una vez muerto Trujillo, pasó a Salcedo, al recién inaugurado Hospital Toribio Pascasio Piantini, en donde comenzó su inclinación a la oftalmología, inicialmente operando estrabismos y pterigiae. En 1965 decide ir a Barcelona para darle formalidad y profundidad a una especialidad que ya venía practicando de manera autodidacta. Cuando vuelve de España comienza a realizar la cirugía de la catarata con alfaquimiotripsina , utilizando el instrumental adecuado: cuchillete de von Graeffe, erisifaco, crioextractor, pinzas colibrí, portaagujas mosquito, telelupas y esterilización con óxido de etileno. Sin embargo cuando faltaba alguno, se lo fabricaba él mismo o se lo inventaba, diseñaba o mejoraba. Como el cauterio cuyas puntas eran cuerdas primas de guitarra, o la doble jeringuilla que permitía la irrigación y aspiración a la vez, según relata su hijo.
Así mismo, realizó gran número de queratoplastias, con trépanos que cuidaba como a hijos y con córneas obtenidas de los cadáveres no reclamados o logrando convencer a los familiares de hacer donantes a sus fallecidos, muchas veces en medio del llanto vivo de los deudos. Conseguir donantes es, sin duda, aún hoy difícil, sin embargo su carisma y personalidad, además de su extraordinaria reputación de oftalmólogo serio y comprometido, le permitieron hacer transplantes en un pueblo como Salcedo, que en las décadas de los años 60 y 70 no se podía ni siquiera permitir el uso de microscopio quirúrgico, sobre todo cuando la mayoría de las cirugías eran hechas en el hospital público.
Prosigue el relato de su hijo: “La vida de mi padre fue intensa e influyente en su medio, desde el punto de vista intelectual. Nunca dejó de actualizarse según se lo permitieran las posibilidades de un pueblo que enjauló de alguna manera el vuelo alto de su inteligencia. Era el único médico de todo el pueblo que usaba corbata para ir a trabajar y sin embargo era también el único profesional que jugaba voleibol con los “tígueres” de la cancha del ayuntamiento, a la cual también puso iluminación.
El doctor Grullón Gutierrez falleció en el 1977, con tan solo 47 años de edad. Este relato nos ha sido ofrecido por el distinguido oftalmológo de Santiago, el doctor Rafael Grullón Manso.