El lunes 14 de octubre un tribunal colegiado declaró inocente al Padre Alberto Zacarías Cordero acusado de agresión sexual a una niña en una parroquia de Bonao.

Cuando se informó de la acusación, la noticia rodó como pólvora por todos los medios de comunicación que de manera incesante proferían todo tipo de improperios hacia el sacerdote.

Conozco al Padre Cordero desde hace muchos años y sé muy bien de su entereza como ser humano por eso, cuando vi la noticia en los medios, no podía creer lo que se decía de él.

En el proceso se observaron algunas irregularidades en contra del sacerdote que pudiera considerar en este artículo, pero corresponde al mismo Cordero ventilarlos a la luz pública aunque dejan mal parada a nuestra justicia.

Finalmente, por un extraño azar de la vida, la niña escribió una carta remitida al padre expresando que nunca había sido tocada por él lo que significaba una contradicción en relación a los resultados de los interrogatorios realizados por la fiscalía. Esta misiva fue llevada a la instancia pertinente para comprobar la validez de las letras y resultó ser escrita por ella.

Hoy Cordero está libre de culpa, pero de todos modos el daño ya está hecho y vamos a ser objetivos: el daño está hecho para ambas partes.

En relación a Cordero han destruido su imagen. Lo que había construido en toda su vida se vio reducido a nada en cuestión de horas, su legado fue pulverizado y pasó de ser un hombre honesto a un delincuente según afirmaron algunos medios. El problema aquí radica en que los mismos medios que le acusaron con tanta insistencia, hoy no aparecen para pregonar su inocencia con la misma intensidad.

Y es que produce más noticia el morbo que la verdad, la culpa que el perdón, la acusación que la inocencia, el chisme que la realidad.

En el otro lado está la niña, que también ha sido una víctima en todo este andamiaje de maldades. También para ella el daño está hecho porque difícilmente una niña de 15 años tenga la madurez emocional para manejar las secuelas de una situación de esta naturaleza.

La carta que la niña dirigió al padre, leída en una audiencia, expresaba el drama humano por el que estaba atravesando pues concluía diciendo: “Padre yo sé que es un poco tarde, pero perdóneme. Yo voy a ayudar en todo lo que pueda para que todo salga bien. Yo estoy sufriendo más que usted aunque no lo crea. Perdón, perdón, perdón”.

Están pendientes otros casos de mayor relevancia que este y espero que la justicia continúe trabajando y si resultan ser culpables que paguen por sus hechos. En cuanto al padre Cordero, más de diez audiencias públicas en todo un año son un soporte que socavan cualquier intención aviesa de atribuir componendas o injerencia de la Iglesia.

Su decisión final habla mejor de él que quienes lo detractaron. Cuando me llamó para comunicarme que había sido declarado inocente le pregunté que si pensaba demandar a esa familia y sus palabras fueron estas: “No pienso tomar acción judicial pues a esa niña ya le han hecho un daño muy grande. Lo único que puedo hacer es perdonarlos y seguir adelante”.

Su perdón le hará un bien enorme a esa niña, sin embargo una pregunta seguirá latente por muchos años ¿Quién repara los daños?