El vestir es una viva expresión de la identidad sociocultural de un pueblo y de su devenir histórico. Es un tema que para su estudio, deben ser tomadas en cuenta las influencias de los medios de comunicación, el desarrollo del diseño de moda en el país y en el mundo, los estilos impuestos por películas, publicidad, canciones, libros y revistas, y hasta artistas famosos que condicionan modelos a imitar.
Considero que las raíces más profundas del modo y la manera del vestir del pueblo dominicano están más, en su fundamento histórico-cultural que en modas foráneas y en este sentido, no pueden obviarse algunos pasajes de la historia que han marcado la identidad y nos diferencian en el vestir de los boricuas o cubanos. Por ejemplo, ir con traje y corbata o el uso de mangas largas para trabajar, en agosto o septiembre, es un rasgo propio del ser dominicano. ¿Por qué esta norma del vestir en un país tan cálido y húmedo?
Un aspecto insoslayable, es la impronta dejada en el imaginario social dominicano de aquellas medidas afrancesadas de imposición cultural de Boyer, que obligaba a una cultura haitiano-francesa, a un estilo del vestir que nada o muy poco tenían que ver con este ardiente trópico, ni con las características socioculturales de este pueblo. Y se manifiestan patrones conservados y conservadores, expresos en rígidas medidas institucionales que recuerdan aquellas boyeristas, y que nada tienen que ver con el clima y muchos menos con los tiempos actuales. Por ejemplo, por los tirantes de mi blusa no me dejaron entrar a una institución pública hace un tiempo; y pocas semanas atrás, porque mi saya solo dejaba descubiertas las rodillas, casi no me dejan pasar en el Ministerio de Educación. ¿Hasta dónde estas normas taaan conservadoras nos van a impedir “ver el bosque” y nos alejan de las cosas esenciales-estructurales-funcionales?
Resulta que no hay una manera única de vestir del dominicano. No pueden hacerse aseveraciones homogeneizadoras del modo de vestir del tipo social dominicano pues cercenaríamos la riquísima diversidad social; hay que tener en cuenta para referirnos al vestir, raseros generacionales, diferencias de clases sociales, costumbres, educación estética, normas éticas, modas, influencias de los productos de las industrias culturales, y otros factores que tienen que ver con el gran abanico social y la historia cultural nuestra.
Pienso que el dominicano, en general, no se sobreviste. El sobre-vestir, la ostentación en prendas y atuendos, generalmente, está asociado a la falta de una sólida educación académica y en valores; acompañado, las más de las veces, de la necesidad que tiene ese tipo de personas, de un reconocimiento grupal-social, de la necesidad de aparentar el estatus que se desea tener, aunque esto signifique un endeudamiento atroz. En otras personas, el sobrevestir significa falta de elegancia, y la manera más visible de ostentar un poder económico adquirido con facilidad. Ese tipo de dominicano, necesita exhibir el dinero que tiene, y demostrar la educación académica, humana, cívica, estética y ética de que carece.
“(…)Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, la grande y verdadera, está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza hecha echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra (…)” José Martí, 1895.