Decía hace 22 años en mi columna en la revista Rumbo (29 de febrero al 5 de marzo de 1996) que es posible que Rafael Calventi, gran arquitecto y diplomático dominicano recientemente fallecido, ajeno siempre al vedetismo usual en nuestras personalidades e inscrito en el modelo de virtud publica del ciudadano integral romano, no sea conocido por las nuevas generaciones. Se ha recordado, a raíz de su muerte, que Calventi, por el lado materno de los Gaviño, fue primo hermano del profesor Juan Bosch, pero la gran mayoría de dominicanos desconoce que se doctoró en arquitectura, tras haber finalizado sus estudios en la Universidad de Roma en 1959, que desarrolló una amplia práctica profesional privada, que se remonta a su trabajo en las oficinas de los arquitectos Pierre Dufau (París 1959-1960), Marcel Breuer (Nueva York, 1961) e I. M. Pei (Nueva York, 1962), al tiempo que se inmiscuyó activamente en la docencia universitaria, siendo el primer director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y profesor de teoría de la arquitectura y composición arquitectónica en la misma universidad, considerándose el continuador de la obra pedagógica de Guillermo González.

Pero… “por sus obras le conoceréis”. Con obras públicas en su haber tan sobresalientes como el Banco Central (1976), el Palacio de los Deportes de Santiago (1979) y el Monumento a la Restauración de la Republica en Capotillo (1986), Calventi marcó además toda una época en el diseño de residencias tales como la del Embajador de Francia en el país (1968), la casa Mastrolilli (1974), la casa Velázquez (1979) y otras más diseminadas en todo el territorio nacional.

Su amor y dedicación a la arquitectura y a la docencia no le impidieron participar en la lucha contra el Triunvirato desde el exilio mexicano, en la resistencia contra la intervención militar estadounidense en 1965 y en las negociaciones de paz conducidas por Jottin Cury y Salvador Jorge Blanco, Canciller y Procurador General de la Republica, respectivamente, durante la revolución constitucionalista. Autor de la obra Arquitectura Contemporánea en la República Dominicana, donde repasa la arquitectura realizada en la República Dominicana durante la generación de la posguerra, Calventi no rehuyó el debate político como bien queda evidenciado en su libro Autocracia e inversión pública (1996), en el que hace una severa y profunda crítica de la política de obras públicas del gobierno de Joaquín Balaguer.

En esa obra, Calventi señala la ausencia de un plan regulador de desarrollo urbanístico de la ciudad de Santo Domingo y las principales ciudades del país, al tiempo que combate los mitos de la propaganda oficial balaguerista en materia de construcción publica de viviendas, indicando con cifras y proyecciones indiscutibles, que al ritmo de construcción y con los criterios de asignación vigentes en la época, el déficit habitacional no podía ser resuelto. La historia le dio la razón.

El arquitecto criticó además la irracional política de gasto público del gobierno de los Diez Años, no solo por ignorar las prioridades nacionales en materia de salud, educación, transporte público, vivienda y recreación y supeditar los criterios técnicos a las necesidades coyunturales y pecuniarias de contratistas, sino también por dar a un solo hombre –Balaguer- la facultad discrecional y omnímoda de decidir la orientación de los recursos y la selección de las obras a realizar. Fue Calventi uno de los mayores críticos de la autocracia balaguerista, la monarquía presidencial que se reflejaba en el faraonismo de la política balaguerista de obras públicas. Faraonismo que, como bien indica Calventi, se hizo ostensible en el Faro al Almirante, obra sin ninguna utilidad social que, a su juicio, no refleja ni expresa los valores arquitectónicos del presente, siendo tan solo “una expresión simbólica convencional, sin ninguna originalidad, carente de una autentica creatividad y por tanto del imprescindible mensaje arquitectónico emocional”.

Con la muerte de Calventi, el país pierde no solo a un gran arquitecto, visionario que supo conjugar la teoría con la práctica, formador de toda una nueva generación de arquitectos que han tratado de sacar el país del opresivo monumentalismo trujillista, sino también a un hombre público vertical y honesto, comprometido con la construcción de una sociedad más justa, democrática, desarrollada y moderna, que pudiera reflejarse en obras arquitectónicas nacidas, para utilizar las atinadas palabras del gobernador del Banco Central Hector Valdez Albizu refiriéndose al arquitecto fallecido, de la “esencia de un dominicanismo ilustre, valiente, creativo y activo” como lo ejemplifico toda su vida Calventi. Descanse en paz gran maestro.