En marzo del 2018, sus 28 años de edad, Estefany tuvo la oportunidad de ir a Haití por primera vez. Iría a participar en un curso como miembro del Movimiento Reconoci.do, invitada por SASA una organización haitiana que trabaja con mujeres. Al tener la posibilidad de ir a Haití su corazón vibró y se iluminó con la sola idea de que visitaría la tierra de sus ancestros.
En su testimonio, Estefany relata:
Se me 'prendió el bombillo' para aprovechar [el viaje] y conocer a la familia. Durante los primeros días recibimos una capacitación, pero no dejaba de pensar en mi otro propósito. Entonces le pedí a mi papá que me escribiera los apellidos de su familia en Haití. Él me dijo que era la familia Julio Ballard. Luego mi padre me llamó y me dijo que ellos viven en la montaña de Bellevue, en Jacmel.
Me atreví a preguntar a un muchacho llamado Lanma que trabajaba para la organización que nos invitó al encuentro si conocía ese apellido. Lanma me dijo que sí, que todos los Julio son de una misma familia en Jacmel y que nunca había ido allá, a esa Montaña, pero que tenía un amigo que vive en la montaña de Bellevue y conoce a toda esa gente allá, con quién me iba a poner en contacto.
Una tarde, estando en la playa de Jacmel, vino ese amigo y me presenté. Estaba previsto el viaje para subir a la montaña de Bellevue el jueves en la tarde, pero estaba lloviendo mucho; la lluvia escampó el viernes en la tarde; entonces el muchacho bajó del pueblo para llevarme a la montaña de Bellevue, le dije que nunca había ido a visitar a mi familia, que mi papá estaba en República Dominicana y creía que sus familiares estaban muertos.

El viernes, como a las tres de la tarde, iniciamos el viaje. Entonces, empezó a llover de nuevo y me puse desesperada; casi lloré, pensé que tendría que devolverme sin ver a mi familia, esa que mi papá pensaba que ya no existía. Bueno, también pensé que aunque fuera, tampoco los iba a encontrar, pero mi papá me había contado de algunos primos lejanos y de un patio donde vivían mi abuela paterna y una tía. Yo necesitaba ver eso. La lluvia fue constante y no pudimos ir.
En el encuentro conocí a unas mujeres haitianas, de esas que parecen ser adineradas. Pertenecían a grupos importantes en Haití; entre ellas, Magi, que me contó que su hija, nacida en Estados Unidos, visita Haití regularmente. Al conocer mi historia Magi dijo a los demás: “si Estefany vino a Haití y quiere conocer a su familia, es bueno que nosotros le ayudemos, porque no es como esas muchachas que nacen en Dominicana que no dicen que son de ascendencia haitiana y no quieren conocer a su familia porque ser haitiana”.
Yo no tenía dinero. Elena, compañera del Movimiento Reconoci.do, me dijo que tenía doscientos pesos y que me lo iba a dar para subir a la Montaña. Magi me dio doscientos y otra señora me dio cien pesos haitianos; en total, recolecté quinientos pesos haitianos, con los que debía cubrir el pasaje al muchacho que iría conmigo. Lanma también iría, pero no teníamos que pagar su pasaje porque él podía pagarlo.
Nos encontramos con el amigo de Lanma, frente al río, en el mismo pueblo de Jacmel y tomamos un motor: cuatro personas por motor. Y yo dije: “¡ay no, yo me voy en un motor sola!”, pero me dijeron que no, que para subir a la Montaña debe ser con cuatro personas porque de no ser así, el motor no podría subir. Era una estrategia para ganar más dinero.
Después de un largo tramo subiendo en esa carretera tan larga, dejamos los motores en un sitio y seguimos caminando. Yo dije que lo que quería era conocer la casa, el patio de Matien, mi abuela paterna. Cuando llegamos, ya no había nadie en la casa ni en el patio, ¡pero la casa estaba ahí, era verdad!
Todo era diferente a lo que la gente decía en mi país, de que en Haití no había árboles ni agua y que habían acabado con todo. Durante el trayecto vi que todo a mí alrededor era verde. Pregunté a los muchachos que andaban conmigo y a unos jóvenes que estaban allí. Ellos me dijeron: “aquí las gentes no cortan los árboles, ellos los dejan ahí”.
No pudimos ver a la abuela: ya había muerto. Entonces fuimos a la casa de los primos; y allí el amigo de Lanma que nos guiaba preguntó: “¿tú conoces a esa muchacha?”.
Ellos dijeron que se les parecía a alguien. Pero no sabían a quién.
—Esa es la hija de Enoc —dijo nuestro guía.
—Enoc murió —fue la respuesta rápida de un primo.
Ahí yo intervine y aclaré que no, que mi papá estaba vivo:
—Eso es lo que él también piensa de ustedes, que ya murieron —dije.
Ellos me abrazaron y me tiraron fotos; decían que mi padre era muy inteligente, que no tenía faltas ortográficas, y yo me quedé pensando que si tuviera esa inteligencia estaría muy lejos.
Luego fuimos a otros patios de otros primos más. Fuimos a un patio donde el amigo de Lanma preguntó nuevamente que si me reconocían, y una señora dijo: “¡su carita! Pero yo no me acuerdo.” Entonces el amigo preguntó: “¿tú conoces a Enoc?“ Y ella respondió: “¿Cuál Enoc?”.
¡Y esa mujer dio un grito de alegría! Empezó a gritar y a llamar a la gente para que vinieran a verme. Ellos solo nos conocían por fotos porque mi madre había hecho un viaje a la Montaña después de casada con mi papá. La señora resultó ser la hermana de mi papá; ella pensaba que su hermano estaba muerto, y les dije que eso mismo pensaba mi padre, que ellos estaban muertos también.
Ese mismo día me pusieron en contacto con un primo que está en Ecuador y me contaron de otra hermana de mi padre que vive en Venezuela. Tenían 23 años sin saber nada de ella. A partir de ahí, he conectado con otros miembros de la familia que están en otros países y que tenían décadas que no se contactaban.
Me dicen que cuando se habla de la familia Julio se trata de una familia con apellidos pesados, son gente que tiene bastante terreno, y todos los primos viven juntos. Mi padre es el único hijo de mi abuelo. Según dicen, mi abuelo era uno de los prestamistas más grandes que había en la Montaña de Bellevue, de Jacmel, Haití.
Todo eso sucedió en un solo día, lo hicimos en la mañana del sábado, y teníamos que salir de Jacmel a las ocho de la mañana del domingo, para estar en Puerto Príncipe y encontrarnos con las otras integrantes del grupo para regresar a República Dominicana; ellas me esperaron hasta las diez de la mañana: me dieron esa oportunidad para conocer a mi familia.
En el trayecto de regreso a República Dominicana, mi padre me llamó advirtiéndome que no fuera a la montaña de Bellevue porque sería muy difícil llegar allá. Le expliqué que ya había bajado de la Montaña y empecé a enviarle por Wasap (a él y a mis hermanos) fotos de la familia. Mi padre nunca había hablado cuatro horas conmigo por teléfono. Él me decía que no sabía cómo agradecerme todo lo que yo había hecho, que me respetaba porque logró todo lo que me propongo.
Cuando llegué a casa el domingo en la noche, encontré a mis padres, a todos los primos y a mis hermanos. Me estaban esperando para que les diera las noticias de la familia de “allá”, porque ellos nunca los han podido visitar. Mi madre me preguntaba cómo estaban todos. Yo fui la primera de los hijos de mi padre en ir a conocer a la familia en Haití. Les conté que estaban bien y que ellos no tienen luz, que todo es con paneles solares, que todo es natural allá.
A la semana nos llamó un primo de Brasil diciendo que nuestra tía en Venezuela estaba viva. También nos llamó el primo que está en Ecuador; se volvió a hacer un lazo de familia en el que cada uno pensaba que el otro estaba muerto.
Poder ayudar al reencuentro de la familia, no solo en Haití sino también conectando con los que viven en otros países, fue algo maravilloso porque mi padre nunca me dejaría ir sola o con otra persona; muchas veces quería ir y no me dejaban, pero gracias al Movimiento Reconoci.do he podido realizar el sueño de conocer y reencontrar a la familia.
Durante todo ese tiempo de siete meses no nos hemos desconectado. Mi papá me dijo que en diciembre de este año se va para Haití. Ya él saco su pasaporte, quiere ir a visitar a la familia y poner algunas cosas en orden.
Una de mis primas me contó por Wasap cómo su mamá sufría porque pensaba que su hermano estaba muerto, decía que era su único hermano y poder encontrarse es una alegría tan grande por todo lo que significa para ella. Siente mucha emoción al saber que las personas que pensaba muertas están vivas y que puede comunicarse con ellas.
Me he ganado el respeto de mi padre y mi familia, me ven como la salvadora, la que resuelve todas las cosas. Ahora siento el respeto de mi mamá –más que antes– y las cosas han mejorado entre nosotras. Ahora, antes de hacer algo, me consultan.
Mi familia viene de un lugar del que se dice que no hay árboles y que los haitianos han acabado con todo. Fue emocionante estar en Haití y ver que las cosas que me contaban no son exactamente así porque sí hay muchos árboles verdes, todas esas cosas que “Radio Bemba” decía erróneamente de Haití, no son así.
Cuando la gente me pregunta cómo fue mi viaje, les digo que fue muy bien, les cuento de mi experiencia y todas las cosas lindas que tiene Haití. Realmente hay que ir a Haití para conocer las cosas lindas que tiene, es como la historia dominicana que no puedes contarla sin conocerla.
Ese viaje ha sido una bendición de Dios. Agradezco mucho al Movimiento Reconoci.do y a muchas personas cercanas que me apoyaron. Me reservo los nombres, pero están cerca; especialmente a Elena, que me dijo que no debería irme de Haití sin intentarlo y darme todo el dinero que tenía: fue demasiado valioso.
Después de ese día, mi vida cambió y la de mi familia también.
El padre de Estefany al igual que muchos inmigrantes haitianos que llegaron al país a finales de los años setenta, se quedó amarrado al sistema de explotación laboral, con unos salarios que apenas les daba para sostenerse. Ahorrar para volver a su tierra (Haití) se fue convirtiendo en un deseo casi utópico.
Llegó en la plena flor de su juventud, creyendo que encontraría esa oportunidad de desarrollo personal que en Haití no había podido lograr, después de más de 30 años en República Dominicana ahora solo sueña con que sus hijos e hijas puedan un día alcanzar ese sueño que él nunca pudo lograr.
Estefany es una luchadora por los derechos de los dominicanos de ascendencia haitiana, es como la Rosa Park dominicana, por todas las veces que la han bajado de las guaguas de transporte y que ha resistido, por ser negra y parecer haitiana, cada vez que intenta cruzar los puntos de chequeos de control fronterizo para llegar a la capital desde Barahona, cada viaje es un desafío que ella tiene que enfrentar por su derecho al libre tránsito y por el derecho a la no discriminación por su origen racial.