¡Aquí estoy carajo!, con la pantalla en blanco, con dolor en las venas, con eso que llaman alma sin sitio, sin lugar donde abrigarse. Recuerdo esa noche, noche eterna, todo en calma, todo tranquilo, aunque con la sensación rara que me acompañó los días previos y ahí me llegó la notica, casi a la media noche, me dijeron que te habías ido. Me quedé igual que esta pantalla antes de iniciar estas líneas.
Guardo nuestras largas conversaciones, nuestra complicidad sobre cualquier tema hablado, nuestra confianza en hablar de tu vida, de tus cosas, de mi vida de mis cosas, el contenido de lo hablado es nuestro, así seguirá siendo amigo mío.
Te fuiste como hubieses querido, como deseabas que fuera, sin previo aviso, sin procesión alguna hacia el dolor, y yo me quedé en blanco, sin palabras, sin poder repetir durante largas horas que te habías ido. Lloré, lloro todavía tu ausencia, me duelen las venas, esas mismas que recorren mi cuerpo, cuerpo que fue recorrido por la llamarada de la noticia de tu partida esa noche.
Ya sabes que me tomé el vino blanco que había comprado para los dos con Miguelin, debía tomarlo, sentir que de alguna manera lo estábamos compartiendo tú y yo, como tantas otras veces. Me siento en el balcón y hago que conversamos, te veo en la silla en la que te sentabas cuando venias a casa, siempre el mismo lugar y siempre con sacos llenos de risas y cariño para mí.
Tus manos, tus trabajadoras manos, tus dedos, tus fuertes y hábiles dedos, tu mirada, tu asertiva curiosa e investigadora mirada, tantas veces tus manos y las mías juntas. Tu alma me adoptó desde que nos conocimos, siempre estabas ahí, siempre venías a mí, siempre había un encuentro, íntimo, casi siempre solos los dos, solos por las calles, solos en un colmado, solos caminando, solos en un restaurant buscado por ti para invitarme a cenar una noche de enero, no estuviste en mi cumpleaños y quisiste que lo celebráramos, restaurant al lado del mar, noche divertida, tu cara perdida en la gorra, tu gorra que acompañaba siempre tu cabeza.
El no poder crear en tu último tiempo, te devastó, que decir, como expresar lo que significaba para ti no poder entrelazar, transformar, darles vida con tus hermosas manos a objetos que luego se transformaban en parte de tu arte, pero siempre decías “bueno…, poco a poco”. ¡Mierquina! Cuantas vainas y aquí estoy, extrañándote, sintiendo que a esta ciudad le falta algo, que siento un hueco invisible en ella, que quiero ir a sentarme en tu lugar secreto del parque, ese que me compartiste una tarde de llovizna y que todavía no puedo, que me falta el coraje para poder ir sin ti.
Tony, mi querido, cuando no podías decir el poema o frase de turno en tu mensaje de contestador fue algo muy triste, no entendiste porque la señora del teléfono te quitó el tiempo de grabar tu mensaje, ahora eso que llamamos alma y que está dentro de mí, no entiende que no estés, y que este último poema sea tan triste.