Siempre pensé que el de los molinos de viento es el más conocido de los capítulos de El Quijote porque se encuentra entre los primeros. No menosprecio a los que dejaron su lectura al cabo de algunas páginas: La misma es muy difícil. El español y el estilo de tiempos de Felipe III son pesadísimos, aun cuando la historia sea maravillosa, como es el caso de El Quijote. Tampoco me vanaglorio de haberlo leído. Si pude terminarlo, fue con trabajo, por mi tozudez y por la terrible culpa que sentía por no haber leído todavía la más grande obra de nuestra lengua. El esfuerzo valió la pena. Durante semanas – la lectura fue difícil, repito – disfruté de episodios maravillosos. Hoy quiero compartir el que considero el mejor: El de la Ínsula Barataria.
No me consideren pedante si aclaro que ínsula significa isla. Vaya manía la de Cervantes la de enredar la cabuya. Pero disgrego. Naturalmente, cuando pienso en isla, pienso en Quisqueya. Y en el capítulo dedicado a dicha isla, vi un retrato fidedigno de nuestra patria.
Antes de llegar al mismo, sin embargo, ya había encontrado decenas de similitudes – y de diferencias – entre La Mancha y Quisqueya: En la primera vivieron Quijano y Sancho Panza; en la segunda, viven todavía. En la primera solo hubo uno de cada; en la segunda hay millones de sanchos y miles de quijotes. En la primera Quijano se volvió loco leyendo libros; en la segunda, los Quijanos se hacen los locos pretendiendo haber leído los libros que compran por metro lineal. En la primera El Quijote viajaba en el penco Rocinante; en la segunda los Quijotes viajan en yipetas bocinantes.
Ya lo habrán adivinado: El Quijote era un líder político y Sancho Panza su único activista. Igualito que en Quisqueya. En Quisqueya, los sanchos lo dejan todo para caravanear tras los quijotes por los cuatro rincones del terruño; pretenden darles sabios consejos, aunque los quijotes no les hagan caso y salgan agolpeados por molinos, vizcaínos, yangüeses y cabreros. Pero a los sanchos no les importa que los “ninguneen”, que los ignoren: Una vez ganada la campaña, sus quijotes les darán las prometidas villas y castillas. Al menos eso creen. Entre ambas patrias hay, sin embargo una grandísima diferencia: A diferencia de La Mancha, en Quisqueya los quijotes son gordinflones y los sanchos, flaquiruchos; son los quijotes los que solo comen (y comen solos), los que comen siempre. Los sanchos, en cambio, son los que pasan hambre (y se matan por cajitas y por funditas, y se van a los puños por salchichones sazonados con boñiga).
Pero vayamos ya a la Ínsula Barataria. Lo primero que llama la atención es su nombre, que hace que pensemos en cosas ganadas con poco o ningún esfuerzo, en bicocas, en prebendas, en “lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta”, en premios baratos, en suma. En realidad, “barata” tenía otra acepción en la época de Cervantes: Engaño. Y fue por eso que Cervantes eligió ese y no otro nombre.
El engaño contra Sancho Panza fue perpetrado por los duques, amigos de El Quijote (Siempre ha sido así: Los ricos y los políticos se alían para burlarse de los pobres). Para burlarse de Sancho, los duques “nombraron” a Sancho gobernador de Barataria. La mentada isla no era tal, sino un pueblo donde todos los habitantes eran también cómplices que hacían reverencias a Sancho y lo trataban de don (como a Quirino), haciéndole creer que de verdad era el gobernador. Y así como el Sancho manchego fue engañado, así lo son también los quisqueyanos: A estos también le ofrecen el fin de los apagones, de la violencia y de la corrupción; a estos le hacen creer que viven en una democracia solo porque votan cada cuatro años: Puras baratas, naturalmente.
De todo el capítulo – en realidad son varios – dedicado a la aventura de Sancho, el dialogo que cito retrata mejor que ninguno nuestra realidad (traducido libremente al dominicano contemporáneo):
Duque: Lo que puedo darte es una isla fértil y abundante donde, si eres mañoso, te harás con todos los millones del mundo.
Sancho: Venga esa isla, que lucharé por ser el mejor mandamás. Y no lo hago por angurria, sino porque quiero probar a qué sabe el gobernar.
Duque: Cuando lo pruebes, Sancho, te fascinará, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido.
Sancho: Señor, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado.
Sobre El Quijote se han escrito miles de páginas, decenas de interpretaciones.
De nuevo, no me consideren pedante, si hago pública la mía. Tampoco se asusten, mi interpretación cabe en algunas líneas:
El Quijote no es la personificación del Idealismo, como tampoco Sancho la del Realismo. Es al revés. Porque el Sancho manchego creía en las promesas de un loco. Y los sanchos quisqueyanos, en las de unos que se hacen los locos. En consecuencia, los idealistas – o los locos, si se quiere – no son los quijotes sino los sanchos.
El Quijote es un político.
Sancho Panza un activista
(Esto ya lo tenía dicho).
Y en Quisqueya, el hato de ganado o de animales domésticos (de cobardes gallinas, huidizas guineas, patos robaos, pavos que no rien, chivos locos, ovejas trasquiladas, mansas vacas de ordeño o tercos mulos de carga) es la enorme multitud de los que todavía creen ciega, apasionadamente que las nuestros quijotes y sanchos son promesas serias y no bellaquerías.