Altos niveles de desempleo, pobreza, una sensación omnipresente y aterradora de inseguridad ciudadana: esa es nuestra realidad. Para cambiarla, hay que conocerla y conocerla implica saber quién decide.

¿Quién decide vivir con sueldo mínimo? ¿Quién decide no encontrar empleo o no calificar para uno que le permita vivir una vida digna, merecedora del auto respeto? ¿Quién decide tener que moverse por las calles de este país con temor a ser víctima de un atraco?

Mientras unos pocos afortunados vivimos acomodados, muchos otros libran una batalla titánica contra la pobreza, a pesar del “crecimiento económico,” del “gobierno con el oído puesto en el corazón del pueblo,” de la “estabilidad macroeconómica,” del “progreso.” Y como si no bastara, los menos entienden que lo merecen todo y como todo termina en una discusión sobre la naturaleza limitada de los recursos, en la práctica, eso significa que los muchos no merecen.

“Yo merezco” es una actitud muy común en países desiguales como el nuestro donde no existe un orden social que fomente la vida colectiva. Es común en países cuyos ciudadanos piden mayores oportunidades en lugar de exigir la garantía de sus derechos. Es común en países donde no existe el Estado o donde el gobierno es el Estado y vive a costa de las pobres condiciones de vida ciudadana, convirtiendo en poco tiempo a sus funcionarios en parte de los menos.

Sucede, que en un Estado de derecho nadie merece; partiríamos de lo común, de lo humano. La vida digna no estaría reservada para aquellos que pagan por consumir en el salón VIP, no estaría reservada para aquellos con capacidad de costear una educación “elite” cuyo valor real aproximaría más al precio de una buena escuela pública gratuita. Sencillamente, nadie merecería. Todos tendrían el mismo derecho y por tanto deberían poder decidir ser dueños de sus propios destinos.

La pobreza es lamentable y humilla, pero no es una decisión propia. La pobreza es el resultado directo del legado político que nos han dejado los partidos tradicionales dominicanos. Es el resultado de un gobierno corrupto tras otro; es el resultado de las políticas públicas equivocadas, o peor aún, el resultado de la carencia de políticas de Estado.

Entonces, ¿quién decide?

 

Samuel Bonilla | @sbonillabogaert | se.bonilla@gmail.com