Hace ya un tiempecito que el PNUP presentó un informe según el cual la brecha entre pobres y ricos en la República Dominicana se ha ensanchado varios puntos más de lo excesiva que ya estaba. Esto no es nuevo pues aquí, como sucede en toda América Latina, hay un vergonzoso contraste en materia de repartición de la riqueza y que se manifiesta por las calles entre el pudiente con la yipeta de lujo de varios millones de pesos, y el desposeído que se busca la vida en un anafe de motor. O entre la mansión ultra lujosa en la ciudad o en las playas del este, versus los barrios de ranchitos de tablas y latas.
Y ahí surge una especie de ironía económica, porque es verdad que nuestro país ha venido creciendo desde hace bastante tiempo con unos porcentajes considerables rondando el 5% ,6% ,7% anuales, pero el gran segmento de los pobres no disminuye ¿A dónde van los dineros que se producen de ese constante crecimiento? ¿Quién se lleva el queso del librito tan ilustrativo de Spencer Jonson, una pequeña Biblia de tantos ejecutivo de hace unos años?
Pues una gran parte se dirigen a los bolsillos de los que ya los tienen bien repletos, cumpliéndose el dicho popular de que dinero llama a dinero. Otro pedazo del pastel de la riqueza creada, muy sustancioso por cierto, va a las arcas del Gobierno, y sólo unas boronas están llegando a los de abajo.
Y aquí se nos ocurre citar un modelo del desarrollo de los países expuesta por el científico catalán Eduard Punset junto a un prestigioso sociólogo sueco, documentada con datos de muchas décadas, y analizada con las más avanzadas técnicas informáticas. Esta teoría expone dos ejemplos de desarrollo económico y social.
El primero es un proceso que surgió con la revolución industrial inglesa que se llevó a cabo sobre masas proletarias desposeídas e ignorantes, y el Estado, a través de sus recaudaciones e inversiones sociales fue incentivando su educación y el progreso hasta llegar a la Inglaterra culta y poderosa de hoy. Este ascenso fue lento pues le llevó más de dos siglos. Por otro lado está el ejemplo de China, quien primero educó a sus ciudadanos a través de una revolución cultural, no exenta de sacrificios y autoritarismo, y después comenzó un proceso de tecnificación sobre una población educada en su base que le ha permitido en menos de cuarenta años ser una gran potencia y colocarse a la cabeza del comercio mundial. También los expertos ponían otros dos ejemplos similares para constatar su teoría.
De un lado Brasil, con infinitos recursos en materias primas, y sus enormes yacimientos petrolíferos recién descubiertos, está creciendo sobre inmensas poblaciones pobres y poco educadas y para lograr sus objetivos de superación le ha obligado a enfrascarse en una recia batalla educativa y de rescate social que, no obstante sus logros, le tomará su buen tiempo. Y del otro, Corea, que siguió el modelo chino de primero la cultura y después el desarrollo. Este tigre asiático, 85 veces más pequeño que el gigante amazónico, apenas tiene recursos materiales y debe importarlos, crece a un ritmo igual o más rápido que Brasil.
¿Qué modelo tenemos en este patio? pues un intento de baja tecnificación sobre una masa muy poco ilustrada, y con el agravante de que el dinero que recogen los gobiernos por vías de mil impuestos ni siquiera llega como debería a los sectores pobres, porque lo impiden demasiados filtros y prioridades de por medio. El caso del tan demandadoy por fin aplicado e insuficiente 4% de la educación es el más claro ejemplo de ello.
Y sin cultura, sin educación, sin formación, no es posible ningún tipo de desarrollo, ni social ni económico, ni espiritual. Por ello, el queso no se lo ha comido ni lo van a comer los pobres por todos estos tiempos. ¡Y además, hay tantos ratones ricos merodeando…!