Ha llegado un nuevo Día Internacional de la Mujer con sus decoraciones de mujeres sobresalientes, sus balances, sus discursos a nivel local y global, sus paneles y seminarios, sus reportajes sobre los logros alcanzados y el camino que queda por recorrer para llegar a la anhelada equidad de género o, más prosaicamente, a una vida sin violencia de género.
Pero hoy me pregunto más que nunca, ¿quién rescatará a Lucy y a todas las Lucy? Junto a ella, hoy me acuerdo de Mary, de Silvia, de Bélgica, de las dos mellizas y de tantas otras mujercitas antes de tiempo que andan por las calles.
Lucy es una niña como encontramos muchas en nuestros barrios: doce años de edad real, seis y cuidado si menos de edad mental, menstruada a los nueve y con un cuerpo y unas hormonas de veinteañera. En fin, toda una señorita a quien se le han quemado las etapas y que todavía necesita jugar con muñecas más que fregar o barrer en largas tandas de quehaceres domésticos impuestos a las niñas sean éstas, ya señoritas o todavía niñas.
Lucy nunca ha repetido en la escuela, como si sus necesidades especiales fueran invisibles. Pasó de curso en curso sin saber realmente leer ni escribir y un buen día de su escuela la mandaron a la Fundación Abriendo Camino, para su nivelación. Lucy realmente no cabía en ninguno de los grupos de nivelación escolar ya constituidos: ni con los niños y niñas de su edad o de su grado escolar por su atraso, ni con los más pequeños por su tamaño e intereses.
Lucy es una de las tantas y tantos cuyas habilidades escolares no tienen nada ver con el nivel que cursan en su colegio y que arrastran un perpetuo déficit que se vuelve pronto un abismo intransitable que lleva a la deserción escolar. Frente a la cantidad de niños y niñas en la misma situación la Fundación abrió en noviembre pasado un quinto grupo de nivelación escolar donde se acogió a Lucy.
En enero, Lucy inició el año de mal humor, sin su linda sonrisa y sin interés por las clases, hasta que un buen día dejó de venir. A la semana la noticia se extendió como un reguero de pólvora en los pasillos: “Lucy se casó, Lucy se casó.”
La mamá, convocada por las psicólogas, contó que en enero habían sorprendido a Lucy besándose con un colmadero de 31 años, de “por allí cerca del mercado”, y de sombría fama ya que acostumbraba a llevarse jovencitas y “soltarlas en banda”.
Después de pelas, pleitos y promesas, además de castigada, Lucy estaba sin lugar a dudas enamorada, muy mal humorada y con ningún interés por la lectoescritura y las matemáticas. Mientras la mamá pensaba el capítulo cerrado por su actuación autoritaria los “enamorados” estaban tramando la huida.
Y casi a la moda de antaño cuando el novio se robaba a la novia (pero después de las debidas señales de autorización), un buen día Lucy desapareció de su casa hasta que su madre se enteró que el enamorado de triste historial se la había llevado a Santiago Rodríguez.
La mamá puso una querella sin mucha convicción, contenta en el fondo de haber encontrado a alguien que quisiera hacerse cargo de Lucy. Logró comunicación con la niña que le decía estar muy bien, muy feliz, y que vendría por la capital próximamente. Para la madre ya Lucy no es de ella; es una mujer con un marido que si vuelve a la casa será un estorbo, ya que al haber tenido marido entrará en competencia con la propia madre frente al padrastro. “Si vuelve, no la quiero más en la casa; no hay espacio allí para dos mujeres”, afirma convencida.
¿Quién rescatará a Lucy con sus sueños rotos, su bebé en la barriga y su par de golpes cuando el abusador-marido termine su luna de miel y la tire a la calle?