En los actuales momentos existen fuerzas partidistas que emborrachadas de triunfalismo están pecando de un exceso de optimismo que raya en el infantilismo político. Se trata de un optimismo y una exagerada conciencia de autosuficiencia que no se corresponden con sus resultados convencionales. Porque si extrapolamos estos resultados al mercado electoral dominicano las conclusiones rondarían los bordes del pesimismo.

La objetividad de los votos contados y los números reales obtenidos deben de haber dado uno de esos sacudiones que despiertan bruscamente a quienes estaban entregados a sus sueños electorales aterciopelados; deben de haber ayudado a caer en cuenta de que padecen de una anemia política de origen que solo se cura con revitalizantes probados y efectivos que potencien sus posibilidades electorales.

Reconocer que se sufre de debilidades extremas consustanciales a la inmadurez y de una ausencia de una ideología cohesionadora como el pensamiento peñagomista, requiere de un ejercicio de humildad política que deje atrás la sobrevaloración propia y que también conlleve el abandono de la subestimación de otras fuerzas, algo que a veces es difícil de lograr cuando los egos se inflan con el helio de la arrogancia y la vanidad.

Hay partidos y políticos que en estos momentos pueden parecer que ascienden como un globo, ganando alturas artificiales para desde ellas mirar desdeñosamente a otras fuerzas, sin darse cuenta que la misma ligereza que lo ayudó a subir es la misma que los puede hacer explotar en las alturas por no pertenecer a ellas, como le sucede a los globos mal preparados que estallan al no poder resistir el calor ni la presión.

Para vencer al peledeísmo corporativo hay que buscar aproximaciones políticas en base a coincidencias y objetivos comunes, lo cual requiere desinflar los egos hinchados que impiden abandonar las nubes de la sobreestimación y aterrizar en la realidad.

La unidad debe darse en base al respeto y al reconocimiento del potencial de un partido que no por casualidad ocupa el número uno en la casilla de votación; un partido que es de todo el pueblo dominicano. Ese partido está hoy presidido por el Ing. Miguel Vargas, quien se ha mostrado proclive a allanar el camino para que la oposición se una como un bloque monolítico. La unidad de la oposición, para constituirse en verdadera opción de poder, debe orquestarse alrededor de unas siglas que tienen 76 años de enraizamiento en el consciente y subconsciente colectivo de la comunidad política del país.

Setenta y seis años de incidencia histórica y gravitación en la conciencia nacional no se pueden desconocer ni tirar al olvido así por así, por eso el Partido Revolucionario Dominicano es el más indicado para encabezar la Unidad Nacional Opositora, (UNO). El más llamado por el respeto que impone su edad y peso político.

El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) por ser el más viejo del país, por ser un actor de primer orden en la historia política nacional, por ser el que más grandes aportaciones ha hecho a la democratización del país, por ser el partido que más se parece al pueblo dominicano, debe ser el centro motor de la unificación de la oposición.
Podrán existir débiles de mente y conciencia que se pasen a otras aceras, pero nunca podrán trasvasar a otra formación política el glorioso historial del PRD, porque eso pertenece al partido blanco y eso se queda entre los perredeistas como un patrimonio exclusivo.

En un contexto en que de boca se proclama que se trabaja para articular la unidad de la oposición, se le rinde un flaco servicio a la causa si en los hechos se busca la succión de parte de la militancia y la dirigencia ajenas; conspira contra la factibilidad y la necesidad de forjar la formación de una gran alianza opositora si se canibaliza la competencia política deglutiendo a otra entidad a la que se busca empequeñecer para llevarla a su mínima expresión.

La constitución de un gran frente opositor que concurra unido a las elecciones parar derrotar al peledeismo gobernante no se puede forjar desde una “posición engullidora” y fomentadora de divisiones y enconos.

La gente que hay que sonsacar para articular el proyecto de la Unidad Nacional Opositora, (UNO), son las que están atrapadas en las redes clientelares del gobierno, convenciéndolas de que con nosotros les espera algo mejor que una tarjeta Solidaridad, algo mejor que una fundita con cinco libritas de arroz y tres latitas de pica pica. A quien hay que sustraerle votos, gente y fuerzas es al continuismo pelediano, en vez de regodearse de manera pública con el devoramiento de fuerzas afines.

Por eso, para no desinflarse en el aire, en plena altura, para que el ascenso no se convierta en una estrepitosa y dolorosa caída por la falta de un sólido sostén político, es necesario que la alianza opositora se dé alrededor de unas siglas que representan un sentimiento anclado en el alma nacional y de un jacho prendio que alumbra el camino de los desheredados de la fortuna.