Hace unos días cumplí mis primeros sesenta años. Confieso, sin jactancia, estar satisfecho, aunque no del todo realizado.
En El Caimito de Moca nací una madrugada de noviembre con los ojos bien abiertos. Esto, para comenzar desde el inicio a observar el Universo. El Universo particular y pueblerino, aclaro…
Querida, perdóname…
…un arbusto llamado bucare que produce las semillitas rojinegras llamadas peonías (mi abuela solía llenar las lámparas de gas con ellas), en la finca de enfrente un árbol frutal que daba carambolas, un rosario de cuentas en manos de una tía, un piso de barro extraño en Moca donde la tierra siempre está ennegrecida, un crucifijo colgando en la puerta de la casa, un libro de Rubén Darío en las dos manos de mi madre…
Querida, perdóname…
…el pilón de majar café que era exclusivo de mi abuelo, el cual tenía una herida en la nariz como apreciado tesoro de la guerra entre Bolos y Rabuses; el burro para café en medias, los montoncitos de cacao ratonero que olvidaban los obreros para que los muchachos, luego, pudiésemos recogerlos; las frutillas anaranjadas del cundiamor que se daban silvestres en las empalizadas de mayas, una niña que yo besaba sobre los sacos de afrecho que guardaban detrás de la capilla de madera, un libro siempre abierto que me atraía cual fruta prohibida (“La Noche quedó atrás”) y que aún no me permitían leer…
Querida, perdóname…
…unos uniformes de un Trujillo que borracho fue a pedir café amargo para mitigar el jumo, los ojos fríos del viejo Vicente de La Maza tan amigo del abuelo, el trillo que hicimos para no olvidar la ruta donde se encontraban los guineos, la tía loca llena de luces y recuerdos, las naranjas, los mangos, el caimito, la parcha y la guanábana; el chofer del carro público que al regresar de la capital se paraba a dejar bolitas de quejo y galletas mocanas, el viaje familiar para residir en Las Calderas, las pescas en el muelle de Ocoa, nuestro olvidado perro blanco (Lasie), las uvas de playas que nunca se acababan, los bollitos de yuca a los que decíamos “chulitos”…
Querida, perdóname…
…las primeras visiones cuando llegamos a Nagua surcada por tantos ríos y riachuelos, el patio cuando el mar lo convertía en playa, los cangrejos en el techo de la casa, Berto el buzo que era hijo de Macita, las brujas del Cumajón, Marcial, la bruja buena; la retreta debajo de la mata de gima, la Banda Municipal y su “Teléfono a larga distancia” que Sote y Sixto interpretaban con sus trompetas, las baquetas de “sica en cajeta” que tanto nos gustaban, las postalitas de peloteros, yo vestido de Cruzado (¿o Templario?) portando el estandarte, las hostias y el vino que al cura hurtábamos, los pleitos de sor Juana, el poema obligatorio al Tirano (yo soy Rafelito, el niño valiente, por eso me pongo el flú de teniente, para hacerlo el saludo, al señor presidente…”), una niña supuestamente encantada que se negó a crecer, mi amiga Rafaela que me enseñó a trabajar, y espiar, en la primera central telefónica que llegó al pueblo; los adorados biscuists de mi madre… y Magalis, la primera fruta viva que pude saborear…
Querida, perdóname…
…el viejo libro que al fin me permitieron leer, los nuevos libros de Vargas Vila que mi hermano me regalaba, los juegos a los vaqueros en el patio de los Jiménez, las dedicatorias que debía hacer en las serenatas que amigos muy adultos dedicaban a sus novias, la Sociedad Cultural Taína que hube de crear, el asombro por las aguas dulces en el medio de las saladas de la playa El Diamante, las fantásticas historias que escuchaba, escondido, contar a los mayores; los fantasmas antitrujillistas que hablaban de noche debajo de la cama de mis padres, los cuchillos hechos con flejes para vengar a un tío herido en un combate, el combate presenciado entre Armando Lazala y Cotico, ambos amigos de mi padre; la visita a mi casa del viejo Bosch que fue a procurar los pastelitos de Las Cabuyas que ya sólo mi padre sabía hacer, la reunión mía y de mi madre con Manolo Tavares Justo, las muchachas que se ahogaron en una playa de Matancitas, la iglesia de Matanzas que sobrevivió al maremoto…
Querida, perdóname…
… La China, primera fruta prohibida en mi vida y la segunda buena hembra; Marianela: el primer verdadero amor; Sharif y Luisa, las primeras vacacionistas conquistadas; la morena marina que por poco me mata, la navegación infantil en botes hechos con troncos de matas de guineos, las veladas que dirigía en el Colegio Belén, la expulsión del colegio por no poder pagar, la protección de las señoritas Adreína e Irma: profesora y directora de la escuela pública; mi declaración de comunista, mi rechazo al comunismo, el golpe de Estado contra Bosch, el viaje definitivo a la capital, el encuentro en Bellas Artes con el Teatro, los viejos y queridos profesores y los nuevos alumnos…
Querida, perdóname…
…una pianista llamada Asela que quise en un zaguán oscuro y luego en la sala de su casa, tres hermosas amadas definitivas hasta que duramos queriéndonos, otras difusas amadas que luego se escondieron o se fueron, luces en las escenas, vestuario de condes, mendigos y emperadores; militares insultando o golpeando a los artistas en Pimentel, la amenaza que nos hicieron en el Lago del Fondo de Haití, las desapariciones de Segarra y Guido Gil, la caída de Amín, el asesinato de Orlando, el fusilamiento de Caamaño y la añorada derrota a Balaguer; otra amada que surgía de la noche montada en corceles sudorosos, un ronco saxofón y un dulce oboe para la amada que siempre estaba en escenarios interpretando a Dafne o a la maestra Pasambú, una lanza asesina que sólo usaba en las tablas, una palabra, o un vocablo, que estaba destinado a convertirse en libro o en artículo; nuevos amigos, dos poetas, algún libro de Tolstoi y otro de Camus, un apretón de manos y el desprecio a la mentira… esas son las cosas que aún conservo en la memoria…
Querida, perdóname…, pero de ti… casi no recuerdo nada…
¡Telón!