Entre miles de casos de brutalidad policial sucedidos en los últimos 30 años en la sociedad norteamericana, el más reciente -ocurrido el pasado 25 de mayo en Powderthom, sector de Mineápolis, principal ciudad del estado de Minnesota y resultante en la muerte del afroamericano George Floyd- ha traído consigo la mayor y más rápida ola de repercusión política y social a través de movilizaciones civiles de protestas (pacíficas y violentas) que pueda registrarse en la historia de ese país por una causa similar, en términos geográficos y cuantitativos.
Cualquier lector conocedor de la historia de los abusos policiales más emblemáticos en la sociedad norteamericana, podrá entender que mi afirmación anterior resulta incorrecta, pues les bastaría oponer los casos de Rodney King en 1991 y de Amadou Diallo en 1999, por citar dos ejemplos únicos. Frente a lo cual replicaré, primero enfatizando que me he referido a dos características para la categorización: i) “mayor repercusión” en términos de expansión geográfica y participación de masas, y ii) “más rápida” en el sentido de más inmediata reacción social partiendo del momento del hecho censurable. Y en este aspecto advertiré que en ambos casos ocurrentes en los 90s, las repercusiones sociales solo se producen luego que los oficiales autores del abuso son “inexplicablemente” descargados de toda responsabilidad penal en el juicio, lo cual tiene lugar a más de un año del suceso. Sin embargo, el caso de Floyd produjo repercusiones inmediatas.
En ese orden de ideas, el caso de King supuso pérdidas de vidas humanas y daños materiales que no han sido nunca superados por jornadas de protestas sociales similares en esa nación. El gobierno local reportó oficialmente 58 muertes -Wikipedia informa 63-, 2,383 heridos y más de un billón de dólares en daños económicos. Indudablemente la repulsión producida por el hecho tuvo relativa recepción mundial -aunque nunca como puede cualquier noticia en nuestros días-. No obstante, la ola de violencia se limitó a pocos barrios de Los Ángeles, California y en áreas específicamente de pequeños comercios comunitarios.
En la década posterior (2000-2009), partiendo del 9/11 y sus efectos psicosociales en las autoridades encargadas de la lucha contra el terrorismo, la tasa de homicidios policiales aumentó, registrándose casos tan graves y terribles como los de la década anterior, entre estos las muertes de Patrick Moses Dorismond (2000) y Sean Bell (2006). En todos los casos citados hasta ahora y muchos otros se produjeron importantes jornadas de revueltas y olas de protestas, pero ninguno tuvo el nivel de repercusión nacional y global que se advierte en los de la década posterior (2010-2019), sin dudas porque en aquel estadio la indignación no contaba con el protagonismo del Internet y sus brigadas de Facebook, Instagram y Twitter, como sucede después.
Y así -pasando por muchos otros casos con patrones comunes- llegamos a la muerte del también afroamericano Erick Garner en el año 2014 (Staten Island, NYC), un homicidio policial que por igual tuvo gran repercusión social y cuyas características se advierten muy similares a las que concurren en el caso George Floyd, tan así, que las últimas palabras registradas en la grabación del hecho pronunciadas por ambos en manos de sus homicidas coinciden en términos exactos: “I can’t breathe”; una frase que en voz de Garner se repite 11 veces mientras su cara es aplastada contra el pavimento de la acera. (https://www.youtube.com/watch?v=z0j-7L094d0&has_verified=1&bpctr=1591132379)
A diferencia de Floyd, el episodio fatal para Garner es únicamente documentado por el teléfono móvil de un amigo presente y el registro mental de algunos testigos transeúntes, y aunque se advierte claramente un grave estado de salud producto del uso de la fuerza policial, su muerte no tiene lugar en la escena del crimen sino luego de recibir auxilio médico, pronunciándose una hora después en un hospital cercano y citándose como factor también incidente la patología preexistente de la víctima (asma y deficiencias del corazón). Este último dato me parece relevante de cara a la responsabilidad de los agentes actuantes, si aceptamos que la intervención policial ocurrente antes que dolosa -como evidentemente sucede en el caso Floyd-, resultó más bien negligente (manteniéndolo esposado no obstante su estado de inconsciencia, por ejemplo). Pero en uno y otro caso las posibles diferencias en los detalles de la perpetración del homicidio no resultan relevantes como para entender y justificar a priori la trascendencia superior a todo otro precedente que acompaña la noticia de la muerte George Floyd.
Entonces, ¿qué ha hecho la diferencia en este caso? Luego de repensar el hecho concreto en el contexto temporal que vivimos como humanidad, y especialmente desde la perspectiva norteamericana con su historia de abusos raciales y violencia policial a cuestas, a continuación las variables y factores que identifico para explicar su nivel progresivo de repercusión social y mediática:
- Injusticia total. No hubo resistencia, reacción violenta ni actitud sospechosa de parte de la víctima que justificara semejante proceder para su arresto y posterior tratamiento. Con esa premisa inicia la consternación de la sociedad.
- La magnificación del salvajismo. No se utilizaron armas de fuego, no fueron necesarias. Un homicidio a plena fuerza bruta. Quizás la capacidad del sadismo policial nunca antes habría sido captada de forma tan clara por el lente de tantas cámaras y ojos humanos simultáneamente.
- Un drama humano sin precedentes. La sociedad pudo sentir el dolor y el sufrimiento de la víctima en carne viva con sus últimas palabras: “I can’t breathe!” (como Eric Garner en 2014) y “mamáaaa!”. Las circunstancias de la muerte, lenta como un suero de sirop de cianuro, para ser exacto durante ocho minutos y cuarentaiséis segundos de asfixia forzosa e innecesaria, no obstante las súplicas de terceros procurando auxiliar la víctima y sus propios llantos, incapaces frente a la indiferencia de no uno, sino de 4 oficiales de la policía; una imagen tan trágica como impactante, sobre todo por lo gráfico de la rodilla sobre el cuerpo ya inmóvil e inconsciente. ¡Cuán crudo, inhumano y real puede ser eso!
- Black Lives Matter. La importancia e incidencia global de este movimiento, que se origina a partir del 2013 a propósito de los homicidios policiales de afroamericanos sucedidos en Ferguson (Misuri), Baltimore, New York, etc.
- El background y perfil de la víctima como hombre de familia y trabajador, también víctima de la crisis sanitaria, pues recientemente desempleado con causa en su recesión económica.
- Racismo en el 2020. Cada día el racismo se advierte más anacrónico, inaceptable e intolerable, pues cada día nuestra sociedad global es más multicultural, heterogénea, liberal y consciente del significado de dignidad humana.
- Escape de extremo a extremo: del cautiverio a la más plena libertad. En plena cuarentena y estrictas reglas de distanciamiento social por más de dos meses, el suceso llega como puerta y llave al exilio del confinamiento y la libertad, y con fuertes razones motivacionales. Agregando aquí el factor de la no preexistencia de compromisos laborales ni académicos presenciales por el aún vigente cierre provisional de múltiples empresas, comercios y centros de educación, circunstancia que facilita la participación en las protestas de muchos de esos civiles en rebeldía o insurrección.
- Un aliciente a la crisis económica. En la misma línea anterior, entre los mansos de las protestas, se colaron los cimarrones hambrientos de compensar dos meses de improductividad económica, capitalizando la oportunidad criminal de hacerlo a través del vandalismo, robo y saqueos de comercios que permite la coartada de la insurrección civil en masas. Y estos hechos a su vez hacen noticias, y por supuesto de las más apetecibles para una prensa morbosa y experimentada en sensacionalizar información como carnada para seguidores y likes en todo el mundo.
- La magnificación de la noticia. En tiempo real el mundo pudo ser testigo del suceso, y si no lo fue, a los pocos minutos ya la historia había recorrido los cinco continentes. Vale decir, la historia cruda y sin maquillajes, de ahí en adelante el único aditivo que ha recibido es el respaldo progresivo de indignados de todas las clases, razas y naciones, entre ellos con relevancia de repercusión y poder de incitación: muchos de los principales líderes contemporáneos más influyentes por sus calidades de artistas, actores, deportistas, filántropos y políticos.
- Donald Trump como presidente y catalizador de la polarización socio-política. Un republicano sin dudas representante del conservadurismo más radical, no pocas veces autor de manifestaciones racistas y discriminatorias, y que con ellas ha hecho acumular resentimientos y rencor -incluso de “fijación racial”- en muchos de los que hoy protestan y se expresan no solo por indignación, sino también por odio y repudio a todo lo que representa ese gobernante. Y aquí cabe preguntarnos retóricamente ¿hubiesen correspondido igual las masas rebeldes de ser Barack Obama el líder de la nación que interviene a pacificar las aguas?
- El posible caso del antes y después. Dado que obtener una condena penal por brutalidad policial ha resultado en la historia judicial norteamericana excepcionalísimo, pudiendo decirse que más difícil que incluso la de un político o un empresario por corrupción económica, sobre todo en casos como los que he citado, donde la culpabilidad parece razonablemente clara, como también el factor discriminación racial, el principal objetivo de las manifestaciones de protesta es el reclamo de justicia, entendiendo por esta en la conciencia social de los indignados que a consecuencia de un juicio conforme al debido proceso caiga sobre los autores del crimen todo el peso de la ley, pero todo, considerando que como aspiración sigue siendo un logro pendiente en la lucha contra la brutalidad policial y el racismo en esa sociedad. Así, este caso promete ser la diferencia, entre otras razones porque la sociedad norteamericana parece haber aprendido lecciones importantes de las experiencias anteriores, cualidad evidente en su renovada actitud subversiva y el compromiso expuesto en cada manifestación, no solo apoyando moralmente la causa, sino que -incluso- auxiliando económicamente los familiares de George Floyd con cuantiosas donaciones económicas que superan la posible cuantía millonaria que recibirían en un acuerdo transaccional con el Gobierno local. Y muestra de estos nuevos vientos de cambio lo constituye el hecho de que en tiempo récord contra los cuatro oficiales actuantes ya se han presentado cargos criminales. En otras palabras, el mensaje me parece claro: nos dan Justicia o la obtendremos nosotros.
Si lo anterior es incorrecto, resultando este caso uno más de los miles registrados y sus consecuencias solo remembranzas y data para estadística, entonces aceptaré que pueda que ciertamente, ahora -como vengo escuchando desde niño repetir a los pastores- estemos en los tiempos finales, no de la humanidad, sino del humanismo, convencido de que lo que nos espera puede que sea más preocupante de lo que hasta ahora podemos imaginar. Pero ya veremos…