Hace un tiempo le pregunté a mi sobrina de 9 años: “¿Qué es una familia para ti?” y, luego de pensar un rato, me respondió que una familia son “personas que se quieren”. Después de unos segundos me dijo que nunca le habían hecho esta pregunta, lo cual me llevó a pensar que pocas veces nos detenemos a conversar con nuestros niños y jóvenes sobre lo que consideran es una familia, como definen su propia familia, como se sienten en la misma y que familia les gustaría tener.

La respuesta de mi sobrina fue sencilla pero poderosa. Su definición de familia se basa en el amor entre sus miembros, elemento tan importante y necesario para la formación de todo ser humano y para la sana convivencia. El hecho de ser una familia no garantiza que la relación sea armónica o que todos sus miembros ejerzan sus derechos. Son muchos los casos de hogares disfuncionales o en los que prevalece el abuso y la violencia.

El concepto actual de familia no se limita a la estructura nuclear de papá, mamá e hijos, sino que abarca otras estructuras existentes, ninguna mejor que otra. Independientemente de estas, la familia sigue siendo el contexto más importante donde establecemos nuestros primeros vínculos, logramos nuestros aprendizajes, desarrollamos nuestros valores y ejercemos nuestros derechos. En cualquier tipo de familia, si sus miembros se quieren, tal como expresó mi sobrina, y sus relaciones son saludables, habrá mayor probabilidad de que sean personas sanas que pueden aportar a la construcción de una sociedad más equitativa y justa.

Responder a la pregunta sobre lo que es una familia nos lleva a conectar con lo que hemos vivido, identificar aquellos patrones de crianza y hábitos con los que fuimos formados, de los tipos de relaciones e interacciones, del estilo de comunicación en nuestros hogares y de muchos otros elementos que de una forma u otra son parte de quienes somos, de nuestro equipaje, de nuestro recorrido. Cada uno de nosotros tiene un referente y un modelo único de familia que influye en nuestras creencias y valores. Construimos una imagen a partir de nuestra experiencia y repetimos los patrones de socialización aprendidos en ella.

No hay dos familias iguales y cada vez hay más tipos de familia distintos y únicos, todos con la misma función de promover el sano desarrollo, crecimiento y aprendizaje de cada uno de sus miembros. La misma debe ser un espacio de promoción de valores, de protección, seguridad, aceptación y amor incondicional. Lograr esto es responsabilidad de todos.

El conocer de donde viene cada persona y como es su familia nos permite comprender mejor sus conductas, actitudes y respuestas. Nuestras habilidades sociales, de comunicación, de expresión, interacción, de resolución de conflictos, así como nuestros valores, tienen su origen en la historia y experiencia familiar. El desempeño académico también depende en gran medida de nuestro entorno familiar. Si la familia está en crisis, la sociedad también.

No hay familia perfecta, pero si puede ser funcional. Esto no quiere decir que no tenga problemas y conflictos, sino que es capaz de responder a las necesidades de cada uno y de adaptarse a los cambios y situaciones de la vida de manera efectiva. No elegimos la familia en la que nos tocó nacer pero si podemos elegir y decidir la familia que queremos formar, independientemente de las circunstancias.

En este mes de la familia, invito al lector a pensar en su proyecto de familia y preguntarse “¿Qué legado me gustaría dejarle a mis hijos? ¿Qué tipo de familia me gustaría que mis hijos puedan formar algún día? ¿Qué quiero que mis hijos lleven en su equipaje como herencia y recuerdo familiar?