Tengo muchos buenos y viejos amigos. Eso me hace sentir satisfecho. Dos de ellos llegaron a mi casa una mañana muy temprano con intención de dispensarme una visita por aquello de que mis días estaban descontando un proceso regresivo de peligrosa estancia que yo desconocía. Y vino un ofrecimiento, con la calculada timidez. El zar regional suroestano podía ayudar, solucionarlo todo, como lo hizo con otro amigo al que le cubrió todo el procedimiento (bastante caro), para intervenir una zona afectada de cáncer. No quise que de allí saliera la solución porque quería conservar mi dignidad, que no extirparan mi vergüenza.

Cuando partieron los amigos reflexioné sobre los "rasgos humanitarios" de los políticos que con el dinero ajeno hacen y deshacen destruyendo personalidades, humillando sensibilidades, aprovechando decaimientos, desesperaciones, angustias y temores… Y efectivamente, ahora me dicen que hay todo un documental donde mi amigo, quizás ya curado del cáncer de colon, es un indigente humillado por las circunstancias a las que el permitió servir…

Pasó el resto del día y revisé de nuevo la prensa. Muy pocas páginas estaban libres del efecto compra y venta política. Hasta los colores con que está pintada de JCE son una agresión. Y todo era y sigue siendo tan contradictorio. Los que han hecho tan extraordinario gobierno en 8 años no logran convencernos de esos logros y necesitan hacer derroche para agregar puntajes dudosos en encuestas aplicadas en lugares preseleccionados para mentirnos con los ascensos y descensos en la supuesta popularidad de los contendores.

La viñeta del ex combativo caricaturista de un popular medio gratuito, que los lunes vendió su página de opiniones al averno, lo decía todo. El grafismo contextual, la imagen central, el texto genérico, las características ambientales y la intención percepcional, dejaban al vidente o lector, una bocanada de mariguana envenenada. Una introducción lo explicaba muy claramente: "Históricamente ya podemos estar de acuerdo con una cosa: Los políticos se dividen en dos… Los corruptos que dejan obras y los corruptos que dejan problemas".

Dos lecturas se desprenden del texto. Una realmente histórica que nos repetían (entre 1973 y 1996) de que los dominicanos éramos o teníamos que ser, o corruptos o peledeistas.

La otra, desgarradoramente histriónica, apelando a las paráfrasis del contenido utilizado, eructaba sin vergüenza el mismo texto pero reinterpretado, porque esta vez los corruptos eran (no éramos) todos, los peledeistas (aunque construyeran) y los que dejan problemas (que cuidadosamente no fueron identificados porque ahora los hay -siendo dominicanos y del mismo grupo en el poder- en Colombia, Panamá, Haití, Perú (que no se nos olvide este), y quién sabe si en Miami, La Habana, Madrid y donde sea…

Obviamente que le faltó objetividad para citar el año 2003 y así pretender, una vez más, ofrecer la patraña diluviana del fin del mundo tras los aguaceros de Gurabo.

Pero ya de tantos datos, la gente aprendió a datar. Nadie se traga la enema de los porcentajes sobre corrupción, por ejemplo, a la que una desprestigiada empresa encuestadora le asigna un 15.5% como queja pública pero sin embargo, al desempleo le pone 54.5, como para hacernos creer que lo que necesitamos es un sueldito y no la reorganización de un Estado mafioso que moral y éticamente ha hecho corroer los cimientos de la democracia llenándola de lacras y mendicidad.

Lo que menos nos gusta a los dominicanos es trabajar, por eso se ha permeado la sociedad. Los eventos cerveceros y las frivolidades nos lo recuerdan a diario. Hacerse político siendo solo un atrevido y desvergonzado es suficiente. Hasta los obreros son haitianos y centroamericanos. La enseñanza se fue al carajo ya hace mucho y con ella la moral y cívica. De allí la debacle social que saluda la corrupción como símbolo patrio al que solo le falta himno porque bandera y escudo, de fúnebre color, tiene de sobra para botar (no para votar).