Yo no disfruto la Navidad, yo la padezco y la he padecido toda mi vida.  Germán Dehesa

 

Me disgustan por igual la época navideña (así la llaman) y los festejos escolares que se ‘organizan’ en torno a ella; lo que me convierte en un damnificado por partida doble. En estas fechas a nadie envidio más que a los ermitaños, pues no tienen que comprar regalos ni ver como sus hijitos ‘cantan’ villancicos en el colegio.

Asimismo, en estos días suele criticarse a Ebenezer Scrooge, un alma incomprendida que no se anda por las ramas: « A todos esos idiotas que van por ahí con el “Feliz Navidad” en la boca, habría que cocerlos en su propio pudding y enterrarlos con una estaca de acero clavada en el corazón». Sin embargo, dejemos en paz al personaje dickeniano y veamos cómo disfruté del espectáculo de mi hija.

Pese a que sólo he asistido a cuatro festivales, desde que medio sobreviví al primero me juré que sería el último. ¿Es necesario aclarar que cada año claudico en mis propósitos? Motivos o pretextos sobran: La excesiva presión social (representada por mi consorte); el temor a que se me tache de padre indigno y sin corazón (papá el lunes es la fiesta de navidad, vas a ir ¿verdad?); el autoengaño (ahora durará menos y empezará a tiempo); la desidia (qué tanto es tantito)…

Empecemos por decir lo bien organizado que les salió. Aunque el mini-auditorio está diseñado para recibir a poca gente, eso no fue impedimento para que se planeara la participación tumultuosa (armónica y uniforme dirán los optimistas) de todos los grupos de primero, segundo y tercero. Entonces, además de los 70 u 80 chiquillos, estaban sus respectivos papás, hermanos, abuelitos, tíos, vecinos, nanas y demás fauna familiar.

Después de que los niños de primero (donde se halla mi hija) cantaron, las altas autoridades decidieron ponerlos en el breve espacio, (Milanés dixit) que hay entre la primera fila y el escenario. Lo malo es que siguieron cantando en ese escondido sitio y pues claro, casi ningún pariente podía verlos, por lo que empezaron a abalanzarse hacia adelante como búfalos en celo.

Gracias al festival supe de un cariñoso hombre de nieve que reparte abrazos y alegrías a temperaturas bajo cero, aunque ni esto, ni la exaltación a la blanca navidad, hicieron posible que me olvidara del pegajoso y persistente calor. ¿No decía un poeta que no hay más paraíso que los paraísos perdidos? ¿Será por eso que aquí en el trópico se añoran los paisajes glaciares y en las escuelas los incitan a cantar melodías de invierno? Recuerdo que los papeles para envolver regalos de Alemania siempre lucen un sol tan esplendoroso como falso en aquellas latitudes.

Mientras los orgullosos padres de familia usaban sus celulares para filmar las escenas memorables (todo, incluido el vuelo de la mosca) el mío me torturaba con el lento paso de los minutos: « Ya vámonos, los de primero ya no van a volver a cantar», le susurraba a la dueña de mis suspiros –y mis ahorros –.

« Vístanse de rojo», había sido la instrucción del director. Qué bien me dije, ahora van a hacerle de comparsa al gordinflón de la Coca-Cola. Me vinieron a la mente los arbolitos navideños que inundan la ciudad, muchos de los cuales son ‘generosamente plantados’ por la compañía refresquera. Esto me llevó a la Plaza de España, en plena zona colonial, por donde alguna vez paseó Colón con sus muchachos. Allí se yergue un inmenso pino artificial, en cuya cúspide, hasta el más miope de los miopes alcanza a ver la marca ominosa…De pronto se me apareció la voz de un maestro de la preparatoria: « La costumbre del arbolito es pagana. Los escandinavos simulaban adorarlo para hacer cochinadas bajo su sombra», nos regañaba como si hubiéramos nacido en Estocolmo y fuéramos discípulos de Odín, (bueno con tanto frío se entiende que busquen el calor humano).

En fin, ya mejor ni para que hablar del niño del tambor o de los peces en el río. Quise decirle al director, una frase de Ibarguengoitia para consolarlo: « Es mucho más fácil imaginar una fiesta de Fin de Año que organizarla ». Esta será mi justificación para ausentarme en el próximo festejo: imaginemos que yo estoy allí, en primera fila, apoyándote, aplaudiéndote con entusiasmo sin igual, hijaza de mi vidaza.