Las feministas todos los días somos acusadas de algo, considerarnos “radicales” es una constante. Si hay pocos absolutos, la injusticia de este planteamiento es uno de esos pocos. No me cansaré de afirmar que lo que es radical es el machismo, que mata, viola y golpea todos los días a miles de mujeres para sustentar su ideología. Los feminicidios, la violencia y las violaciones son crímenes ideológicos, sustentados en considerar a las mujeres personas de segunda categoría, “La mate porque era mía”.
A lo dicho anteriormente, se le agregan otras formas de violencia que no toman armas para matarnos físicamente; toman las palabras para generar una muerte simbólica, y presentar al feminismo y a las feministas, como “radicales, perdidas, locas, insufribles” y en eso subyace una representación de las mujeres en general (aun no nos demos cuenta), en la idea de esperar de nosotras sumisión y silencio. Nos acostumbramos y aceptamos expresiones como “Calladita te ves más bonita”, esa es “una niña buena, sumisa, tranquila” o “Es que las mujeres no pueden ser tan categóricas, caen mal, tienes que suavizarte muchacha”.
Dice Miguel Lorente (ya lo he referido en otro artículo, pero vale la pena repetirlo), que el feminismo es tan generoso, que plantea y defiende la liberación y la igualdad de derechos; no como el machismo que obliga todos los días a la discriminación, la subordinación y la desigualdad. Como ha operado así por miles de años se ha naturalizado, lo que hace que denunciarlo se convierta en un acto que molesta a mucha gente. Es mas cómodo mantener todo como está; si siempre ha sido así ¿porque cambiar? La respuesta puede ser muy simple o muy complicada: Porque se contrapone a la libertad, a la igualdad, porque es discriminatorio; porque no podemos tener un discurso que reconoce la dignidad de las personas, y una praxis cotidiana completamente alejada del discurso.
Hace unos días Mario Vargas Llosa, Premio Nobel, gran autor, famoso por demás, acusó al feminismo de ser “el mas resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades”. En su escrito hace referencia a un artículo de Laura Freixas, que entre otros asuntos se refiere a la novela Lolita, de Nabokov; en el mismo, la autora realiza una reflexión sobre que, al leer esta novela, es necesario desmitificar la interpretación que hasta el momento se le ha dado, de que es “una historia de amor”. La autora no dice que no leamos Lolita, sino que, al leerlo, estudiarlo, reflexionarlo, logremos mirar la realidad del texto, que presenta una historia de abuso, en la que un hombre ejerce violencia contra una niña. Que logremos dejar de ver al personaje principal como “un hombre enamorado” capaz de llegar a todo por “amor”; y podamos adentrarnos en la triste realidad de una niña secuestrada, sometida y violada. En fin, no se trata de que no exista este tipo de literatura, sino de como la aprehendemos, interpretamos, reinterpretamos y asumimos.
Eso nos cuesta, nos cuesta mucho y a todo el mundo. Puedo ponerme de ejemplo con la siguiente historia, por mucho tiempo Neruda, fue mi amor, el poeta maravilloso y admirado. Estudié unos meses en Chile y visité en tantas ocasiones sus casas convertidas en museos, que era motivo de comentarios en el aula “la dominicana cree que Neruda esta vivo y que podrá enamorarlo”. Más adelante, tuve que procesar situaciones sobre la personalidad del poeta, que son absolutamente contrarias a mi forma de aprehender la vida; y sufrí, sufrí mucho al descubrir la otra historia, esa que nos habla de un hombre tan cruel, que fue capaz de abandonar a su esposa e hija, quienes padecieron incluso hambre, por su “horror” a la macrocefalia de la niña. No solo no volvió a verlas, sino que no se ocupó nunca de sus necesidades.
Estoy consciente de que es un “darse cuenta” y que no es fácil. Leí en tres ocasiones las Memorias de Neruda “Confieso que he Vivido” y no me di cuenta de que el poeta tenía un ego de tal tamaño, que se atreve a narrar como algo casual y “natural” que en su estancia como Cónsul en Sri Lanka, la mujer que le hacia la limpieza, extremadamente pobre y extremadamente bella, lo “obsesionó” y después de varios intentos de establecer algún tipo de conversación o contacto con ella, recibiendo siempre negativa y pasividad, él decidió hacer lo que deseaba: POSEERLA. Describe el acto como “el encuentro de un hombre con una estatua”, afirma que ella se mantuvo con los ojos abiertos e impasible. Es más, llega a decir que hizo bien en despreciarle; o sea, sexo abusivo y no consensuado con una chica a su servicio y no es capaz de reconocer la violación, sino que lo narra, como algo amargo que le pasó a él, no a la chica, ni siquiera ahí, tantos años después logra mostrar alguna empatía hacia ella.
¿Por qué nos gusta su poesía, no vamos a denunciar estos hechos? ¿Vamos a “idealizarlo” en su perfección literaria y si queremos hablar de su persona es porque somos conservadoras?, cada quien tendrá la opción de decidir y le tocará vivir con ella. Lo que si me parece pertinente y oportuno es que, aunque sigamos opinando que Neruda es un gran poeta, desmitifiquemos ese Ser al que nos han envuelto en la aureola de hombre comprometido con los mejores intereses, que muere de tristeza frente a un régimen político injusto; y sepamos que era un ser capaz de violar a mujeres y de abandonar a su única hija porque estaba enferma y le “entristecía” mirarla.
El feminismo lo que está exigiendo, y es una exigencia muy válida, es crear la posibilidad de mirar “el todo” y reinterpretar las situaciones y las lecturas desde esa conciencia. Desde ahí, Lolita seguirá siendo una novela perfectamente escrita, pero a nadie se le ocurrirá presentarla como una historia de amor, sino de pederastia, violencia y abuso. Y sí, es larga la discusión, pero desprecio el terrible argumento, de que, “si nos llevamos de eso, no voy a poder disfrutar del arte”, porque quizás sea cierto que haya que buscar otras formas de disfrutarlo. Y porque la vida de las mujeres, vale más que una obra de arte, por maravillosa que esta sea.
Si algunos de ustedes conocen al autor de La Ciudad y los Perros, Conversación en La Catedral, La Fiesta del Chivo, Travesuras de la Niña Mala, y muchas más, díganle por favor, que resulta muy fácil desmeritar una teoría política, filosófica, de derechos y social como el feminismo, porque les molesta que las mujeres expresemos la inequidad, el abuso y la violencia del machismo cuya radicalidad es absoluta. Ese machismo que insiste en seguir siendo una ideología hegemónica e intocable. Que él sabe muy bien que el lenguaje es poder y las mujeres necesitamos que se use de otras formas.
Dicen en el Imperio de Salcedonia, que “no hay peor sordo, que el que no quiere oír” … Yo sigo aspirando a una construcción social que al comprender las bases de la opresión, tome en cuenta todo lo que debe ser tomado en cuenta para la liberación.