Joven, demasiado joven. Rafael Américo ha muerto.  La vida a veces nos parece injusta, en ocasiones miro al cielo, y pregunto a Dios por sus decisiones, siendo casi sacrílego.

Joven, lleno de vida, inteligente, dedicado, familiar, ejemplar, estudioso, enjundioso, con un futuro brillante, un profesional a carta cabal y, sobre todo, un caballero como los de antes, un hombre como el que buscaba Diógenes de Sinope.

Querido por todos aquellos que le conocimos. Una vez lo vi junto a su esposa en el aeropuerto, en un descuido tomé la maleta de mano con la cual viajaba, la que dejó desatendida por un instante, el cual aproveché; cuando se percató de que no estaba donde la había dejado, se volvió loco buscándola, me paré estratégicamente en una esquina a ver su reacción, encontrándose de frente con mi carcajada, desternillándome de la risa por la broma jugada y, sobre todo, por la cara de desconcierto que puso, cuando vió que la portadora de sus pertenencias, había sido supuestamente sustraída, por unas misteriosas manos.

Me ha dolido muchísimo esta noticia, desastrosa y triste. Dolorosa y trágica, no solo para su esposa e hijos, sino para su padre el ilustre letrado Licdo. Américo Moreta Castillo, y sus hermanos, para todos quienes le conocimos y nos consideramos como yo, sus amigos.

La clase jurídica de la República Dominicana ha perdido una estrella, ha perdido un bastión, ha perdido parte de su futuro, ha perdido la esperanza que en ese ser luminoso se apacentaba. Se ha perdido una forma de ser esplendorosa, hemos perdido un ser de luz.

En los momentos que esto escrito, mis ojos se anegan de lágrimas, como en el momento que me enteré del maldito mal que le aquejaba y que en modo alguno merecía, ni él ni nadie. A través del cristal empañado de mis espejuelos, a través del recuerdo que siempre tendré de una persona tan noble y especial, pretendo que este testimonio de mi amistad y admiración quede para quien realmente lo merece.

Quizás, Dios te tenía un lugar junto a él y por eso, con tanta premura, te mandó a buscar, quizás, abogarás por quienes aún no hemos llegado y hemos vivido mucho más que tú, quizás, simplemente era la hora destinada para que fueras llamado al real descanso de nuestras almas.

Con este dolor, y la rabia que produce lo inexplicable, ruego al cielo que te reciba como viviste, que sigas siendo noble, que sigas siendo bueno, que esta transformación sea para bien, y que veles a los tuyos, a tu esposa e hijos desde el cielo.

Desde el más recóndito resquicio de mi corazón, y el dolor que esta noticia ha causado a todos los que te conocimos, y supimos de tu bonhomía, hago preces por tu alma, y porque al fin, a pesar de todo, hayas encontrado remedio a tu dolor.

Ex corde.