Además de ser el día después del concierto de Daddy Yankee o el domingo de un fin de semana largo para muchos, el 22 de septiembre fue el día en el que un ojo externo tocó tierra dominicana: el ojo del Huracán Georges, 1998. Más allá de las vidas humanas que se cobró y las pérdidas materiales, fue el catalizador para la Reducción de Riesgo de Desastres en República Dominicana. ¿Con qué se come eso?

Fuego, aire, tierra y agua. Los cuatro elementos que impregnan nuestro planeta tierra y, obviamente, también la República Dominicana. En equilibrio, crean maravillosos y diversos ecosistemas vivos como las playas de Punta Cana y Barahona, las cascadas de Samaná, las montañas de la Cordillera Central y las tierras fértiles del Cibao. Desequilibrados, estos elementos generan las amenazas naturales con una tétrica capacidad de destrucción. El fuego en exceso genera incendios que dañan la fertilidad de la tierra; el aire excesivamente fuerte es lo que le da la categoría a los huracanes; la tierra tiembla haciéndonos recordar que vivimos encima de ella y generando tsunamis capaces de acabar con la belleza costera; y la ambivalencia del maravilloso recurso agua nos vincula tanto a los daños por su exceso con inundaciones que matan y dañan infraestructura, como a los daños por su escasez que acaba con la agricultura y nos recuerda la importancia de cerrar la llave cuando nos cepillamos los dientes.

Inundaciones por Mattew

Por eso tenemos un recordatorio colectivo el 22 de septiembre cuando se conmemora el Día Nacional de Prevención de Desastres y Atención a Emergencias. Sin necesidad de entrar en debates políticos, ni socio-económicos del capitalismo, ni en conversaciones filosóficas sobre la insaciable sed de los deseos (consumistas) que nos construyen, el 22 de septiembre es un recordatorio de que dependemos de la naturaleza sin importar cuán desconectada de ella vivamos. La naturaleza sabe dar y sabe quitar, está de nuestro lado que generemos las capacidades necesarias para saber aprovecharla sin ahogarla.

En 2019, República Dominicana tiene un mayor riesgo de desastres que en 1998 porque tenemos más que perder: somos más habitantes, tenemos mayores bienes, infraestructura más costosa, un PIB mayor y más número de inversores temerosos de cualquier incertidumbre. El modelo de desarrollo del país no se planteó que entre 201-2019 pudieran darse dos sequías (14-15; 18-19) y cuatro Huracanes que se han desviado a países vecinos (2016 Matthew hacia Haití, 2017 Irma y María hacia Dominica y Puerto Rico, y 2019 Dorian hacia Bahamas). Por eso, al país se le dificulta seguirle el ritmo al cambio climático; sus efectos se desarrollan más rápido de lo que nos adaptamos. Indudablemente, los numerosos avances que ha tenido el país en gestión de riesgos de desastres son tangibles, sobre todo respecto a inundaciones y huracanes, pero sin un trabajo integral de todos los tipo de amenaza (fuego, aire, tierra y agua), República Dominicana, seguirá aumentando su propio riesgo de desastres con una capacidad que se aleja más de la resiliencia y se acerca más al de la suerte.

El 22 de septiembre nos recuerda que la suerte en algún momento se agota, y que está en nuestra capacidad liderar el proceso en la dirección adecuada y tomar las decisiones para enfrentar un futuro incierto pero con unos objetivos claros, al menos de aquí al 2030.