Al asesinato de Emely Peguero hay que darle varias miradas. Porque este tipo de casos, tanto por el hecho en sí como por la manera en que las masas lo asumen, dicen mucho sobre la sociedad en que acontecen. Sin dudas es un crimen horrendo que, dada la premeditación y total falta de humanidad con que fue perpetrado, merece el más contundente de los castigos. Igualmente, está bien la movilización que ha generado lo cual muestra que el dominicano es un pueblo con sentido de justicia. Pero más allá de eso, que es obvio por evidente, considero que debemos profundizar desde una perspectiva que vaya a las cuestiones de fondo, esto es, las causas que subyacen a este caso tan lamentable.
De ahí la pregunta que de título a esta reflexión, ¿quién mató a Emely? Para responder dicha interrogante, considero, debemos reenfocar la cuestión. Los medios dominicanos, y el contenido que reproduce la gente en redes sociales, centran la discusión en que se castiguen duramente los asesinos de Emely. Lo cual es normal y en principio está bien. Sin embargo, enfocar el asunto como uno de castigo por sobre otras consideraciones más de fondo, es quedarnos en los efectos sin atender lo realmente importante que son las causas. La sociedad dominicana, con sus altas dosis de moralismo y emocionalidad, tiende a ver las cosas solo en cuanto a lo que generan, es decir, sus efectos sin reflexionar acerca de sus causas fundamentales (lo que exige una mirada estructural no moralista ni emocional). El caso de Emely, visto en perspectiva de sus causas de fondo, no se trata de castigos. Se trata, más bien, de que nos preguntemos sobre el modelo de sociedad en que vivió Emely que fue, a su vez, donde quien la mató aprendió los valores e ideas de los que se sirvió cuando entendió que debía actuar como lo hizo.
En ese contexto, la respuesta a la pregunta es que a Emely, en términos de causas, no la mató su novio sino que, primero, la mató el modelo de sociedad en que vivió. Una sociedad machista que enseña a los muchachos desde pequeños que la mujer es propiedad del macho quien tiene derechos de posesión sobre su cuerpo, vida y emociones. Y que, en tanto su posesión, la mujer es del macho o de nadie. Con ello, se construye un imaginario, sustentado por una base material de pobreza y falta de oportunidades para la mujer que en la mayoría de los casos depende económicamente del hombre, donde la violencia machista se naturaliza como normal. Es decir, si un hombre “mantiene” su mujer y le da para el salón (en la cultura dominicana el salón de belleza es casi una entidad sagrada) se justifica que si ésta “le falla” la agreda o mate. ¿Cómo fulana le pegó cuerno a ese hombre si era tan bueno con ella?, así se preguntan familiares y amigos de muchas dominicanas asesinadas por sus parejas. Cuando dicen “bueno con ella” se refieren a que la mantenía. No importa que abusara sicológica o físicamente de ella, si “la mantenía” “era bueno”. A Emely la mató ese machismo naturalizado.
Segundo, la mató una religiosidad atrasada y tercermundista que impide que en el país se imparta, desde el Estado, educación sexual para enseñar que una sexualidad responsable y bien orientada no es nada malo. Enseñar a entender su cuerpo a los jóvenes de forma que, conforme adquieran madurez, se descubran en cuanto a sus preferencias y perspectivas sexuales sin mitos embrutecedores ni creencias primitivas propias de tiempos pasados. De ese modo, puede la gente ejercer una sexualidad saludable y enriquecedora de la experiencia vital. Pero la mayoría del pueblo dominicano asume una religiosidad basada en miedos, obediencias e interpretaciones infantiles de pasajes bíblicos que empobrecen el ser y reducen lo diverso del mundo y la vida a dos o tres ideas fijas que lo “explican todo”. Esa religiosidad, que determina en buena medida el hacer y pensar colectivo de los dominicanos, también mató a Emely.
Tercero, la mató un país deshumanizado, híper materialista e insolidario que no mira al del lado a ver cómo está. Cada quien lo que procura es su sobrevivencia por encima de cualquier criterio de interés colectivo o ética ciudadana. Una sociedad de pobres que adulan los ricos por ser ricos y que, en la búsqueda de ser mediante el tener, tomando como referentes a los que tienen, ven al del lado como un instrumento para sus intereses y no como un hermano que siente y padece, que está-ahí, con quien construir juntos lo mejor para todos. Así, se concibe al otro como una competencia no como el otro que respetar y considerar. Ese país sin humanidad y perdido en un materialismo obsceno que propagan los medios y figuras mediáticas que los pobres toman como modelos, mató a Emely.
Por último, a Emely la mató el gobierno dominicano. Ese gobierno controlado por unas élites dirigentes y dominantes depredadoras que han hecho del erario público un botín privado de las minorías de arriba en desmedro de las mayorías de abajo. Que es incapaz de asegurar instituciones humanizadas, eficientes y funcionales orientadas, sobre todo, a los que menos tienen. Quienes precisan ayuda y oportunidades para salir adelante en medio de la adversidad. Un gobierno vulgarmente politiquero y clientelar que asume al pueblo como clientela de los que tienen poder y no como sujeto de derechos. A Emely la mató ese gobierno.
En definitiva, la mató su sociedad: una sociedad que mata mujeres y niñas casi a diario, que pisotea al pobre mientras le remodela cárceles a los ricos cuando caen presos por ladrones, que endiosa la superficialidad que proyectan los medios con sus “megadivas” y tigueres llenos de joyas, que convierte el violar las normas en un valor, que presenta las mujeres como objetos vacíos del deseo sexual del macho y que rechaza la cultura y el contenido. A esa muchachita risueña, llena de vida y sueños, que como cualquier jovencita de su edad lo que quería era ser feliz, la mataron todos los que directa e indirectamente promueven esta sociedad realmente enferma. Por Emely y las que tristemente seguirán muriendo, construyamos otro país donde todas y todos podamos vivir mejor. ¡Se puede!