El día en que R. M. Gallardo llegó con cara de tragedia y anunció el arrendamiento de la emisora, todos nos miramos a las caras. Nos resistíamos a creerle, aunque se sabía que la publicidad no andaba bien y “algo raro se “cocinaba”. Nadie quería escuchar esa noticia. Ni el personal; ni el dueño, quien perdía esa mañana el control temporal de su “niña bonita”.

Los jóvenes locutores pasaban su primera experiencia formal en la capital. El trance les resultaba más incomprensible que a  veteranos como Pedro Báez y Alberto Tamárez (f) porque, en sus pasos por la vida, habían visto todo. O casi todo.  En la empresa rondaba el miedo a perder el empleo ante la llegada del arrendatario. Las expectativas giraban en torno a “quién es el hombre” y “cómo vendrá”. Hubo mucha discreción con el fondo de las negociaciones.

DOBLE HUEVO

Se supo de José Lluberes  el día de su entrada a la emisora instalada en El Conde esquina 19 de Marzo, segundo piso de la tienda El Palacio, Ciudad Colonial. Y llegó sin terror, pero con un “librito” debajo del brazo que priorizaba salsa y merengue y una animación muy viva, sin el rigor de la locución que había caracterizado a la exitosa estación (presentación del artista, autor de la canción, acompañamiento).

Un tipo de unos 5.2 pies de estatura, con bigote, amistoso y tranquilo, llegaba con la experiencia de Radio Antillas, una estación musical e informativa exitosa que operaba en los altos de un edificio cercano, en la calle Mercedes. Y no tardó en emprender con garras de acero su proyecto.

Varios locutores fueron sacados de la plantilla; otros, protegidos (yo, entre ellos). La programación fue modificada, aunque intactos programas simbólicos como Sábado Viejo, Recuerdos del Club del Clan y el nocturno Voces de Siempre (bajo mi conducción).

Desde entonces, la animación sería vibrante, sensacionalista, salvo los programas tradicionales. En esta etapa, los protagonistas serían el disc jockey y la lista de “éxitos”, comunes en la competencia. Decían que era la moda y había que meterme en ella. O sucumbir. Profesionales del micrófono como Ramón Reynoso (The boy from Bonao), Marcos Espinal, Sergio Pablo Vargas, Jessie Pepén y otros, ocuparon los horarios estelares de la música de actualidad.  Los concursos entraron como gancho para incrementar el rating. La publicidad giraba en torno al concepto doble. Todo era doble: Radio Radio, doble radio; doble mango, doble manzana; doble cubierto, doble huevo. 

De una familia pobre de San Cristóbal, José carecía de grandes vuelos académicos, pero era dueño de un instinto de vendedor como pocos en el mercado. Sagaz y empático, creaba la publicidad, mercadeaba con éxito  y hasta grababa algunos anuncios, mientras integraba a sus hermanos Negro y Mon.

Sí, Mon, el muchachón larguirucho e inquieto que viajaba cada mañana a la capital, hasta en chancletas, para hacer pinitos con su hermano en el área administrativa. El mismo Mon Lluberes que ha resultado un próspero empresario de la radio y la televisión, y promotor de artistas.

José incursionaba como empresario radial, pero con un espíritu solidario que nunca abandonaba. 

Ante cualquier necesidad que tuviera un locutor u otro empleado, el primero en dar la cara era él. Nunca aceptaba explicaciones. Cuando alguien llegaba a su oficina, solía romper el hielo del temor del visitante con esta frase: “¿Qué necesitas? Dime, no hay problema”.

Una madrugada, presa yo de la desesperación, le llamé a San Cristóbal para comunicarle que mi hijo recién nacido acababa de morir a causa de negligencia médica en el Centro de Pediatría y Especialidades, y él, luego de calmarme, me dijo: “Tony, despreocúpate, calma, yo voy para allá, yo cubro todo”.

Nunca supe el costo; nunca que me reclamó devolución de dinero. Siempre que me veía, refería su disposición a servir. El empresario José Lluberes resultaba una excepción en el convulso mundo mediático, donde la humanización se extingue cada día.

Había entrado la segunda mitad de los ochenta del siglo XX. Radio Radio, 1,300 kilociclos AM, estrenaba una nueva administración. Y un giro en su programación tradicional.