Desde hace varios días en el país se ha iniciado una campaña en las redes sociales cuyo objetivo es procurar que abran las aulas y nuestros estudiantes puedan regresar a ellas. Como es conocido por todos, la educación ha sido uno de los sectores más afectados por la pandemia, puesto que 11 meses después del inicio del impacto de este virus en nuestro país, nuestros alumnos, a todos los niveles, inicial, básica, media y universitaria no han podido regresar a sus centros de estudio. Lo más grave es que, mientras a todos los demás sectores de nuestra sociedad se les han buscado opciones para retomar sus actividades con cierta normalidad, a uno tan importante como el educativo ni siquiera se le ha presentado un plan concreto de cuál sería la hoja de ruta a seguir para que nuestros estudiantes, de la forma que fuere y en algún momento, puedan retornos a sus escuelas, colegios y universidades.

Soy consciente de los peligros que implica este virus y de que la virtualidad y educación a distancias a través de la televisión y radio han sido las opciones elegidas por nuestras autoridades para continuar con la formación de nuestros niños y jóvenes. Sin embargo, la educación es mucho más que la transmisión de contenidos del maestro al alumno. Es un proceso que incluye también otros elementos de suma importancia para el crecimiento no solo intelectual, sino también psicológico de nuestros estudiantes. A través del proceso de aprendizaje que se da en las aulas, los estudiantes adquieren día a día los conocimientos y experiencias que le otorgan la madurez necesaria para poder ser el relevo de los adultos del presente.

Por esto previamente planteado, es que entiendo que lo que no es opción, es no tener una opción. Principalmente porque con ello caemos en una doble moral como sociedad, puesto que no abrimos las aulas, pero nuestros restaurantes están abiertos hasta con un 60% de su capacidad. No abrimos las aulas, pero, nuestras iglesias pueden celebrar sus festividades 3 días a la semana. No abrimos las aulas, pero no existe ninguna limitación para ir a un hotel, bañarse en piscinas, playas y ríos. No abrimos las aulas, pero nuestros gimnasios y clubes sociales están abiertos. No abrimos las aulas, pero nuestros centros comerciales están abiertos. En fin, todos los sectores productivos de nuestro país están operando y recibiendo personas en sus establecimientos, sin embargo, nuestros centros de estudios deben continuar impartiendo su docencia a distancia.

Vuelvo y reitero, la situación es delicada, pero no puede ser una excusa para no buscar alternativas. Desde aquí, nos vamos a atrever a sugerir algunas: (i) iniciar con la educación semipresencial, que los estudiantes estén algunos días de forma presencial y otros días a distancia, para disminuir la cantidad de personas en nuestras escuelas, colegios y universidades; (ii) eliminar en los centros de estudios que aplique, de manera temporal, los aires acondicionados. De esa forma, disminuimos el riesgo de contagios; (iii) el Ministerio de Salud Pública, así como estuvo vigilante y acompañando a la Liga Dominicana de Béisbol (LIDOM) en nuestro torneo de pelota, que acompañe a nuestras escuelas, colegios y universidades, garantizando el cumplimiento de las normas de prevención y la realización de pruebas PCR a estudiantes y personal docente.

En fin, estas son solo 3 de muchas otras medidas preventivas que se pueden tomar para que nuestros estudiantes puedan regresar a sus aulas de forma segura. No exigimos que el regreso tenga que ser inmediato, sabemos que debe agotarse una fase de estructuración del plan a ejecutar. Lo que no podemos es seguir perdiendo el tiempo apostando a una educación a distancia, la cual, lamentablemente, no cumple con su cometido. Ya son 11 meses los que llevamos con las aulas cerradas, sacrificando a un sector tan importante de nuestra sociedad que, si bien, físicamente son los menos afectados por esta pandemia, mentalmente están siendo víctimas de un sistema que hasta la entrega un seguro de salud a un turista y hace hasta lo imposible para que nos visite, pero, que se olvida de un niño que se atrasa cada día más en su formación intelectual y social.