La idea es pensar y expresarme sobre la vita e la passione di questa nostra cosa. Echar un vistazo reflexivo a cómo la humanidad, ese hommo oeconomicus, que así conceptualizó casi dos y medio siglos atrás Adam Smith a los hijos de aquel remoto Adán y de su hermosa Eva; acercarnos a ver cómo esa humanidad entera, cosa de 7.5 miles de millones de gente, está en mayor o menor medida resintiendo y resistiendo en su existencia el pandemónium de esta guerra, la del Covid-19. Es una guerra compleja, sin precedentes para las generaciones vivientes, que ha comprometido todo y ha descolocado a todos, urbi et orbi. Es la peste ésta. La cosa nostra global.
Llegó de improviso. Agarró al mundo y a todo mundo desprevenido y en mal momento: con autoridades lastradas, liderazgos enanos, credibilidades diluidas y muy vulnerada la generalidad de las capacidades para responder con eficacia a las urgencias impuestas por la plaga y a sus impactos habidos y por venir.
Dicho en clave criolla y de antes, a todos nos cogió asando batata. A los de aquí y a los de allá. Sí, así tomó a los mecanismos de la gobernanza global: a ONU y la generalidad de sus organismos o agencias especializados, a la Cruz Roja Internacional, al G7, al G5, al G20, al FMI, al Banco Mundial, a la misma OMS, a la OMC, a la OTAN, y todo un etcétera de superestructuras que por décadas se desarrollaron y han servido de soporte a la defensa, a la sostenibilidad de la convivencia y el entendimiento mundial, y a la gestión de respuestas coordinadas. La creación de sinergia para potenciar la eficacia de respuesta no ha tenido su momentum.
Y un agravante. Impera a diestra y a siniestra una especie de impotencia que embarga y agobia a la generalidad de los gobiernos nacionales. Tanto a aquellos que asumieron con la seriedad y de forma responsable la gravedad de la pandemia y, en la medida de las posibilidades, se pusieron a la altura de la circunstancia; pero igual, también a otros, los menos, por fortuna, que irresponsablemente, adoptaron posición negacionista y que, pronto, desafortunadamente, fueron refutados por la realidad y acabaron dando tumbos, rendidos y zambullidos en la crisis, con la enfermedad golpeando con fiereza a sus gobernados y el crujir y rechinar de dientes surcando de punta a punta los territorios. Brasil, Estados Unidos, España, Italia y Reino Unido son quizá los ejemplos de por qué no es dable jugar con la verdad ni en la vida personal ni en el ejercicio del poder.
Entrecogidos. ¡Esta es la palabrita! Pues describe con llaneza y claridad el estado de situación de los 7.7 miles de millones de almas humanas; pero también, de todo el entramado de la gobernanza de la crisis en su miltidimensionalidad. Inicialmente pandémica; pero, luego luego, económica, social, pico-emocional, política. Total.
El agravante es lo sombrío de la perspectiva de salida y del restablecimiento de la nueva normalidad. Pues en cosa de sólo unos tres meses (poco, más o menos) y al sol de hoy, el impacto ha sido duro y la situación esta como está: el bicho, o lo que sea, regado por toda parte en 188 países; y mal contadas, las personas afectadas rondan los 6 millones; y los matados, suman ya alrededor de 360 mil.
Esto, en una humanidad que cuenta con tal dominio de los secretos de la naturaleza, humana y no humana: muy lejos, por ejemplo, del panorama que se tenía cuando la pandemia de la llamada Gripe Española, 1918, la pandemia que mató un siglo atrás al menos 50 millones de gente en cosa de cuatro años; y por consiguiente, que esa humanidad se ha hecho de tantos recursos tecnológicos para proteger la salud y la vida de las adversidades propias de la naturaleza misma; y en razón de esto, era tan difícil creer que sobreviniera algo así tan de repente dañando a tanta gente en tan poco tiempo.
La perspectiva de salida es sombría. Hasta el sol de hoy no hay vacuna, ni cura ni medicamento, ni tratamiento cierto que elimine el virus del organismo humano. Las curas que venturosamente se registran son a tientas, probando y errando. Y por lo visto y leído, no es verdad que una salida efectiva y segura de esta crisis sea cosa que esté a la vuelta de la esquina. Los que saben de verdad, por su ciencia y experiencia de la cosa, proyectan la disposición de una vacuna, en un escenario razonablemente optimista que toma en cuenta los esfuerzos ingentes en proceso; según proyectan, y si bien nos va, tendríamos vacuna disponible y accesible para entre doce a dieciocho meses. Esto, siendo cautos y tomando en cuenta los esfuerzos acelerados e ingentes en función de ese objetivo.
Pero, ¡ojo! ¿Cómo no ponerle máxima atención a lo dicho por Ken Frazier, director ejecutivo de Merck, calificando como “muy agresiva” la meta de que en cosa de entre 12 y 18 meses se pueda ya disponer de una vacuna “efectiva y segura” que pueda ser aplicada a miles de millones de personas en bien de su salud y vida? Cuando se dice Merck se está hablando de la compañía farmacéutica y química más antigua, fundadada en pleno siglo de las invenciones, en 1662, 352 años atrás; con un liderazgo incuestionado en ciencia y tecnología enfocado en cuidado de la salud, en ciencias de la vida y en el manejo uso de los recursos de la naturaleza para tales fines. Está hablando una voz autorizada por la experiencia dilatada en producción de vacunas. Para la que producir una vacuna como la que todos pretendemos puede ser, a la luz de su experiencia, cuestión de años. Así no más.
En fin, en el escenario que sea y por lo visto, questa nostra cosa, la peste esta del Covid-19, va para largo. Y que mientras tanto, la adaptación se tendrá que imponer. Las relaciones sociales, en el sentido amplio del término, habrán de restablecerse, como diría el puertorriqueño, despacito. Como adaptándonos para convivir con el enemigo. Necesariamente, será un modo de vivir, de servir, de convivir, de trabajar y de desarrollar la vida viviendo a la defensiva. Medio mundo, en casi todo el mundo está apuntando a eso. ¿Cómo hacerle para volver a la nueva normalidad?
El quid de la cuestión es el establecimiento de protocolos para la adaptación a convivir con la peste esta, reduciendo lo más posible el riesgo de contagio. Establecer protocolos en lo personal, en la familia, en las instituciones públicas, en las empresas, en los espacios públicos. Establecerlos y reforzar la cultura de inspección, supervisión y vigilancia de cumplimiento. Hacerlo con disciplina militar y sin excusas relajantes. No hay de otras ni hay mañana. De ahora en adelante, la vida será a la defensiva. Cada quien, aquí y ahora, en actitud de batalla permanente, pues es la guerra y hay que librarla en todos los terrenos. Y la mejor manera de librarla, por ahora, es con cuidado.