“Que se joda la intolerancia” es el grafitti que alguien escribió sobre el letrero que prohíbe la entrada del Embajador de Estados Unidos en República Dominicana, James Brewster, al establecimiento del Instituto San Juan Bautista, firmado por su dirección, es decir por el sacerdote católico Manuel Ruiz.

Como respuesta al rayado, la dirección del instituto decidió ponerlo más alto, sobre una torre de metal edificada especialmente para este propósito, y dentro del predio del recinto escolar.

Hay quien ha querido señalar en ese grafitti un acto de intolerancia equiparable al letrero original. Gran error.

El letrero del sacerdote Ruiz fue puesto -si bien adosado a la muralla exterior- de cara al espacio público. Y es un letrero que no sólo hace ejercicio de un derecho propio y de una norma interna, sino que además es una acción de extrema gravedad: declarar que una persona está literalmente prohibida en un lugar y hacerlo -a todas luces- por sus preferencias individuales.

La prohibición anunciada con el letrero en el Instituto San Juan Bautista niega a un ser humano -llámese como se llame- bienes supremos garantizados en la Constitución, que, sin embargo, reclama para sí: igual dignidad, igual libertad e iguales oportunidades.

El recurso de la protesta podrá ser un recurso de fuerza y de última instancia, pero no es un acto de intolerancia toda vez que lo que busca no es prohibir algo o alguien, sino llamar la atención sobre una injusticia y reclamar que ésta sea rectificada.

Pensemos bien: a diferencia de la acción del sacerdote Ruiz ¿Acaso podría el grafitti tener consecuencias sobre la vida de alguna persona o entidad? ¿Puede ese escrito con spray permitir o prohibir algo? ¿Tiene algún poder más allá de expresar un rechazo o un repudio? ¿El autor o autora del rayado, tiene algún otro poder que haber escrito esas cinco palabras?

El fondo de la cuestión

Al hacernos estas preguntas podemos llegar al fondo de la cuestión de la intolerancia, sin lo cual no se puede entender del todo la gravedad de aquel letrero, y lo que expresa el grafitti.

Más allá de la intolerancia, es decir, la falta de respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias (siguiendo el diccionario de nuestra lengua española), lo grave de ésta es cuando se combina con la existencia de un poder y, sobre todo, de la facultad para abusar del mismo y violentar las normas básicas de la convivencia y del contrato social.

En fin, creo que hay algo en común entre los fundamentalistas de las Iglesias, el vinchismo o castillismo y Brewster, en tanto no sólo individuo que tiene y ejerce sus derechos sino también embajador del poder militar y económico más grande de la Tierra, Estado genocida y fascista que amenaza la supervivencia de la especie entera

Lo grave de la actuación del sector fundamentalista de la Iglesia Católica dominicana, de la Iglesia protestante y de la nueva ala de extrema derecha encarnada en lo que algunos llaman “Vinchismo”, y yo prefiero llamar “Castillismo”, es su absoluta fusión con el poder de manera de hacer del Estado calco y copia de sus designios, agendas e intereses.

Esa ala de la Iglesia fundamentalista es la misma que co-gobernó con Trujillo y que se tornó en Iglesia-Estado con la tiranía. La misma del Concordato. La misma de las Reafirmaciones Cristianas y co-partícipe del Golpe de Estado de 1963. Es la misma que co-gobernó con Joaquín Balaguer y ayudó a impedir que en República Dominicana fueran presidentes Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez. Son las cúpulas fundamentalistas de esas Iglesias las que se benefician del descalabro de la educación y la salud públicas para ocupar nichos de mercado y ser beneficiarias ilegítimamente del presupuesto público, como subsidio a su funcionamiento y crecimiento institucional.

Son las mismas facciones dogmáticas que impusieron la norma constitucional sobre la interrupción del embarazo, de una ajena a la vía democrática, transparente e institucional. Son las que han condenado a muerte a cientos de jóvenes y niñas, las que no protegieron a los miles de niños muertos en todos estos años en el Robert Reid, las maternidades y hospitales pediátricos, y las que se hicieron las “locas” cuando el Nuncio violaba y cometía pedofilia en el mismo suelo patrio que los jerarcas religiosos y el castillimo dicen defender como cosa sagrada.

El castillismo o vinchismo también tiene demasiados fardos sobre sus espaldas, que le han costado sangre y dolores a esta sociedad. Son la facción política que co-gobernó en República Dominicana bajo la tiranía de Trujillo, bajo el bonapartismo de Balaguer y bajo la supuesta fórmula democrática entre 2004 y 2014… nada menos que diez años. Una década donde su presencia no tuvo efectos sobre disminución de la corrupción, sobre disminución del narcotráfico, sobre mejor educación y salud para nuestros niños, sobre menor mortalidad materno-infantil, sobre mejores políticas migratorias… absolutamente sobre ningún importante indicador para medir el desarrollo sano de un país ni sobre nada que exprese verdadero amor y fervor por la Nación.

Lo que sí sabemos es que el vinchismo y castillismo son expresiones, decíamos, de un sector político que ahora está sin padrino y ha visto vacío el nicho de la extrema derecha y va por él. Lleva tres años controlando la agenda pública y ordeñando el país supuestamente para servirle, distrayendo a todos de los asuntos trascendentales. Ha desatado campañas por la desnacionalización de dominicanos, por la deportación en masa, por un muro fronterizo y por la prohibición de los derechos afectivos y sexuales. Todo esto a costa del erario que paga a sus familiares y financia directa o indirectamente a sus directivos y su partido con puestos electivos y presupuesto de la JCE.

Y sus campañas busca-votos sólo han terminado en sufrimientos, dolores, linchamientos y hasta en muertes. Todo esto, de parte de personas que buscan la Presidencia de la República y puestos congresuales, y que han sido incluso redactores de la Constitución de 2010 que impone al Estado la función esencial de “la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad individual y de justicia social” (Artículo 8, Constitución de la República).

Es con estos antecedentes que hay que medir la peligrosidad de los dichos y las exigencias del sector fundamentalista de las Iglesias y del castillismo político, porque más allá de la suerte del blanco de sus ataques, el embajador de EE.UU. James Brewster, ellos han hecho de la opción de las personas homosexuales, bisexuales y transexuales (LGBT) el nuevo núcleo para ganar semanas de publicidad y la nueva antorcha de su lucha. El grafitti , pues, enfrenta como denuncia y como acto de protesta a grupos y sujetos que han hecho del odio y la discriminación una receta demagógica en la búsqueda de apoyos, y del uso y abuso del poder la norma de su actuación para no perder relevancia ni peso social, como co-rectores de este círculo vicioso de desdichas en que vive la mayoría y una élite social, económica y político-ideológica parece nadar con placer.

Por último, Brewster.

Un último comentario sobre Míster Brewster, que es un caso muy interesante.

Indiscutiblemente que él, su esposo, como cualquier otra persona, merecen el más absoluto de los respetos en cuanto a sus opciones sexuales y afectivas.

Pero surge la pregunta si frente a él debería o no también escribirse “Que se joda la intolerancia”.

¿Qué haría Brewster en caso de que en República Dominicana decidiese no ser más campo de entrenamiento del Comando Sur, ni de la DEA, ni que las fuerzas armadas norteamericanas controlasen más la frontera con Haití y las fronteras marítimas del país? ¿Qué haría Brewster si el Pueblo dominicano decidiera despenalizar el uso medicinal de la marihuana, desmantelar la DNCD, sacar la Embajada y sus agencias policiales de la Policía Nacional? ¿Qué diría si no aceptáramos más que utilicen las donaciones de armas, equipos y hasta ambulancias o camiones de bomberos como chantaje para tener pase libre al Palacio Nacional? ¿Qué haría Míster Embajador si nuestro país decidiera adherir plenamente al ALBA, o no seguir apoyando a Taiwán, o apoyar plenamente la independencia y soberanía de Puerto Rico y el fin de la base de Guantánamo?

En fin, creo que hay algo en común entre los fundamentalistas de las Iglesias, el vinchismo o castillismo y Brewster, en tanto no sólo individuo que tiene y ejerce sus derechos sino también embajador del poder militar y económico más grande de la Tierra, Estado genocida y fascista que amenaza la supervivencia de la especie entera.

Lo que tienen en común es que toleran sólo aquello que no afecte los cimientos de su peso social, de su carácter determinante en el curso histórico de la sociedad dominicana; y que como tienen poder y están dispuestos a usarlo y abusarlo, su cuestión no es sólo la intolerancia, sino la verdadera dictadura que ejercen y ante la cual toda protesta es válida y necesaria.

Entonces, que se joda la intolerancia.