Tener un trabajo con salario por encima de la inflación, comer tres veces al día, vivir en una zona de 24 horas de ¨luz¨ y pagar colegio privado no hace a nadie clase media. 

La ascensión social y económica sin ascenso cultural es evidencia de una dicotomía conceptual en el progreso de un país que por añadidura mantiene una población analfabeta que desdice cualquier idea de progreso. 

Clase media es la que mueve cuenta bancaria, tiene tarjeta de crédito, hace viajes de placer al extranjero, planea comprar un nuevo vehículo, va un fin de semana a un resort, no depende de un seguro médico, gasta el equivalente a un salario mínimo de compra en boutique, es decir es aquella que no depende de un salario por encima del costo de la canasta familiar. 

El crecimiento económico está divorciado del crecimiento cultural, y el consumo de cultura está asociado a un auténtico progreso integral (como educación adecuada y de calidad, por ejemplo). 

La clase media dominicana es la axiomática elite cuyo ingreso per cápita ronda los 200 mil pesos mensuales. 

Pero hay otra: la clase media de que habla la clase política gobernante, cuyos valores, proyectos y  aspiraciones son diferentes tanto de los ricos como de los más pobres dominicanos.  Integrada por militares y policías, empleados públicos,  profesores, trabajadores autónomos y pequeños empresarios. 

Esa clase media tan apetecible para los políticos es la que cambia la cara del gobierno cada cierto tiempo con el único objetivo de mantener una existencia parasitaria.    

Es una realidad muy cruel que señala la verdadera dimensión de la desigualdad y la inequidad.