DE REPENTE recordé dónde lo había visto antes.

El mismo tipo de cara. La misma barbilla empujada hacia adelante para producir una impresión de fuerza y ​​decisión.

La misma forma de hablar. Una frase y después una pausa, esperando a que la multitud grite su aprobación.

La misma combinación de monstruo y payaso.

Sí. Sin lugar a dudas. Lo vi en mi primera infancia, en los noticiarios.

Benito Mussolini. Roma. Piazza Venezia. “Il Duce” en un balcón, la enorme multitud abajo, en la plaza. Delirante. Aplaudiendo. Gritando hasta que quedarse roncos. Una orgía masiva de inconsciencia.

Esta semana lo he visto y oído de nuevo. Esta vez en la televisión.

HABÍA DIFERENCIAS, por supuesto.

El candidato presidencial Donald Trump, estaba hablando en Washington, DC, el sucesor moderno.

Il Duce, el líder, era calvo, y por lo tanto siempre llevaba un sombrero de fantasía, especialmente diseñado para él. Trump lleva el pelo de color naranja  ̶ su marca comercial ̶ , muy cuidadosamente arreglado por él mismo (según dice su mayordomo).

Mussolini hablaba italiano, uno de las más bellas lenguas del mundo, incluso viniendo de la boca de un dictador. Trump habló inglés americano, un lenguaje que incluso sus más ardientes admiradores no llamarían melodioso.

Pero la diferencia mayor era el carácter del auditorio. El Duce se dirigió a una multitud romana, un sucesor tardío de la antigua plebe romana que, no muy lejos de allí, habría pedido sangre en la arena.

Trump le habló  ̶ ¡increíblemente! ̶  a un conjunto de judíos, en su mayoría ancianos, ricos y bien educados.

¡Judios, por amor de Dios! Las personas que secretamente se creen que son los más inteligentes de la tierra! Judios delirantes gritando, aplaudiendo, saltando arriba y abajo después de cada frase, como si estuvieran poseídos.

¿QUÉ LES ha ocurrido a estos judíos?

Es una historia triste. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el Holocausto estaba en su apogeo, los judíos de Estados Unidos se quedaron callados. Ellos no utilizaron su ya considerable poder político para inducir al Presidente a hacer algo significativo para salvar a los judíos. Estaban intimidados. Tenían miedo de ser acusado de belicistas.

Una vez alguien me trajo un folleto nazi dejado caer por la Luftwaffe alemana en las líneas estadounidenses en Italia. Mostraba a un judío gordo, feo, abrazando a una niña rubia estadounidense. Decía algo así como: "¡Mientras tú estás derramando tu sangre aquí, los ricos judíos en tu hogar seducen a tu novia!”

Los judíos tenían miedo de hacer cualquier cosa que pudiera ser vista como una confirmación de la consigna de propaganda nazi, que decía que se trataba de una guerra instigada por los judíos.

Estos judíos habían llegado a EE.UU. una o dos generaciones antes. Las víctimas del Holocausto eran parientes cercanos. El remordimiento por su inactividad durante el Holocausto los ronda, en especial a los más viejos entre ellos, hasta hoy.

Su lealtad ciega al “Estado judío” es el resultado de este remordimiento. Muchos judíos de EE.UU., especialmente los ancianos, se sienten más unidos a Israel que a EE.UU. El lema británico “Mi país, correcto o equivocado” ellos lo aplican a Israel.

Les hablaba de la audiencia de Trump en la reunión de masas del AIPAC (American Israel Public Affairs Committee o Comité de Relaciones Públicas Israel-EE.UU)).

El AIPAC es la encarnación del poder judío y de los complejos judíos.

En cierto modo, es la realización actual de la famosa falsificación de Rusia, “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, acerca de que los judíos gobernarían el mundo. Por muchas razones, es el grupo de presión o lobby más poderoso de EE.UU. (después del de los locos por las armas).

¿Cómo una pequeña organización política de hace unos 60 años, llega a estas alturas de vértigo? Los judíos están lejos de ser la comunidad étnica más numerosa en EE.UU. Sin embargo, como resultado del temor inherente del antisemitismo, se mantienen unidos. Y, mucho más importante: donan dinero. Montones y montones de dinero. En ambos aspectos aventajan a comunidades mucho más grandes, como la árabe.

El proceso político de Estados Unidos, que una vez fue la envidia de los demócratas de todo el mundo, es ahora básicamente corrupto. La publicidad en la política es necesaria y costosa. Cualquiera que se postule para un cargo necesita muchísimo dinero. Buscar ese dinero es ahora el principal trabajo del político estadounidense.

En los Estados Unidos de hoy en día, casi todos los políticos se pueden comprar. Literalmente. Lo mismo ocurre con las organizaciones partidarias. Las sumas ni siquiera son muy impresionantes. El  AIPAC ha empujado esta corrupción a un clímax.

Para demostrar su poder, el AIPAC ha producido algunos ejemplos deslumbrantes. Ellos no están satisfechos con negarles dinero a los políticos que han criticado a Israel de alguna manera. Ellos le han puesto activamente fin a las carreras políticas de los críticos mediante la adopción de cualquier rival, al que rellenan de dinero y consiguen que los elijan en su lugar.

Si existiera algo así como “terrorismo político”, el AIPAC se llevaría la corona.

¿PARA QUÉ se utiliza este inmenso poder?

El periodista israelí Gideon Levy escribió un artículo esta semana que sorprendió a muchos, alegando que el AIPAC es, de hecho, una organización anti-israelí. Si yo hubiera escrito ese artículo, habría sido aún más extremista.

Si,  ̶ Dios no lo quiera ̶ , el Estado de Israel no sobrevive a los próximos cien años, los historiadores le echarán mucha de la culpa a la comunidad judía estadounidense, encabezada por el AIPAC.

Desde 1967, Israel ha enfrentado una elección simple pero trascendental: renunciar a los territorios palestinos ocupados y hacer las paces con Palestina y todo el mundo árabe y musulmán; o aferrarse a los territorios, construyendo asentamientos y seguir con una guerra sin final.

Esto no es una opinión política: es un hecho histórico.

Cualquier verdadero amigo de Israel hará todo lo posible para presionar a Israel en la primera dirección. Cada dólar, hasta la última gota de la influencia política, se debe utilizar para este propósito. Al final, los dos estados, Israel y Palestina, vivirán uno junto al otro, quizá en algún tipo de confederación.

Un antisemita empuja a Israel en la otra dirección. Dentro de los próximos cien años, Israel se convertiría en un estado de apartheid aislado, intolerante, nacionalista, incluso fascista, con una mayoría árabe en crecimiento, y todo el país se devendría con el tiempo en un estado árabe con una minoría judía que se reduciría cada vez más.

Todo lo demás es una quimera.

¿Y QUÉ está haciendo el AIPAC?

En su monumental obra Fausto, Goethe describe el diablo, Mephisto, como una fuerza que siempre desea el mal y siempre logra el bien. El AIPAC es exactamente lo contrario.

Es compatible con la existencia de un “Estado judío”, pero lo empuja con fuerza a la senda de los grandes desastres de la historia judía.

Tienen una excusa, por supuesto: son los propios israelíes los que han elegido este curso. El AIPAC sólo respalda al que los israelíes eligen en elecciones democráticas. Israel es la única democracia en el Oriente Medio.

Puros disparates. El AIPAC y sus grupos afines están profundamente involucrados en las elecciones israelíes. Apoyan a Benjamín Netanyahu, el primer ministro de extrema extrema derecha, y todo el espectro de partidos israelíes de la ultra-derecha.

Tal vez yo debería echar la culpa a la comunidad judía estadounidense en general. No es sólo el AIPAC, sino millones de otros judíos. Todos ellos apoyan a Israel, mal o peor.

Pero eso puede que esto no esté actualizado. Me han dicho que una nueva generación de judíos en Estados Unidos le está dando la espalda a Israel completo, incluso hay “haters” de Israel. Eso sería una lástima. Ellos podrían desempeñar en cambio un papel en la resurrección del campo de la paz israelí, haciendo su parte para lograr un Israel ilustrado, en la defensa de los valores antiguos judíos de paz y justicia.

Pero no veo que eso ocurra. Lo que veo son judíos estadounidenses jóvenes y progresistas que desaparecen en silencio del escenario, dejando el espacio al nuevo “Mussolini americano” y sus delirantes judíos que gritan y saltan.