La campaña electoral presente -y otras anteriores- ha soltado la lengua de muchos autodesignados voceros de los “valores cristianos”. Apandillados en torno a ciertos líderes “cristianos” cuyos negocios con el Estado se revelan fácilmente, es menester reconocerles como todo dominicano y dominicana el derecho de tener su simpatía partidaria, pero es perverso que su pulsión facciosa la tiñan de religión. Algunos más osados, y con alto grado de estulticia, se presentan como candidatos a diferentes puestos con el único mérito de que son “cristianos”.  No faltan avivatos y avivatas que se visten de “valores” para su campaña por un puesto, sin ninguna propuesta racional, salvo el deseo de tener un jugoso salario por los próximos 4 años.

Hablar en nombre de Dios es una función que coloca a quien lo hace entre la santidad y la simonía, entre la Fe y la esquizofrenia. Como tantas veces se ha dicho, basado en el Evangelio, los frutos nos dirán cual era profeta y cual vocero del mal. Hace poco más de quinientos años un fraile dominico en nuestra isla proclamó “… soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla…”. Y esa voz, que demostró ser precisamente la voz de Dios, enfrentó a los encomenderos españoles que explotaban a los tainos. Montesinos, en lugar de defender a los “cristianos” españoles, defendió la dignidad humana de los “no-cristianos aborígenes”, mostrando que el verdadero Dios defiende al pobre, al explotado, a los marginados. No es un Dios religioso (…misericordia quiero y no sacrificios…), no está del lado de nuestras estructuras sociales, económicas o políticas, no es garante de nuestros privilegios y prejuicios, está del lado de los que sufren, como el buen samaritano, el padre del hijo pródigo o el pastor que busca la oveja perdida.

Y estos frutos que provienen del Espíritu Santo, y no de los maléficos beneficios de que viven estos voceros, los volvimos a ver en la valentía de nuestros Obispos que enfrentaron a Trujillo en enero del 1960. Y enfrentando a la bestia, poniendo en riesgo sus vidas, proclamaron que: “…la raíz y fundamento de todos los derechos está en la dignidad inviolable de la persona humana. Cada ser humano aun antes de su nacimiento ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado. Son derechos intangibles que ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación”. Porque la dignidad humana abarca desde su concepción hasta su muerte natural, sin importar su raza, género, religión o nacionalidad. No puedo amar los dominicanos y odiar a los haitianos (como afirmó Bosch en 1943), no puedo luchar en contra del aborto y explotar a los trabajadores que laboran para que me enriquezca, no puedo defender la pareja heterosexual y ser indiferente a las miles de niñas y jóvenes pobres que son violadas diariamente en nuestros barrios.

Si quienes se cierran en escandalizarse únicamente por los homosexuales y los abortos, no fueran hipócritas, también rompieran sus vestiduras por los salarios de hambre, por el maltrato a los migrantes haitianos, por el infierno que viven nuestros niños más pobres, por el abandono de los ancianos, por la corrupción que roba a todos recursos para beneficiar a unos pocos en la cúspide el poder político. La dignidad humana es para todos y esos seis obispos si estaban inspirados por el mensaje del Evangelio.

“…todo hombre está ordenado a la procreación y a la vida social, puesto que así es como logra alcanzar su perfección y su fin último, que es Dios. De aquí, el derecho a formar una familia, siguiendo cada cual, en la elección del cónyuge respectivo, los dictados de una sana conciencia, recta y libre”. Cuantos jóvenes que no tienen como formar una familia, cuantas mujeres solas cuidando a sus hijos porque el padre de ellos la dejó sola, cuantas mujeres que sufren de la violencia de quienes deberían amarla. ¿Quién habla hoy por ellos y ellas? “De aquí, el derecho al trabajo, como medio honesto de mantener el hogar y la familia, y del cual no puede privarse a nadie”. ¿Ninguno de esos “cristianos” cuestionan la estructura de salarios y la seguridad laboral, la falta de una pensión digna y servicios de salud de calidad?

“De aquí, el derecho a la emigración, según el cual, cada persona o familia pueden abandonar, por causas justificadas, su propia nación para ir a buscar mejor trabajo en otra nación de recursos más abundantes o gozar de una tranquilidad que le niega su propio país”. ¿Defenderán ese derecho quienes desde su rol de pastores muestran un antihaitianismo propio de Lucifer? “De aquí, el derecho a la buena fama, tan estricto y severo que no se puede pública o privadamente, no solo calumniar, sino también disminuir el buen crédito que los individuos gozan en la sociedad bajo fútiles pretextos o denuncias anónimas, que sabe Dios en qué bajos y rastreros motivos pueden inspirarse”. ¿No es eso lo que hacen cuando valiéndose de sus funciones religiosas difaman a candidatos contrarios a sus apetitos personales? Mientras defienden la inmundicia de corrupción cuyo calor los cubre generosamente. ¿No son esos bajos y rastreros motivos?

Lo cierto es que el pueblo dominicano es más inteligente que esos lobos disfrazados de ovejas. En las elecciones del 2016 los dos candidatos más votados, alcanzado juntos poco más del 95%, fueron ferozmente atacados por estas turbas de fanáticos y quienes usaron la religión como señal de su candidatura quedaron ridículamente disminuidos a un punto porcentual. En América las presidencias de Trump y Bolsonaro que subieron aupadas por corrientes “cristianas” han promovido la muerte y miseria de sus pueblos. Ruego al Dios de la vida nos siga cuidando de semejantes “Caifás” dominicanos.