“Existe el peligro de que un ignorante pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes” Alexander Fleming, 11 de diciembre de 1945, en el discurso pronunciado al aceptar el premio Nobel.

El vaticinio del descubridor de la penicilina se cumple incontables veces todos los días. A los 75 años de las proféticas palabras de Alexander Fleming, el mal uso de los antibióticos es tan común que desde el 2015 se celebra todos los años una “Semana mundial de concienciación sobre el uso de los antimicrobianos”, este año del 18 al 24 de noviembre, bajo el lema de: «Antimicrobianos: manéjalos con cuidado».

El mal uso de los antibióticos no es nuevo, pero se ha agravado con la pandemia del COVID-19, como expone la profesora de Microbiología Médica de la Universidad del País Vasco, Lucía Gallego, en “Por qué es importante concienciar sobre el uso de los antibióticos”:

El efecto de la pandemia Covid-19 sobre la resistencia a los antibióticos está siendo demoledor.

La resistencia a los antibióticos se ha agravado durante este año por varias razones. Fundamentalmente porque estos se han usado de manera masiva y muchos pacientes que han ingresado en los hospitales por covid-19 los han recibido de forma rutinaria para prevenir infecciones bacterianas secundarias.

Se ha comprobado que esta práctica ha sido innecesaria. A pesar de que entre un 70 y un 100% de pacientes han recibido antibióticos, su uso se habría requerido en menos de un 10% de los casos.

Junto con el aumento de pacientes que ha saturado los hospitales y la necesidad de realizar procedimientos invasivos, el uso exagerado de antibióticos ha facilitado la emergencia y rápida diseminación de aislamientos resistentes. Las mismas que están produciendo infecciones nosocomiales graves, que se contraen durante la estancia en el hospital.

El aumento de consultas por telemedicina también ha tenido su efecto. Se ha comprobado que es más frecuente que se prescriban antibióticos que en consultas presenciales.

Otro aspecto a destacar es que, en esos momentos de incertidumbre y confusión, se han usado antibióticos cuyo efecto no estaba clínicamente demostrado.

Es el caso de la azitromicina en combinación con hidroxicloroquina. Además de agravar el problema, también ha confundido a la población, al dar la impresión de que un antibiótico «era útil» contra una infección vírica, caballo de batalla de todas las campañas de concienciación para un uso apropiado de antibióticos.”

Se calcula que en 2013 murieron en el mundo unas 700,000 personas debido a la resistencia a las superbacterias. Por su crecimiento exponencial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) proyecta que en el 2050 las muertes por infecciones bacterianas resistentes a los antibióticos superarán a las causadas por el cáncer: unas 10 millones de personas podrían morir cada año debido a este problema, si no cambiamos la mala práctica del consumo descontrolado de antimicrobianos. Esto ha llevado a considerar la resistencia de las bacterias a los antibióticos como una de las tres mayores amenazas para la salud humana en las próximas décadas, según la profesora de Química Orgánica de la Universidad de Santiago de Compostela, Concepción González Bello, en su reciente artículo, “La resistencia bacteriana a los antibióticos se agrava por la Covid-19”. Ella nos recuerda que, “somos muy responsables de los niveles de resistencia actualmente alcanzados y de que se haya convertido en uno de los problemas de salud pública más graves actualmente”. Eso significa que el uso responsable de los medicamentos milagrosos, los antibióticos, necesariamente deberá ser un elemento esencial de la solución a este grave problema.

En muchos países de América Latina, incluyendo a la República Dominicana, el asunto se agrava por la falta de control en el expendio de los medicamentos que deben consumirse solo bajo receta y supervisión médica, nunca ser auto indicados sin ninguna base científica. En las palabras del Dr. Julio Amado Castaños Guzmán: Somos de los pocos países donde cualquier persona se aproxima a una farmacia y solicita la venta de drogas poderosísimas contra agentes infecciosos, siendo su uso restringido bajo estrictos criterios médicos”. Conocemos de personas que han tomado azitromicina múltiples veces en 2020, por mera sospecha de haber estado en contacto con personas contagiadas por el novel coronavirus.

Según una reseña en el Listín Diario sobre las declaraciones del Dr. Castaños Guzmán reclamando el control de parte de las autoridades de Salud Pública hace más de tres años, “si no se toman medidas urgentes en relación con el control de ventas de antibióticos sin recetas médicas, en pocos años no se tendrán medicamentos útiles para tratar las infecciones en el país.

Destacó que en los demás países ni siquiera la penicilina y sus derivados son dispensados si no es con una receta médica, lo cual avala su indicación.

Lamentó que cada vez que se asoma una temporada de cuadros virales, muchos dominicanos usan antibióticos sin ningún criterio y la mayoría de las veces es en los propios establecimientos y sus dependientes quienes formulan y recomiendan su uso.”

En enero de 2018, la entonces presidenta de la Sociedad Dominicana de Infectología, Dra. Carmen Sarah Mota, planteó que en el país se debe legislar para la regulación de la venta de esos medicamentos y educar a la población sobre el impacto negativo de la resistencia y la importancia de saber usarlos”. 

Tiempo después todo sigue igual: los antibióticos se detallan en las farmacias sin receta médica a cualquier persona que pueda pagar su precio, a pesar de que existen los medios para restringir su expendio, como se hace estrictamente con los narcóticos controlados y con todos los fármacos despachados a los clientes con facturación parcial o total a una ARS. Los mecanismos de control existen en el comercio farmacéutico y es solo cuestión de la voluntad política para restringir la venta no autorizada por un profesional de la medicina y eliminar la costumbre de la automedicación, así como el necesario despliegue de campañas de sensibilización a los empleados de las farmacias y la población en general.

No teníamos excusa para no prohibir el matrimonio infantil, y finalmente se ha logrado legislar como primer paso para abolir esta práctica nefasta. No tenemos excusa para no restringir el expendio de antibióticos, pues su uso indebido es muy perjudicial a la salud y contribuye a malograr la vida de mucha gente. ¿Qué esperamos para controlar la venta de antibióticos, como primer paso hacia un uso prudente de estos medicamentos milagrosos?