«Los trastornos que ha generado esta pandemia en el sistema económico y en las relaciones sociales no tienen precedentes en esta época caracterizada por el intercambio comercial global y la movilización de personas a través de las fronteras». Presidente Luis Abinader.

Uno de los referentes políticos de mayor arraigo mundial y paradigma de ideas sobre el cambio, con una capacidad envidiable de afrontar situaciones adversas y salir airoso, más no ileso, lo constituye Nelson Mandela; muestra viva de los avatares que traza a un hombre la ruta de la conquista de voluntades y la administración del Estado en situación sui generis, quien expresó: «En la política, por más que uno planifique las cosas, a menudo se ve arrastrado por los acontecimientos».

La asunción de Luis Abinader al poder en agosto del año pasado, no escapa a ese tipo de conquistas, estuvo matizada por la llegada del Covid19, el profundo abandono del sistema sanitario y el colapso de una administración pública salpicada de la más alarmante corrupción de los últimos tiempos. La falta de atención a los sectores productivos, educación, vivienda, seguridad ciudadana y la peor gestión en materia de protección medioambiental, poca promoción a la inversión agrícola, así como una justicia inequívocamente injusta al servicio del poder omnímodo en manos del dictador de San Juan.

Dirigir el país después del tsunami que significó para el Estado, el largo y desgraciado período de los alumnos de un profesor frustrado post mortem, por las prácticas carroñeras de sus discípulos, no es tarea fácil. Afrontar con responsabilidad el tema de la pandemia y sus derivados de carácter social, económico, cultural y político, solo era posible si el gobierno, como en efecto lo hace, disponía de sus mejores recursos humanos y económicos a fin de priorizar una crisis sanitaria de magnitudes colosales que había detenido el curso natural de los procesos de creación de riquezas.

Ningún dominicano, medianamente informado, ignora el manejo díscolo con que esa pandilla sin escrúpulo dirigida a modus de mafia, llevaba la nación. Nadie en su sano juicio olvida que la administración del Estado generó utilidades millonarias a familiares y allegados de los que ostentaban el poder, en perjuicio de todos nosotros. Y que, no conforme con lo acumulado en veinte años exprimiendo las tetas de las res-pública, vieron en la entrada del virus, otro motivo para desangrar el ya moribundo Presupuesto de la Nación.

Abinader, sabedor de las dificultades heredadas y del lastre causado por las crisis provocadas por el hombre y la naturaleza concomitantemente, no ha tenido descanso en aras de buscar soluciones efectivas para el mejoramiento definitivo del sistema económico y su vinculación con el desarrollo social y la generación de empleos de calidad. Ha puesto, en torno a eso, empeño y sacrificio para encauzar un barco que hace diez meses, estaba visiblemente a la deriva.

Ha elaborado un conjunto de planes y proyectos para mantener aquellos programas de protección social que llevan auxilio a los que menos pueden, ha logrado y es de justos reconocerlo, el relanzamiento de la economía otrora estancada por la falta de aplicación de políticas correctas y adecuadas a la circunstancia. Y, algo de suma importancia, es la promoción e instauración de una cultura de transparencia en el manejo de los fondos públicos, igualmente el interés de fermentar las reformas que nos colocaran en los estándares internacionales en materia de administración del Estado, sin dejar de lado la independencia del Ministerio Público y su no vinculación en los procesos judiciales.

Que no nos que la menor duda. Si de algo ha de estar seguro este pueblo, es que el gobierno hace todo cuanto está a su alcance por devolvernos la normalidad social perdida a causa de la pandemia. De instalar una cultura ética y de credibilidad de los administradores del Estado, de crear empleos dignos que mejoren la capacidad de consumo y crear las infraestructuras necesarias para la viabilidad del desarrollo sostenido del país y afianzar un cambio del que todos estemos orgullosos.