«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano», nos aconseja Cortazar en Rayuela. El famosísimo capítulo 7 que a muchos les sirvió para enamorarse, para conseguir la mirada de la chica esquiva, que antes pasaba junto a nosotros evitándonos como si fuéramos una cáscara de plátano. Ahora; lo sabemos con tristeza, temor, impaciencia, por culpa del corona etcétera que nos acecha, invisible y globalmente, eso sería lo último que haríamos.

Se nos ha dicho hasta el cansancio que hay que seguir unas cuantas consignas elementales, como lavarse las manos con agua y jabón y evitar tocarse; esto es, saludarse de mano. Del saludo de beso en el cachete mejor ni hablar. En algunos sitios (España, Francia, Argentina, Rusia) se dan dos, tres y hasta cuatro besos; una ceremonia salivosa, que hoy se mira como avalanchas de virus (potencialmente mortales) que van y vienen. No importa que pocos puedan decirnos qué es un virus (del latín veneno), si éste es igual o no a una bacteria, intuimos peligro. Un metro de distancia nos debe separar del otro, como mínimo. En Italia, luego de que han sufrido de veras, empezaron a saludarse levantando y chocando los pies, un saludo digno de equilibrista, vedado a las personas mayores, obesas o simplemente torpes. Los gringos prefieren chocar los codos, menos complicado y es también en el codo (su parte interna) donde debemos depositar nuestros contaminantes estornudos.

«El contagio me vino a pesar de estar vacunado, ahora estoy casi en el hospital, sufriendo mi mal…estoy enamorado». Esta cumbia guapachosa es oportuna en estos tiempos de contagios vertiginosos que anticipan un final fatal, casi apocalíptico (¿debería borrar el casi?). Cuántos muertos en China, en Roma, en Madrid, en Trumpilandia, no lo sé, tampoco si son demasiados, muchos, pocos. No sé nada de asuntos sanitarios, pero supongo que hay enfermedades que tienen mayor eficacia letal, ¿virulencia?, para no alejarnos del contexto. Pienso en el dengue que al parecer, crece y crece en América Latina; el cáncer de mama; incluso la gripe común y corriente, se lleva a miles por delante cada año, en cualquier parte.

La canción es de Los Tigres del Norte (https://www.youtube.com/watch?v=lVuu7hOEWGw), la cantaban hace mucho tiempo, en los noventa, cuando no había internet ni mundos virtuales ni virales y si alguien estornudaba le deseaban pronta salud o se invocaba al pequeño Jesús. Se recomienda bailarla abrazado a la compañera, con cadencia y ganas de ir más allá. Ahora bailar pegadito es imposible, recordemos la distancia insalvable. Por si fuera poco, las ciudades comienzan a poner su letrero de «cerrado hasta nuevo aviso». Así ha pasado en París, Nueva York, Milán, Los Angeles y donde vivo, Nueva Orleans, la cuna del jazz, lugar propenso al diversión, al carnaval, a armar relajo al menor descuido. Por eso es más caribe que gringa, más latina que anglosajona, más africana que europea. Desde el lunes han decretado poner las trancas a la propagación. Sólo se salvan farmacias y supermercados. Ni bares o lugares para bailar, leer, para distraerse sana o insanamente. Cines, teatros, librerías, tiendas de ropa, electrónica, de descuentos, permanecen ‘clausurados’; mientras, el consumidor ocioso, arrasa con el papel higiénico.

Los restaurantes, señala el decreto que nos exhorta, que nos obliga, al confinamiento sólo funcionan en modo take out; esto es, comida para llevar. A los Mcdonals y demás restoranes «gourmet» podemos acudir siempre y cuando pidamos desde la comodidad de nuestro vehículo y no tengamos la osadía de traspasar sus puertas, que de seguro estarán bajo llave…Alimentarse a diario de refrescos desbordantes de azúcar, hamburguesas que no llevan carne autentica, papas saturadas de sal y aceite, me da más miedo que el poder del corona bla bla bla. Mejor sería tomarse un whisky o un roncito; en un descuido, el virus es vulnerable a los fogonazos etílicos. Un proverbio mexicano me llama: para todo mal mezcal; para todo bien, también.

Incluso la semana pasada, los juegos de la Liga de Campeones de Europa se llevaron a cabo sin espectadores. En México, después de tanta critica también se jugó sin público y ahora nada: el limbo. Tal situación sólo acontece cuando el equipo recibe un castigo y eso fue para la fanaticada: un manazo (previo lavado de manos), una reprimenda. Cualquier deporte está en suspenso hasta sabe Dios cuándo: ni beisbol (las mayores han diferido el inicio de la liga), ni basket, ni nada. Los jugadores ya no pueden inclusive entrenar. ¿Qué nos queda, videos de bolos, competiciones de canicas, la magia de ver girar un trompo?

Espero que no se me tache de frívolo, sé que ha habido muertos; sistemas de salud colapsados; políticos sin saber qué proponer; millones de plata esfumados. Eso sin contar a los miles que se hallan lejos de casa y que desesperan en angustiosos aeropuertos regresar. Sin embargo, prefiero imaginar que en nueve meses, cuando todo haya pasado, una de las consecuencias del confinamiento (no contemos divorcios ni disputas conyugales) será la llegada de bebés bautizados sin pudor como:Virusino, Coronita, Coronelio, Covid, María de Todos los Virus…

En fin, cuántos no cantarán bajito, casi en sordina: bésame, bésame mucho. Antes habrá que ver si la boca está limpia. No con cualquiera. Hay que escoger bien a la víctima y darle una ‘pausterizada’ antes de acometer. No olvidemos que son tiempos de infecciones, no vaya a ser ésta la última vez…