Esta es una situación que en este momento del año muchas familias están afrontando. Un hijo o hija no pasó de curso o como comúnmente se dice, "se quemó". Quiero mantener esta muy buena metáfora para ampliar un poco el foco en el abordaje de esta situación que prueba a mucha gente y no sólo al chico o la chica, que es a quien regularmente se señala.

Me gustaría iniciar desde lo más general a lo particular. Cuando un estudiante “se quema”, se quema también el sistema educativo. Un frágil sistema educativo que se enfoca en las limitaciones más que en las capacidades individuales. Que no cuenta con la voluntad de utilizar los recursos económicos que ahora sí tiene, para cambiar la intervención educativa en las aulas. Que sigue viendo a los estudiantes sólo como receptores y no como actores principales alrededor de los  cuales gira la educación con  el propósito de cambiar sus vidas, sus paradigmas y los de toda una nación.

Cuando un estudiante “se quema”, se quema también cada docente, orientadora/o y psicóloga/o que tuvo la oportunidad de ser inspiración, motor de cambio o ideal para un niño, niña o adolescente. Que quizás era la única persona en su contexto que pudo haberse convertido en su  “tabla de salvación” para salir de la oscuridad de la falta de conocimiento, no sólo en el aspecto intelectual, sino espiritual, integral, humano.

Se quema la familia en su intento de ofrecer la oportunidad de educación contra viento y marea como muchas veces ocurre en nuestro país

Se quema la familia en su intento de ofrecer la oportunidad de educación contra viento y marea como muchas veces ocurre en nuestro país. Se quema su ilusión de que por fin alguien estudie en la familia y los saque de la pobreza y el desamparo. Se quema el esfuerzo inimaginable que miles de familias pobres y de clase media tienen que hacer para enviar a sus hijos a la escuela.

Se quema la ilusión de muchas madres solteras que multiplican sus esfuerzos, que regularmente son sólo de ellas, para ofrecer la educación como única herencia a sus hijos e hijas.

Se quema la autoestima de ese ser humano que de seguro hizo su mejor esfuerzo por salir adelante con su curso, pero que muchas otras condicionantes externas no contribuyeron a que lograra su meta de ir al ritmo de su grupo.

Se quema su risa, su alegría, su ilusión y la posibilidad de sentir que tanto él como los demás están orgullosos y piensan su futuro de colores.

Y no se trata de quitar responsabilidades ni buscar culpables, sino de distribuirlas equitativamente entre todas y todos los involucrados para que la cadena deje de romperse por el eslabón más débil.

Con cada niño, niña o adolescente que “se quema”, se quema la escuela, la familia y la nación.                                                                            solangealvarado@yahoo.com

@Solangealvara2