En una entrevista en México –hace más de diez años–, Francis Fukuyama, autor de The Great Disruption, argumentaba que las inversiones no serán posibles sin el imperio de la ley. Las declaraciones del autor estaban indicadas para momentos de expansión de una economía en el esquema de acceso a capitales y el mantenimiento de un clima propicio para las entradas.
Repitamos: sin el imperio de la ley, las inversiones no serán posibles. Impulsados por la intuición económica de las calificadoras, los inversionistas tienen claro cuando en un país las cosas marchan de manera que no resultan atractivas. Cualquier interesado en República Dominicana no perderá su tiempo y analizará qué país es ése, cómo se conducen las instituciones, manejadas por individuos y no por ángeles.
Sin meternos todavía en la averiguación del por qué Trump no cree en el cambio climático, hay una vieja petición que nos ensimisma en consideraciones bursátiles. A partir de un descenso en las inversiones de ciertas reglas, esto es: a partir del conocimiento que tenemos de una caída en el Dow, por ejemplo, caemos en cuenta de la conducta global de los inversionistas. Desde manifestaciones del análisis no pantagruélicas, se nos propone el importante estudio de patrones que resultan determinados por actitudes impulsadas –a su vez– por opiniones sobre el devenir y los planteamientos sobre el futuro, ámbito de predicción de futurólogos (pesimistas u optimistas). A la larga, todo inversionista consume cierta fe en la productividad de una empresa o un país: metalurgia, tecnología, agricultura, desarrollo industrial o comercio, energía, digamos en el esquema norteamericano. Exportamos el coste de oportunidad de las playas y la estabilidad económica.
Lo que nos dice Francis Fukuyama no es una mirada transversal que haya sido aplicada por parte de connotados abogados de todas partes, sino una petición a no caer en el abismo de un marco legal que no aspire a favorecer inversiones en nuestros países. En Latinoamérica, hay ejemplos no enaltecedores.
Obsérvese un poco el esquema argentino, de deuda reestructurada, con la petición de no caer en un abismo que mantiene a Macri –en la reciente reunión del G-20–, al borde de las lágrimas. Aunque consciente de su limítrofe encrucijada, Macri nunca anunció una “cirugía general sin anestesia” como hizo Menem, aunque se anunciaron recortes fundamentales.
C. F.K no pierde tiempo para su comeback. La senadora peronista no está de acuerdo con la deuda contraída por Argentina, –que es mucha– pero otros augures se preguntan qué hubiera sido de no recurrir a la no misteriosa Lagarde? K dice que es una deuda sin precedentes. Se refiere al 2,6 % de crecimiento en el 2016, y ahora nos dice, en ese mismo cónclave cronometrado en YouTube en el canal de “Revolución Popular”, que existe una contracción de la economía del 3.5% del PIB.
La tasa de interés, las Lebac, títulos de deuda de corto plazo, eran en su gobierno –aclaro que con cifras de la misma Cristina en esa reunión que ella aclaró no era una “contracumbre” pero el timing demostraría lo contrario– del 26% y hoy la tasa es 50%. La tasa de los bancos privados ha llegado al 50% y en su gobierno eran de 20%. Como he dicho, este análisis lo desenfunda Cristina en el Foro en Ferro. El tipo de cambio: un dólar, estaba en 9.76 y ahora en 36. Evidentemente, que ella –sus economistas– no eran liberales, algo que ella sumamente agradecería dado una política que nos habla de enfilamientos en aquella famosa e idílica Patria Grande, con las connotaciones debidas y el tácito o descubierto apoyo a regímenes latinoamericanos verdaderamente turbios: Maduro y otros bien conocidos. Creo que la analogía con argentina no es total; somos economías diferentes y esquemas políticos de planteamientos considerablemente distantes.
Organismos no pertenecientes a las sombras, declaran un 48.5% de inflación y una devaluación escalofriante. Apocalípticamente pero sin sinuosidades, Cristina K. dice que hay familias enteras durmiendo en la calle, con creciente inseguridad. Whitmaniana sin saberlo, nos habla de subsidios, tarifas, precios de alimentos, supermercados vacíos y poder adquisitivo disminuido.
Ahora movámonos al caso dominicano, aclarando que el caso argentino no es profecía para determinar catástrofes nuestras (pero a las mentes no cuadradas y open minded, no les resulta accesorio). Parecería, sin inventar la Nutella, que este tema –hablábamos de F. Fukuyama– tiene que ser comparado con la dinámica esencial de la economía altamente endeudada que denuncian importantes economistas dominicanos. Al cabo de un rato, que no se olviden las grandes concentraciones de recursos en tareas ímprobas y sin confutaciones de monitoreo administrativo con un presupuesto aumentado.
El rancio determinismo de algunos, con una población entretenida en el vislumbre de un año preelectoral, que nadie quiere enfrentar con pesimismo, nos concertará en las mismas ofertas de siempre bajo los mismos esquemas del bipartidismo y el asfixiante continuismo criollo, axiomáticamente promovido por las mismas criticas al sistema de partidos –he aquí la gran paradoja a la que nadie le haya solución–, y a la no propuesta de respuestas a un stress sociológico que, según las encuestas publicadas recientemente, mantiene a la población dominicana, a un gran segmento –para ser exactos–, en el sueño de escape hacia playas extranjeras. La respuesta al título de esta nota es una y breve: su nombre es Pietro Ferrero, un italiano que podría darnos lecciones de expansión empresarial como evidencia la entrada de su admirado producto en el mercado europeo.