Son muchos los factores que matizan nuestra forma de pensar. No existe una lógica universal. Cada cual tiene la suya. De ahí que la secuencia deductiva del poeta no es la del economista; el artista no entiende al negociante; el inmoral no entiende de ética; el fanático lleva en la mente la prisión de una ortodoxia. Resulta difícil entender a los demás, pero debemos intentarlo.
Si queremos hacer menos frustrante el “modus operandi” de nuestros políticos, tenemos que familiarizarnos con esa manera depredadora y utilitaria que caracteriza sus reflexiones. Políticos chinos, hondureños, suecos y africanos, piensan de forma similar.
Ángela Merkel, artífice del actual bienestar del pueblo alemán, doctora en química cuántica, entiende la sociedad y el poder de forma parecida a sus colegas dominicanos: cada chispa de inteligencia, cada instante que viven, va dirigido por la ambición de poder; prevalece por encima de consideraciones humanas, éticas o religiosas. Cualquier herramienta, no importa cuál, es utilizada para conseguir sus metas (“el fin justifica los medios…”). Utilizan la mentira y la verdad sin distinción, no importa donde se encuentren. Nada resulta tan estruendoso, frágil, y fugaz como el abrazo de uno de estos señores.
El postmodernismo, despojado de ideales y doctrinas, promueve un inescrupuloso y desaprensivo pragmatismo al que ellos se acogen. Andan al brinco y a la caza de los votos disfrazados por la mercadología. La trascendencia les tiene sin cuidado. El tiempo lo marca cada período electoral. Su lógica es simple y concreta: pensar en cómo satisfacer sus ambiciones. No paran en mientes, ni les perturban mortificaciones de consciencia.
Parecen exagerados los párrafos anteriores, puesto que podría decirse lo mismo de gánsteres y psicópatas, paradigmas de la degradación extrema, del egoísmo criminal, del absoluto antisocial. Si bien es verdad que muchas veces transitan por caminos parecidos, el político tiene ciertos remilgos convenientes y respeta alguna que otra ley; también, a veces, se amolda a determinadas reglas democráticas. Sin embargo, no es inusual que los unos se transformen en los otros.
Y es en esa posible metamorfosis donde radica la diferencia entre gobernantes de sociedades avanzadas, tipo Merkel, y esos abyectos gobernantes del tercer mundo. Esa transformación de servidor público en antisocial es frecuente en estas latitudes – tolerada en exceso. ¡Qué nos los digan a nosotros!
Esa mentalidad depredadora y egocéntrica del político, cuando lleva el contrapeso de una sociedad institucionalizada y exigente pierde malignidad. Se ven obligados a desempeñarse en favor del bienestar común, y a dar cumplimiento a las leyes. Temen a la ciudadanía. De no existir esa modulación, ocurren desastres sociales de todo tipo. Lo sabemos. La ambición de los que aspiran a gobernar es ilimitada, desenfrenada, carece de misericordia.
Si entendemos esa lógica desconsiderada, entenderemos la necesidad impostergable de organizar grupos sociales independientes dedicados a ejercer control y regulación sobre el ejercicio político. Debemos coaccionar a los políticos en nuestro favor haciendo que nos teman. En la actualidad, son ellos quienes coaccionan, nos dan jaque mate las más de las veces.
La balanza se inclina a su favor, resultando en un equilibrio sociopolítico desfavorable que desgasta la democracia, promueve el autoritarismo y envilece al ciudadano. A la vez – ejemplos sobran – facilita el que políticos se conviertan en gánsteres, y los gánsteres en políticos.