Aquella noche de 1982, la sala principal de Bellas Artes estaba repleta de personas vestidas de gala. El destacado productor y presentador de televisión, Yaqui Núñez del Risco, y su eterna compañera, la brillante locutora del Show del Mediodía, Yuli Carlo, estaban detrás del podio, frente a los micrófonos. La conducción de la ceremonia no dejaba espacio a la distracción. La premiación El Dorado, la principal del país, estaba en su buena. Artistas, periodistas, locutores e invitados especiales lucían expectantes ante el anuncio de cada nominado.
El espectáculo avanzaba a buen ritmo. Artistas de la categoría de Omar Franco y Vickiana arrancaron estruendosos aplausos del público, con la canción “Ven y abrázame". Fernando Echavarría y La Familia André se llevaban el trofeo como Revelación del Año… https://www.youtube.com/watch?v=2WYU8LhgMXE.
De repente, me temblaron las piernas; las tripas se retorcieron a tono con un “friíto” en la boca del estómago cuando Núñez del Risco, con su estilo singular, anunció: “Ahora, Programa Infantil en Radio”; y la Carlo complementó: “… y los nominados son…”. Una fanfarria ahondó el suspenso.
Con 22 años, flaco, con más cabello que carne, me exponía a la primera experiencia de ese tipo en la capital. Apenas hacía un par de años que había llegado de la frontera (Pedernales) con toda la timidez del mundo a cuestas y una crianza distinta a la vida en eso que algunos llaman “la selva”. Había llegado a estudiar ingeniería en la estatal Universidad Autónoma de Santo Domingo. Gustaba de los números (aún me gustan), pero, mientras estaba en las aulas, en mi inconsciente hormigueaban sin cesar imágenes sobre micrófonos, grabadoras, consolas, periódicos y, raras veces, sobre construcciones.
El único respaldo que tenía para ganar el premio era la confianza en la realización de una radio pensada en los mejores intereses colectivos. Si era por dinero y cabildeo –pensaba– todo estaba perdido para este joven provinciano. Sería un duro golpe, pensaba.
Cuando el legendario Yaqui leyó: “El ganador es… El Mundo de la Infancia”, empalidecí más que una auyama mala. Mientras caminaba hacia el escenario, oí aplausos y una risa leve de los conductores.
Ya frente al micrófono, casi desmayándome, dije: “Dedico este premio a todos los niños dominicanos, en especial a los de mi pueblo, Pedernales”.
Era la primera vez y única vez que un pedernalense ganaba un galardón en esa premiación.
UNA NOCHE LARGA
El premio antecesor de El Casandra había sido creado por Máximo Polanco Estrella, y patrocinado por Ron Bermúdez, concentraba, cada año, la atención de la sociedad. Era la principal motivación para los artistas. https://www.diariolibre.com/revista/fallece-mximo-polanco-e-AYDL71507.
Era una marca. Cada año, su éxito estaba asegurado. Aquella noche, yo lo percibía grandioso. Pero los minutos me parecían horas. No es lo mismo ser espectador y aplaudir que competir.
Yaqui y Yuli volvían a los micrófonos tras una pausa. Él: “Categoría: Programa de Música del Pasado”. Percibí que el tiempo se congelaba. Ella: “… Y el ganador es… Sábado Viejo”.
Y volvía yo al escenario, ya menos tenso, junto a Américo Martínez, locutor y administrativo de la estación, hijo del dueño Rafael Martínez Gallardo. La calma regresó a mi cuando, mientras caminaba hacia el podio y los conductores esperaban para las palabras de rigor de los premiados, Yaqui le comentó a Yuli: “¡Pero, bueno!, ¿y de dónde salió este muchachito con esa voz?”.
La noche terminaba con dos Dorado, una montaña de emociones y el ánimo renovado para seguir hacia la muy difícil meta, el gran sueño: ser locutor de noticias de Radio Mil Informando.
Otras historias rebrotaron el día en que se producía la transición de Radio Radio hacia otro estilo. Como los piropos al programa por parte de Freddy Beras Goico en El Gordo de la Semana. La del gentil doctor Guillén, quien, en su cliniquita de la 17, nunca dejó pasar un Sábado Viejo sin alternar tragos entre canción y canción, y no dejó pasar día sin llamar para pedir sus temas favoritos y “un saludo especial para sus amigos, amigas… y para él”.
Historias como la de los padres que, los domingos, llevaban a sus niños y niñas a El Mundo de la Infancia, para que dieran consejos, leyeran cuentos y cantaran, como ese que luego han llamado Monchy Capricho y su orquesta. Sobre el “¡Quiero lecheee, papi!”, gritado por mi hija Zoraya, de un año, justo cuando yo abría el micrófono. Del programa realizado en patios de suburbios de la capital, donde niñas, niños y familias lloraban de alegría pese al agobio de la indigencia.
Historias sobre las noches en que a cabina iban artistas como Fernando Villalona, Wilfrido Vargas y Tony Seval, para rebuscar en la discoteca canciones que pudieran adaptar al merengue.
Un mar alborotado de nostalgias e incertidumbre inundaba mi mente. Terminaba una etapa brillante de Radio Radio, “La emisora de los éxitos”.