Con un panorama político en recomposición, los actores políticos han privilegiado sus agendas personales. De quedar bien parados dependerán sus aspiraciones. En eso se nos pasan los meses sin que las fuerzas políticas organizadas se preocupen por incidir en temas que vayan más allá de lo político-electoral.
Un nuevo informe de Naciones Unidas coloca a Santo Domingo entre las ciudades más violentas del continente. La (in)seguridad es tema recurrente. Es la violencia visible y cotidiana que nos toca a todos. Del mismo modo, un estudio coloca a Santo Domingo como la segunda capital más desigual de América Latina.
La violencia es multifactorial. El movimiento regional es innegable. Sin embargo, en el país, los indicadores de crímenes violentos y homicidios aumentan radicalmente a partir del año 2003. La crisis bancaria redujo el ingreso real de los dominicanos y duplicó la pobreza. Más allá de la coyuntura, pesa el efecto de histéresis. Superada la crisis económica, nos queda el costo social. Aquella masa de personas excluidas de la “economía del progreso” -que brilló por 8 años- es la mancha indeleble de la administración Fernández.
Como político, el ex-presidente Fernández se jacta del crecimiento económico. Pero el crecimiento es el medio, no el fin. Crecimiento que es poco sostenible y sus resultados mediocres en tanto no sea incluyente. La repartición inequitativa del valor agregado tiene muchos elementos explicativos: la economía política (correlación de fuerzas), los motores del crecimiento, los efectos colaterales de la globalización, la estructura fiscal, las políticas públicas, las instituciones, entre otros.
En una sociedad en que el poder adquisitivo –y su exhibición- define quién eres y quién puedes ser, el empuje hacia la supervivencia se convierte en una olla de presión que encuentra su escape en la economía criminal y clientelar. Economías a las cuales es más fácil entrar que salir.
Mientras tanto, nuestra mirada no va mucho más allá de nuestro ombligo clasemediero. La desigualdad da privilegios. Esa violencia no molesta; no duele. No duele cuando los apellidos abren puertas, o cuando nuestras relaciones doblan normas y consiguen contratos. Ese quién-soy-yoismo que muestra que el subdesarrollo es antes mental que económico.
Pero nadie asume esa agenda. Los actores vigentes prefieren tomar posiciones como si el polígono central (y sus valores) fueran mayoría. Pretenden construir mayorías con temas de minorías; tratan temas estructurales desde lo partidista, y perdemos todos. La agenda por la justicia social no tiene voz en la oposición. Mientras no lo entiendan, no entenderán la popularidad del Presidente Medina.