Relatando una visita del Presidente Luis Abinader a la Zona Colonial de la Ciudad de Santo Domingo ocurrida al anochecer del 3 de septiembre, la reportera Soila Paniagua refiere que durante el recorrido el Presidente “sostuvo que conocer la historia de la Ciudad Colonial es conocer la historia del país, ya que es una parte emblemática del país que resume historia y cultura en cientos de lugares.”  (Periódico Hoy, Santo Domingo, edición digital, 4 de septiembre del 2021:  https://hoy.com.do/presidente-abinader-recorre-calles-de-la-ciudad-colonial/  .)

El comentario presidencial citado probablemente reconfortará a algunos ciudadanos admiradores del patrimonio monumental conservado en la zona-intramuros de Santo Domingo, pero por su simpleza histórica y por sus posibles implicaciones, viniendo de un presidente, opino que merece comentario aclaratorio de parte de los historiadores y de quienes se preocupan por el pasado colonial dominicano como una realidad compuesta por una multiplicidad de nuestros antepasados de los cuales todos merecen ser recordados y tomados en cuenta, superando la tradicional percepción reduccionista que con frecuencia, inconsciente o conscientemente, condena a muchos de ellos a un olvido y silencio (que es lo mismo que decir ninguneo y discriminación) sistemáticos.

Hay que ayudar al Presidente Abinader a construir una mirada (y con ella, una valoración) del patrimonio monumental colonial dominicano que no se limite a identificar y tratar la Zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo como la única “parte emblemática del país que resume historia y cultura” o como la única a la que, aún cuando se reconozca implícitamente que existen otras, se le provea en la práctica una atención y una inversión de recursos sistemáticas, planeadas,  y valorizantes.

Insistimos en que para los que somos “ciudadanos de a pie” y como tales vivimos normalmente distanciados de las instancias y ambientes del poder político y con capacidad para interactuar con un Presidente, la única referencia que tenemos para apreciar y entender sus percepciones como con-ciudadano elegido para gestionar el conjunto de la cosa pública de todos (incluido el patrimonio histórico), son sus palabras y sus actos.  Los mencionados comentarios del Presidente sobre el patrimonio monumental colonial, por lo tanto, no debemos considerarlos a la ligera, porque implican lo que el Estado bajo su dirección esté dispuesto o no a hacer respecto a ese legado constructivo dejado por nuestros antepasados durante los trescientos años iniciales de historia dominicana, los siglos coloniales.

Alguien tiene que recordarle al conciudadano Luis Abinader que necesitamos, como sociedad-nación, actualizar y democratizar nuestra valoración (y por tanto nuestras conductas y también nuestras expresiones, privadas y públicas) relacionadas con nuestro legado monumental colonial, entendiendo (y actuando en consecuencia) que todas las construcciones monumentales coloniales que han logrado sobrevivir en la  Ciudad de Santo Domingo de los siglos XVI al XVIII, y que sin duda constituyen tesoros arquitectónicos e ingenieriles dignos de admirar como tales, constituyen solamente una sección, un aspecto, de un legado-conjunto mucho mayor del que eran parte y sin cuyos otros componentes (a los cuales nuestra sociedad-cultura sigue silenciando y ocultando) simplemente no hubieran podido existir.  Ese conjunto lo constituyen todos los restos-monumentos de instalaciones y construcciones de las actividades económicas, en su mayoría rurales, que le dieron sustento fundamental a la ciudad capital colonial Santo Domingo y a todo lo que se construyó en ella, generando y haciendo circular en ella recursos y capitales que se invertían en construcciones, sustentando la vida y actividad de todos sus sectores sociales y, más particularmente contribuyendo los múltiples impuestos con los que se financiaban todas la edificaciones públicas-gubernamentales y eclesiásticas.

En otras palabras, hay que recordarle al Presidente Abinader que las edificaciones de la “Ciudad Colonial” son la otra cara de una moneda-sociedad colonial dominicana conformada por todas las edificaciones coloniales rurales (“de tierra adentro”) cuyos restos siguen milagrosamente visibles (aunque muy destruidos por el tiempo y el hipercentralismo estatal tradicional) en múltiples provincias dominicanas, y que son la otra cara sin la cual no se puede ni entender ni explicar (en lo absoluto) el patrimonio monumental de la Ciudad Colonial a la que el Presidente, como se desprende de sus múltiples declaraciones, ve no solo como un legado digno de exaltación sino como un recurso de considerable potencial económico tanto privado como público.

Otro símil posible sería para ayudar al Presidente en esa necesaria revaloración y actualización seria plantearle que las hasta ahora olvidadas estructuras monumentales coloniales de las provincias dominicanas (Santo Domingo, Monte Plata, Sánchez Ramírez, Santiago, Puerto Plata, La Vega, San Cristóbal, Azua, San Juan de la Maguana, El Seibo, La Altagracia…) son, históricamente, las hermanas siamesas de las edificaciones que tuvieron la suerte de ser mejor conservadas en la sede amurallada y mucho mejor vigilada de la capital colonial, y a las que estuvieron vinculadas por una relación de estructura económica que solo la ignorancia del pasado histórico colonial completo dominicano impide ver desde los ojos y la sensibilidad de nuestra contemporaneidad.

El oro, la cañafístola, el azúcar, el gengibre, el tabaco, los cueros, el sebo, el cazabe, los tasajos y todo lo que se produjo en esos ámbitos rurales coloniales dominicanos (hoy provincias) por sus habitantes (en su mayoría empresarios esclavistas y trabajadores esclavizados) fueron los productos que generaron la riqueza con la que se construyeron todas las edificaciones de la Ciudad Colonial, y silenciar y seguir manteniendo en el más implacable abandono las estructuras constructivas donde se produjeron es a la vez una crasa deformación de nuestra memoria histórica (con lo que tiene de auto-engaño colectivo), un relato histórico tristemente distorsionado e incompleto que se les vende u oferta a los turistas tanto dominicanos como extranjeros y, cívica y culturalmente, una secular y gigantesca falta de respeto y marginación contra todos los otros dominicanos residentes de los ámbitos provinciales en los que se ubica ese otro patrimonio monumental y del que ellos son herederos y custodios directos, pero abandonados en esa responsabilidad a su suerte por un Estado que, sin embargo y sin embargo, se empecina en querer hacernos creer y sentir que todos, sin importar la localidad o región en que residamos, somos hijos de una nación-patria que nos ama y atiende a todos por igual.

¿Quién le va a explicar al Presidente Luis Abinader, entonces, que la política y la concepción cultural del Estado dominicano, y del gobierno actual, necesita urgentemente –si nos atenemos a lo que nos dice nuestro Presidente, y estamos de acuerdo en que sus palabras son una de nuestras guías– un replanteamiento básico, radical, de la valoración del patrimonio monumental colonial dominicano, una nueva mirada y entendimiento actualizados para los tiempos que vivimos, que proyecte hacia el patrimonio pasado colonial, hacia lo que construyeron nuestros antepasados coloniales, el mismo sentido de inclusión democratizadora que queremos para todas nuestras diversidades del presente, para todos los legados de todos los dominicanos de hoy en día, sea cual sea su clase social, su origen étnico-racial y el lugar geográfico del territorio dominicano donde residan?

Alguien tiene que ayudar al ciudadano Presidente Abinader a comenzar a apreciar y entender que la Ciudad Colonial de Santo Domingo, con todos sus monumentos, no puede ser objeto único y excluyente de la atención y las asignaciones presupuestarias estatales destinadas a promover (suponemos) la preservación de nuestra cultura y nuestra identidad criollas, y a la vez a usufructuar su justificado atractivo turístico mundial (porque nuestro patrimonio monumental colonial nacional tiene ciertamente significado histórico mundial).

Necesitamos, cuanto antes mejor, que el Presidente Abinader reconstruya (o lo ayuden a reconstruir, los que están en posición de hacerlo) su apreciación y su lenguaje sobre ese patrimonio monumental colonial dominicano, y que incorpore esa re-apreciación, esa re-visión,  a la gestión estatal que su gobierno dice querer hacer de ese patrimonio,  de una manera transformadora-renovadora-modernizadora que democratice y supere de una vez por todas las sempiternas marginaciones, olvidos, abandonos y negligencias que precipitan la destrucción imparable, hasta hoy mismo,  de nuestro patrimonio constructivo colonial más significativo y más representativo del colectivo humano de nuestros antepasados de ese largo período histórico: el patrimonio constructivo colonial de las provincias dominicanas que hicieron posible durante siglos, con su producción, la supervivencia de una capital colonial políticamente dominadora y gestora pero económicamente bastante parasitaria, y cuyo relato histórico, si se fuera a hacer y a compartir de manera más rigurosa y científica en nuestras vida educativa y cultural, tendría que ser menos mitificado y alabanciosamente inflado, y sostenido por una visión más modernizada y democratizada de nuestra historia.