Mucho y poco. Mucho, cuando se trata de un valor sociocultural, estético, histórico y teórico. Poco, cuando la misma quiere ser mercado, parcela, nombre, uso social, rencilla y solamente representación individual del crítico. La huella crítica de la crítica de arte está ahí, en su monolingüismo, en su campo (¿estrecho? ¿libre?) de subjetividad. En la República Dominicana de hoy la crítica, en todos los campos disciplinarios, le teme mucho a la resistencia social. El cuerpo que la representa esconde su cabeza. Se trata de un uso muchas veces personal. No quiere nada con el fundamento de su función. (¿Dislocación de un dispositivo, de una economía analítica, de un sentido, o, del sentido social?).

¿Qué es la crítica de arte para un pueblo como el nuestro? ¿Conoce este país, sus instituciones, el Estado, la escuela, los políticos, los intelectuales lo que es la crítica de arte o la crítica en general? Los críticos de arte no conocen el verdadero alcance intelectual de su oficio. Y no se trata de historia, theoria, arquè  o telos , especulación,búsqueda, fundamento o finalidad. En el país dominicano, lo que muchas veces sucede es la sustitución de una función y con ello la falsificación de una meta, de un horizonte, de un uso cultural, de una “contrariedad” de la reflexión.

¿Ironía de la historia o historia de una ironía? ¿Cuándo empezó a funcionar la crítica de arte como sentido de lo social en el país? No sabemos ciertamente. La visión de un sentido crítico atormenta (¡como siempre!) en el país. Fácilmente el crítico se convierte en un reseñista o periodista de ocasión, traicionando así su campo de operación, significación o interés. Los cuerpos, la pantalla, toda una tecnología que acomoda el sentir placer o goce desde el ámbito de la frialdad, concurren hoy en una lectura muchas veces vaciada o viciada por el uso megalómano y mitómano de un supuesto poder corrompido hasta los tuétanos, que ofrece “el arte” y a la vez lo niega como derecho y práctica.

La historia de los cambios e intercambios simbólicos ha tenido en este país muchos accidentes e incidentes. Basta con estudiar la línea de producción del sentido artístico local, para darse cuenta que el mismo se ha concretizado como adaptación, sentido de la oportunidad, reverencia, nombre extranjero, nombre falso, negocio, invención contextual y otros vicios que han obstruido, en muchos casos, el arte crítico y la verdadera crítica de arte.

El canon artístico dominicano se ha querido establecer, en nuestro caso, mediante intereses, imposturas, querellas de jóvenes contra viejos y de viejos contra jóvenes, de autoridades críticas, nombres extranjeros y falsos historiadores que quieren decirnos lo que es nuestro arte, lo que es o debe ser nuestra cultura. Se trata de un obstáculo que no ha podido explicar esa crítica de arte que organiza, dispone, decide, da permisos, acepta o rechaza el producto artístico en el país. Se trata, entonces, de los usos y vicios de la institución represiva, de la institución oficial como exclusión del otro, o de lo “otro”.

Hemos percibido a todo lo largo del proceso artístico y cultural dominicano la ausencia de una reflexión verdaderamente crítica, pues en nuestro caso la crítica de arte y el crítico de arte no dialogan con su sociedad, sino con los artistas que se han establecido sobre la base de un concurso, un negocio de la interpretación y un nombre muchas veces fabricado o prefabricado. Acomodado al nombre público de un sujeto y a su falsa jerarquía; ese crítico empresario, coleccionista vendedor, alcahuete, adquiriente de obras, fabricador de nombres y falsas empresas públicas y privadas; “escritor” de centenares de textos para catálogos, periódicos o revistas, está acostumbrado a “matar el arte”, a excluir la obra de su determinación histórico- social, en fin, está acostumbrado a salirse de la interpretación y de la historia cultural.

Si el crítico de arte de nuestros días se reconociera en el orden de una filosofía del sentido y de la alteridad, estaría capacitado entonces para escribir la historia del sentido y de la alteridad desde un compromiso dinámico con lo social. Pero el espacio de la subjetividad y de los intercambios simbólicos remite a bordes y centros de miradas que reclaman la verdad de la integración. El crítico de arte no es únicamente analista de cuadros, esculturas, fotografías, dibujos, instalaciones o acciones artísticas. Tampoco es solamente un sujeto adscrito o inscrito en una asociación nacional e internacional que agrupa a otros sujetos de igual o mayor condición. Su función y valor van más allá de la firma o la empresa, de su nombre o adscripción.

En efecto, la crítica de arte, como ya hemos visto, es un fenómeno ligado a la sociedad, a un espacio público o privado. Las articulaciones, reconocimientos y movimientos de la función crítica van más allá de la obra de arte alcanzando, de esta suerte formas, significados, valores estéticos y pragmáticos insospechables. El verdadero crítico de arte debe replantearse los puntos principales de su quehacer, tomando en cuenta la relación entre producto artístico, recepción y contexto. Las conjunciones, posicionamientos, reversiones, reconstrucciones o divergencias de toda crítica, conforman su naturaleza, funcionamiento y sentido.

Pensamiento, análisis de formaciones ideológicas, historia institucional, historia cultural, teoría y práctica de las esferas públicas y privadas, intersocialidades, interpretación y comprensión de lenguajes, le sirven de base a la crítica y a los críticos para redefinir cada vez más su lugar en la sociedad civil. Pero las estructuras del conocimiento cultural y artístico motivan una pedagogía y una crítica de los productos y productividades que aseguran el valor, la apertura y la formatividad del sujeto social.

Los procesos de formación intelectual en el país, deben ser estudiados por el crítico de arte para fundamentar su criterio especial o especializado, en un orden intelectual amparado en certezas y visiones socialmente contingentes. De ahí la importancia de nuestra pregunta que sirve de título a nuestro ensayo: ¿Qué vale la crítica en República Dominicana? Toda respuesta a esta pregunta merece en nuestro caso una reconsideración y autocrítica.