Seis meses atrás, estimulado por las victorias populares de Túnez y Egipto, un grupo de personas salió a las calles de la ciudad de Bengasi (situada en la parte oriental de Libia) a protestar pacíficamente contra las medidas represivas y económicas del gobierno de Gadafi que mencionabamos en el artículo de ayer. De acuerdo a los medios occidentales, estas protestas fueron reprimidas con una violencia exagerada. A pesar de esto, los protestantes resistieron y se multiplicaron en otras ciudades. Pronto ocuparon dependencias gubernamentales y los locales de la televisión oficial. En Bengasi, asaltaron arsenales militares y tomaron la ciudad. Varias unidades militares enviadas por Gadafi para sofocar la protesta se sumaron a la rebelión. Hubo deserciones importantes en el gobierno, como los ministros de Justicia y de Interior, además de varios diplomáticos libios en lugares claves del exterior.
Dada la importancia económica de Bengasi, Gadafi decidió retomarla y estuvo a punto de hacerlo. Sin embargo, la televisión internacional difundió versiones de atrocidades cometidas por las fuerzas leales a Gadafi, como ametrallamiento de civiles por parte de la fuerza aérea y violaciones sexuales masivas de mujeres, que luego fueron desmentidas por Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Es en este momento que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dictó su Resolución 1973, la cual exigía el cese de fuego inmediato y una zona de no-vuelo sobre Libia, y le daba autoridad a la OTAN para tomar las medidas que fuesen necesarias para proteger a la población civil. Así empieza la ¨Operación Odisea del Amanecer¨ el 19 de marzo, que cambia el curso de los acontecimientos. De esto último hablaremos con más detalle en el artículo de mañana.
La rapidez con se sucedieron los hechos, pasando de una protesta social pacífica a una rebelión armada en tan sólo dos días, ha llevado a algunos a pensar que se trata de un levantamiento más planificado de lo que parece. Diferente a lo que ocurrió en Túnez y Egipto, donde no hubo uso de las armas y la composición de las partes en conflicto era distinta.
La importancia de Bengasi radica en ser la segunda ciudad del país y estar localizada en la región más rica, donde se encuentran los principales yacimientos de petróleo. Además, de aquí es la tribu más poderosa del país, la senussi, a la cual pertenecía el Rey Idris I que (como dijimos ayer) fue derrocado por Gadafi en 1969. Desde entonces, esta zona ha sido marginada políticamente. Por lo tanto, no es raro que la mayoría de los rebeldes pertenezca a esta tribu y que la bandera de los insurrectos sea la bandera de la monarquía.
La otra parte de los sublevados está compuesta por el Frente de Salvación Libio (creado en Sudán bajo los auspicios de Numeiry); un grupo radical islámico (presumiblemente vinculado a Al Qaeda); y desertores del gobierno de Gadafi. Se trata de un grupo variopinto que se ha constituído en el Consejo Nacional de la Transición (NTC, por sus siglas en inglés). Su presidente es Mustafa Abdul Jalil, quien fuera hasta hace poco el ministro de Justicia de Gadafi y que está en la lista de violadores de los derechos humanos de Amnistía Internacional.
Este grupo heterogéneo de alzados no ha esperado alcanzar el poder para dar muestras de su calaña y las profundas diferencias que lo malquistan. En un arrebato de imbecilidad táctica, una facción islámica asesinó recientemente a Abdul Fatah Younis, quien fuera ministro de Interior (y antes de Defensa) de Gadafi y hasta el momento de su muerte el jefe del ejercito rebelde. Esto llevó a Mustafa Abdul Jalil a remover el comité ejecutivo en pleno del NTC. Por otra parte, han circulado historias y videos de rebeldes torturando y ejecutando a seguidores de Gadafi. Además, el uso de la burka está siendo reimpuesto en las mujeres de Bengasi.
Este comportamiento avieso y tribal de los rebeldes libios se está pareciendo demasiado al de los sediciosos afganos e iraquíes que colaboraron con Occidente y sumieron a sus respectivos paises en el caos cuando alcanzaron el poder.