El tráfico y el consumo de drogas han pasado a convertirse en una preocupación central de la sociedad dominicana, infiltrando los espacios públicos, la política, las fuerzas del orden, la masa civil, corrompiendo amigos y vecinos, invadiendo nuestros hogares, nuestra casa y nuestro cuerpo, violentando nuestra cotidianidad.

Los Figueroas y las Sobeidas abundan, y los políticos y militares asociados que nunca caen. La consolidación de nuestro status de plataforma internacional, así como los recientes crímenes asociados al narcotráfico en la zona del Cibao, en particular la ciudad de Santiago, indican el camino hacia dónde nos están llevando las políticas actuales en la cuestión de las drogas.

Fernando Henrique Cardoso, ex-Presidente brasileño y sociólogo brillante, se ha convertido en un importante activista por la descriminalización de las drogas, y no porque a sus 80 años de edad le interese incursionar en el consumo. Acompañado de personalidades como César Gaviria, Ernesto Zedillo y Mario Vargas Llosa, dirigió la Comisión latinoamericana de Drogas y Democracia (http://www.drogasedemocracia.org/). Recientemente estrenó en Brasil su documental Quebrando o tabu, del cual participan Bill Clinton, Jimmy Carter, Paulo Coelho, entre otros. Sus trabajos pueden servirnos de apoyo al reflexionar sobre la sociedad que queremos.

Nuestro modelo político en cuestiones de droga es de inspiración estadounidense (la guerra contra las drogas): destruir las plantaciones, desorganizar la producción, atrapar los traficantes y apresar los consumidores. Hay actualmente, en los Estados Unidos, aproximadamente 500,000 personas en prisión por consumo de drogas, en su mayoría pobres y negros. Al gasto de mantenerlos allí, convirtiéndolos en delincuentes profesionales, se le suman los gastos para hacer cumplir la ley (enforcement). Los EEUU han repartido dinero en Latinoamérica para luchar contra las drogas pero a la vez abastecen de armas a los narcotraficantes mexicanos con sus más de 12,000 tiendas de armas convenientemente ubicadas en la frontera. Los que pagan esa doble moral son las víctimas directas e indirectas del narcotráfico.

El pasado mes de Julio, el Presidente dominicano se declaró abiertamente contra la despenalización de las drogas poniendo como ejemplo a Colombia, que había terminado por vencer el narcotráfico, lo que no es del todo cierto. Fernando Henrique asegura, tras haberse reunido con el General Naranjo, uno de los protagonistas de la lucha colombiana contra la guerrilla, que a pesar de haber asestado golpes importantes a las FARC, consiguiendo en buena medida desarticular la guerrilla, la productividad de la coca ha aumentado. El negocio del narcotráfico genera más de 320,000 millones USD$ al año. La diferencia entre el costo de producción y el precio final es enorme. Los beneficios económicos justificarán el sacrificio, siempre existirán los interesados en los beneficios económicos. La desigualdad de oportunidades en sociedades como la nuestra proveerá mano de obra suficiente a negocios tan lucrativos. El General Naranjo dice que de poco sirve eliminar a un traficante porque inmediatamente uno nuevo lo sustituye. Las únicas leyes que los narcotraficantes no han conseguido violar, son las leyes del mercado. No se puede luchar contra las drogas sin un descenso de la demanda.

¿Cuál es entonces la propuesta? No confundir los objetivos. Es cierto que las drogas hacen daño, todas. Incluyendo el alcohol y el tabaco. Pero de nada sirve meter un adicto a la cárcel. El cáncer de pulmón no encuentra su cura entre las rejas. En las cárceles ya hay drogas, y ello no se ha conseguido controlar ni si quiera en las cárceles de máxima seguridad.

Existen múltiples razones por las cuáles las personas acuden a las drogas. En algunos casos se trata de periodos transitorios de crisis. Otros terminan por rendir su voluntad a las drogas, esclavos de algo que es más fuerte que ellos, condenados a un círculo mortífero. Son enfermos. Pero enviar un enfermo a la cárcel no lo cura de su enfermedad, sino que lo convierte en un criminal. Allí aprende otros crímenes para poder sobrevivir, o para conseguir la droga.

El miedo es compañero del sinsentido. Tomamos víctimas y victimarios por iguales, abarrotamos las cárceles con consumidores. Éstos sirven de escudo a los pejes gordos. Las autoridades pretenden estar haciendo algo por resolver el problema con hacer redadas en las fiestas los fines de semana y llevándose a todos los consumidores. Agudizamos los roces familiares generados por el consumo. Seamos al menos coherentes. Si hay cárcel para el consumidor, ¡cárcel con todo el que fume o beba!   Puestos en la balanza, ¿cuál será el mayor mal? ¿La lenta autodestrucción por el consumo, o la corrupción penitenciaria a las que los sometemos?

O bien podemos concentrar los esfuerzos en los que se llenan los bolsillos secuestrando la voluntad de nuestros amigos y familiares. La cuestión del consumidor no es penal, sino de salud. El consumidor necesita tratamiento.

Existe otra forma de tratar la cuestión. En Europa se busca más bien limitar el impacto del narcotráfico. En Portugal el consumo de todas las drogas ha sido despenalizado. En países como Suiza, Alemania y Canadá se han dispuesto salas de inyección segura dónde se controlan los riesgos de transmisión y de sobredosis. En Holanda se dispone de los famosos "coffee shops". El índice de consumo no ha aumentado. Sí tienen menores índices de violencia ligada al narcotráfico.

Hay que decir que la despenalización no es legalización. Despenalizar el consumo quiere decir que el consumidor no es un criminal. Legalizar sería hace legal, convertir el consumo en un derecho que el gobierno debe garantizar.

En Europa, a diferencia de nuestro país, sí se hace prevención. Las etiquetas adhesivas de "No a las drogas" no son prevención. La prevención implica un movimiento mucho más amplio que mueva los diferentes sectores de la sociedad.

La clase media educada es un sector importante del mercado de las drogas. ¿Si ellos no entienden que ellos financian el narcotráfico, y por ende sus crímenes, quién lo entenderá?

Nadie puede presumir de haber encontrado una solución al problema. Lo cierto es que hoy, con nuestro modelo, estamos atrapados en un callejón sin salida. Llenamos nuestras cárceles, la violencia aumenta, perdemos cantidad de jóvenes que podrían ser útiles si se integran a la vida productiva. En un artículo anterior expresé mis dudas sobre la despenalización total de las drogas, aún las conservo. Entre la guerra contra las drogas y la legalización total hay todo un espectro de soluciones posibles que no conocemos. Inexploradas. Debemos acercarnos al problema con estudios, no con miedos. Con lucidez, y no con pasiones. En más de un siglo de "mano dura", poco o nada se ha conseguido en el tema de las drogas. Se desarticula la guerrilla colombiana y los grandes traficantes se instalan en México. Como lo dice el mismo Fernando Henrique "Pensar en una sociedad sin drogas es algo utópico. Nunca ha existido. Ahora bien, se puede disminuir el daño que éstas hacen a las personas y a la propia sociedad".