(no un análisis, una descripción de lo que he sentido)
En la página 47 me visitaron las ganas de llorar y ese mood vaticinó el estado de ánimo para el resto del día. No es un libro para tristezas, o sí, no les puedo decir, no tiene sentido contarles la historia, solo expresaré aquello que surgió en mí al leerlo, al descubrir en una página cualquiera el lugar donde radica el misterio de lo escrito. Al leer, casi siempre el lector va adivinando un camino hacia el desenlace junto a lo vivido y a aquello que el autor va contando, sin prever que lo ha hecho con premeditación, sí, ha estudiado la manera precisa o las múltiples formas de afectar al receptor del mensaje.
Podría mentirles, decir no sé por qué me sentí así al rozar la página 47, si lo hiciera sencillamente dejaré en blanco un espacio que está destinado a recibir lo que sus letras han causado.
Hubo momentos en los que insistí en poner pensamientos en la cabeza personaje principal, quise gritarle, para que dejara de decir todo lo que siente, así tan simplemente, como si las palabras no pesaran, porque haciéndolo no revindica la posición de la mujer fuerte y autónoma en la que insisto situarme. Sus palabras son como troncos que golpean mi cabeza. Dice cosas que jamás diría o que pienso que nunca diría, aunque las sienta. Esa mujer suelta, así como si nada, el animal que vive dentro de ella; nosotras, las que no queremos parecer locas, lustramos las rejas a diario.
Mediante una narración poética, que es narración cuando vemos el libro como un todo y es poesía al leer cada frase como independiente, se desarrollan los hechos, o algo parecido; el autor crea un recuento de cartas que escriben unos amantes, expresando solo sentimientos y recuerdos… No sé si puedan entender, allí no van a encontrar eso de “había una vez” ni nada parecido, solo vivencias y añoranzas que afloran, se plasman, saltan del papel y así, en mi cabeza (o la cabeza del que lee) se va armando la trama, queda suspendida y mutando, con miles de finales (antes de conocerlo) y de escenas que no están en el libro, pero uno entiende que han sucedido.
No sé bien por qué uno insiste en predecir el final. Tampoco sé por qué siempre termino personificando al protagonista (la protagonista, los protagonistas) que en este caso es una/o. Este libro generó esa preocupación constante de verlo a lo lejos y pensar, ¿qué más podrá decir esa mujer que no haya dicho ya?
Aún no termino, solo quedan 10 páginas para llegar al verdadero fin, he tomado un respiro para permitirle a mis dedos que se expresen, hace días querían decir algo, alguna cosa sobre este libro que va dejando mucho más que música. Me confieso, ya leí los últimos párrafos. Ahora iré lentamente, saboreando la amalgama de sentimientos que quedan. Cuando termine, esta noche, voy a leerlo de nuevo.
“Me puedes creer que algo más poderoso que yo misma, el tramposo burlón de las palabras, le está diciendo en este momento todo esto a mis torpes dedos que desde hace tiempo ya no me obedecen cuando se trata de ti” (Queda la música, RRS, p.47)