Cuando llegué a la antesala de Radio Mil, en el quinto piso del edificio Metropolitano, en la Máximo Gómez con San Martín, en la capital, me atrapó una rara mezcla de emoción y temor. El cotilleo resultó evidente.

Percibían, tal vez, que no llegaba –como aquella vez– en calidad de mozalbete mirón, con un montón de imágenes cruceteando por mi mente, todas imaginándome sentado frente a la consola, manipulando botones y colocando discos en los platos. O, al otro lado, en el locutorio, devorando noticias con el estilo único de Radio Mil Informando.

El sueño de cualquier novel locutor de aquellos tiempos orbitaba sobre Radio Mil, Radio Mil, Radio Mil… Trabajar allí prestigiaba, significaba ser “una estrella”. La audiencia era nacional; la credibilidad, muy alta, tanto que –sentenciaban los oyentes–  “lo creo si lo dice

Radio Mil Informando”.

Y llegar hasta ese lugar, ya en la antesala, frente a la cabina principal, cualquiera era objeto de cuchicheos. Había llegado al lugar de las estrellas, donde el brillo enceguecía a unos poseídos de la eternidad del estrellato, pero también afinaba en otros los valores de la humildad y la solidaridad. 

Yo llegaba por segunda vez a la estación de los 1,180 kilohertz de la amplitud modulada. La primera, en calidad de incipiente locutor de Pedernales, preñado de sueños. En la ocasión, el excelente locutor musical, Alberto Guílamo, me regaló lo único que desearía un muchachón fronterizo recién llegado a una urbe estridente con deseos de lograr sus metas, y a menudo se le niega porque predomina el reinado del celo y el desprecio: trato humano, orientación.

“Llegarás si te lo propones; puedes visitar  cuando quieras”. Su frase motivadora, inusual en aquellos tiempos, resuena aún en mi mente, pese a que luego perdería de vista a su autor, hasta hoy.

Años después, a mediados de los ochenta, volvía a la emisora, pero en otra calidad: como locutor contratado para Radio Mil Informando.

Manuel Pimentel, el dueño, desde su oficina del hotel Napolitano, me había ofrecido trabajar como locutor noticioso, porque –según él– la voz se adecuaría al estilo. Ocurrió al término de una entrevista que, en rol de reportero de la sección Temas del diario Hoy, le hacía para elaborar un perfil a petición del director del tabloide vespertino El Nacional, Radhamés Gómez Pepín (f).   

Don Manuel había llamado al director de programación, locutor Wilfredo Muñoz, para informarle sobre su decisión. Le orientó sobre la necesidad de grabarme en la internacional Radio Clarín, emisora del circuito, “porque hay que cuidar que no boicoteen”. Intento de boicoteo hubo; mas, había una decisión. Muñoz fue diligente para volver llamarme. “La primera grabación se ha extraviado”, me comentó escuetamente con su voz gutural fuerte.

La plantilla de dirección de la poderosa empresa radiofónica estaba formada por Manuel Pimentel, presidente; Pedro Justiniano Polanco, vicepresidente; Wilfredo Muñoz, director de Programación; Víctor Melo Báez, director de noticias.

Locutores de música: Wilfredo Muñoz, Norma Graveley, Vilma Cepeda, Mónica Martínez, Johnny Reyes, Freddy Peguero, Mariano Álvarez, Frank Rodríguez… Locutores de noticias: Fernando Valerio, José Bejarán, Johnny García y Wilfredo Muñoz.

El llegar a ser parte del personal de Radio Mil, sobre todo de Radio Mil Informando, resultaba una hazaña. Y no cualquier hazaña. En la dirección predominaba el natural celo por mantener la calidad bien ganada en el mercado radiofónico, mientras en los pasillos se sentía un pulso exacerbado por la exclusividad y el estrellato. Así que –algunos entendían–  muchachones como Billy Reynoso, Juan Santana y Tony Pérez carecían de la edad y el brillo para merodear por ese escenario de lujo.

Fernando Valerio, excelente locutor noticioso y musical, ya fallecido, al salir de cabina para un descanso de media hora, me abordó mientras yo esperaba, sentado en el mueble negro de la antesala. “Muchachito, eres muy joven y no tienes experiencia… Date una vuelta por ahí y vuelve como en diez años, a ver… Esto es muy difícil aquí”, sentenció con su voz grave mientras nublaba el espacio con una bocanada de humo y un tufillo a whisky. Y siguió caminando hacia el salón de descanso.

Desconocía él que su interlocutor solo esperaba el momento de la inducción y que, en cuestión de horas, sería su compañero de cabina en Radio Mil Informando, como otros jóvenes.