Al leer los signos de la cartografía política dominicana actual, fácil resulta descubrir la presencia de unos sujetos llamados “intelectuales” mediante los puntos que revelan sus características en el actual ecosistema político y electoral. Como cada cuatro años, aparecen esas figuras aliadas al poder-ser y al querer-ser en la estructura gubernamental que los utiliza como enlaces, propiciadores, impostores, narradores de una miseria de la razón política y “aparentemente” como cronistas de la verdad del Estado actual dominante.
La reflexión en torno a los intelectuales y la política local construida implica necesariamente un síntoma, un locus de la sospecha que estratégicamente conduce a la pregunta inexorable: ¿Cómo es que cada cuatro años y en un contexto electoral surgen grupos de intelectuales marcados por una razón de la limosna, el pago de función, la mercantilización de su estatuto en la esfera pública, la humillación de su triste “parecer” ante los demás y sobre todo su desvergüenza ideológica y electoralista en un contexto plagado de cinismo, dudas e incertidumbres?
Un mapa que más vejatorio no puede ser es el que a su vez le sirve de radiografía a esta élite y estructura ideológica dividida, justificada por sus distintos roles reveladores de su condición de “tratantes de amoralidades” y pulsiones oportunistas que lo hacen aparecer en una pantalla de reconocimiento desprestigiada por aquel sentido de oportunidad y oportunismo visible, legible en el marco de interés de sus egos, personas, personalismos, individualismos, funciones electorales y politiqueras.
En efecto, el léxico artificioso de sus discursos arroja los datos que registran sus apariciones estratégicas y sus empresas personales que no son más que pantomimas puestas en marcha mediante manifiestos, declaratorias, uniones, futuras conquistas de espacios culturales y sociales, donde la única idea que persiste es su inserción en la podredumbre gubernamental y en el arribismo laboral.
El discurso electoral y sobre todo político de la mayoría de nuestros intelectuales se concretiza en las aspiraciones individuales, donde esos llamados “intelectuales” se despojan de su condición formal para convertirse en mediadores, en “mercancía” degradada en un contexto de convivencia y amoralidad que repugna por su insistencia y estado de postración. Sin embargo, nos preguntamos, ¿cómo han pensado estos aspirantes a puestos el campo tensivo de la cultura, la educación y los derechos ciudadanos en sus perspectivas futuras? ¿Existe en sus aspiraciones un ideal transformador más allá de la corrupción y el vandalismo estatal predomiante? ¿Cómo piensan estos aspirantes a puestos la nueva cultura dominicana en estos tiempos de crisis y hecatombes morales?
Creo que las preguntas anteriores piden una reflexión que va más allá de un puesto de secretario, gerente, viceministro, director, diputado, senador, regidor, administrador, embajador, cónsul y otras representaciones propias de la gubernamentalidad actual.
La idea de un verdadero cambio social no ha estado en las agendas personales de esos llamados “intelectuales de hoy”; pero aún más; la idea de una visión transformadora y responsiva de la actual pesadilla que nos gobierna, no cuenta para el grueso de una clase vacilante, pequeño-burguesa y analizada por Marx en su crítica de la ideología dominante. ¿Saben los aspirantes a puestos de Cultura, Educación o Relaciones exteriores cuánto paga este pueblo en impuestos y derechos ciudadanos por representaciones ideológicas autorizadas por el Ejecutivo, para que luego el mismo pueblo dominicano, la nación, la llamada sociedad civil sea estafada, engañada y severamente golpeada en sus expectativas?
Leyendo los llamados discursos y disputas intelectuales y comparándolos en sus diversas intenciones, podemos advertir la máscara, la pantomima, la dramaturgia de una catástrofe ideológica que como puesta en escena de las pulsiones y sinrazones políticas se discuten a partir de los egos consagrados, egos dirigidos, egos amorales, egos entorpecedores de cualquier proyecto de cambio, babeado y fecalizado por intereses mezquinos y “suciamente” personales.
Las mismas rencillas y disputas entre actores y personajes, acusados y acusadores, farsantes y supuestos pensadores, coinciden en su vocación oportunista de inserción en los falansterios fatales del laborantismo político y estatal. Si, como nos recuerda un filósofo amigo, el intelectual de hoy debe ser “el necio de la razón”, ¿dónde están los avales que lo respaldan en un mundo de traiciones, de traidores de consciencia, de vicios políticos, de cuerpos corruptores, de “Cambalache”, degradaciones morales y personales?
Al interpretar el mapa de disputas entre intelectuales aspirantes a puestos, enganches y lugares en el tren administrativo del Estado, pensamos que las esperanzas del país han muerto en la misma mentira de su historia-sociedad; que la tensión entre discurso y práctica avanza cada vez más en la contradicción que la sustenta. Anclados los llamados intelectuales de hoy en las diversas gramáticas políticas del Estado-gobierno de nuestros días, los mismos constituyen la correa de transmisión de una farsa cuyos resultados se pueden advertir hoy, pero mayor aun, se podrán advertir a partir del próximo combate y desenlace electoral.
La rendición de cuentas que el día 27 de febrero del año en curso presentó el actual gobernante, no es más que la puesta en escena de una farsa establecida, la mentira como casa gubernamental, la ironía y el sarcasmo que denota el abuso de poder hecho carne de traición a los ideales republicanos de la tradición independentista dominicana. La compra de intelectuales por parte de agentes y representantes del actual poder ejecutivo, organiza una cruzada hacia el arrebato de los derechos ciudadanos, justamente cuando el populismo y el clientelismo han derrotado a la razón democrática en una lucha política desigual.
La actual “querella” entre intelectuales de Estado e intelectuales responsivos se caracteriza por una tensión crítica bañada, alterada, domesticada, por la predominante carga electorera de los argumentos y aspirantes a puestos de control y poder en el contaminado, acuchillado y perforado sistema político dominicano. Pero la crisis de la consciencia histórica dominicana está en otra crisis aun más grave: la provocada por la caída de los valores y la hecatombe de sus cuerpos ideológicos.