Terminaba el pasado artículo señalando que la Carta de la Paz asume la defensa de la generación actual como beneficiaría del progreso, la solidaridad y la paz, y no coloca en un futuro distante una sociedad fraterna y promotora de la vida para justificar la explotación y los crímenes presentes como lo hacen muchas ideologías políticas y religiosas. Cuidar la existencia de todos es el gran proyecto humano que merece el compromiso de todos. La Carta de la Paz dirigida a la ONU, fruto de la iniciativa del Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas (1919-1996), es una propuesta comprometida con la vida humana de manera integral.
La introducción de la Carta apunta directamente en su introducción el propósito realista de su propuesta. “Amigos, amigas: La mayoría de las personas desean en lo más profundo de su ser, la paz. Sin embargo, son patentes las trágicas y continuas quiebras de la paz entre los distintos pueblos del mundo. No es fácil la tarea de buscar soluciones adecuadas para alcanzarla. Muchos son los obstáculos. Esta Carta desea indicar algunos principios que puedan ayudar a superar estos obstáculos y, a la vez, ofrecer unos fundamentos sobre los que construir más sólidamente la paz.” Construir la paz no puede ser una emoción, ni un listado de buenos deseos, debe fundamentarse en acciones concretas que respondan a evidencias racionales. La amistad, ese vínculo esencial de todos los seres humanos, no es un gesto vacío, es el reconocimiento de la relación básica de todos los existentes. Toda otra relación positiva se apoya en la amistad, y las que niegan la amistad constituyen discursos de muerte y destrucción.
Es indudable que contra el desarrollo de la vida humana en su plenitud se levantan sistemas económicos, ideologías políticas, creencias perversas y hasta ordenamientos jurídicos que favorecen el sometimiento y no la libertad. La propagación de la ignorancia y la difusión de ideologías alienantes, incluso engañando con eslóganes provida, es un mecanismo de depredación de minorías que buscan poder y riqueza sobre las mayorías. Cuando los engaños no funcionan proceden a ejercer la violencia y hasta el exterminio. Volviendo a la Carta de la Paz en su punto cuarto se expone que: “Es fructuoso conocer la Historia lo más posible. Pero vemos que no podemos volverla hacia atrás. Vemos, también, que si la Historia hubiera sido distinta -mejor o peor-, el devenir habría sido diferente. Se habrían producido a lo largo de los tiempos otros encuentros, otros enlaces; habrían nacido otras personas, nosotros no. Ninguno de los que hoy tenemos el tesoro de existir, existiríamos.” La historia, no el relato mitológico de justificación de regímenes autoritarios, actitudes racistas o xenófobas, no es una fuerza que nos somete a sus dictados. Conocerla siempre es esencial para aprender sobre cómo evitar formas y mecanismos opresivos.
Sigue el punto IV de la Carta de la Paz: “Esto no quiere insinuar en absoluto que los males desencadenados por nuestros antepasados no fueran realmente males. Los censuramos, repudiamos y no hemos de querer repetirlos. La sorpresa de existir facilitará que los presentes nos esforcemos con alegría para arreglar las consecuencias actuales de los males anteriores a nosotros.” No podemos dejar de censurar regímenes como el trujillismo o el balaguerato, o criticar hondamente genocidios como los de la población negra en 1937 la frontera o la de los campesinos de Palma Sola en 1962. Nada de eso puede volver a ocurrir. Estudiarlo ayuda a que profundemos en la democracia, desterremos los racismos y la aporofobia de nuestra sociedad.
Y llegando al punto quinto es que la Carta de la Paz establece su base firme en el realismo existencial. “Los seres humanos, por el mero hecho de existir -pudiendo no haber existido-, tenemos una relación fundamental: ser hermanos en la existencia. Si no existiéramos, no podríamos siquiera ser hermanos consanguíneos de nadie. Percibir esta fraternidad primordial en la existencia, nos hará más fácilmente solidarios al abrirnos a la sociedad.” La existencia, como hecho totalmente gratuito y fortuitamente ligado al comportamiento de millones de espermatozoides buscando un óvulo, brilla con todo su valor frente a la inmensa posibilidad de no existir. Cualquier otro espermatozoide, cualquier otro óvulo, y no seríamos nosotros. Y los que no existieron, esos millones posibles que nunca llegaron a ser vida humana cuando cada uno de nosotros iniciamos nuestra existencia, nunca existirán. Esos posibles pudieron ser muchos de ellos peores que nosotros, pero otros muchos mejores que nosotros. En consecuencia, todo existente, todo ser humano, no tiene mayor mérito, ni menor mérito en existir que los demás. Su vida vale lo mismo que cada una del resto de la humanidad, sin importar su sexo, raza, potencial intelectivo o artístico, sus limitaciones y sus dotes sobresalientes.
La fraternidad en la existencia, sin importar nuestras ideas o creencias, nuestras esperanzas u obsesiones, es un hecho fundamental. Es el regalo primigenio, sea que se lo adjudique a una deidad, la naturaleza o el azar, poco importa, el hecho es que cada uno existe, pudiendo no existir en una proporción de millones de veces más. Si usted es de los que cree que algún dios o sus padres lo hicieron específicamente a usted es sumamente ingenuo o tiene un ego enfermizo. Semejante a los que andan buscando su media manzana escondida en algún lugar. Por supuesto que tiene derecho a tener enfermedades mentales, pero no puede consagrarlas como evidencia objetiva. Frente a la existencia de todos y cada uno, como rasero de igualdad y dignidad, únicamente es oponible la no existencia, y de esta nada podemos decir.
Es desde esa existencia común que la solidaridad surge de manera necesaria para ser seres humanos, y no como gesto excedente de nuestra voluntad. Estamos obligados a ser solidarios porque compartimos la misma existencia. Y desde esa existencia el realismo existencial articula una antropología básica que la presento aquí tal como está formulada en el punto séptimo de la Carta de la Paz: “El ser humano es libre, inteligente y capaz de amar. El amor no se puede obligar ni imponer, tampoco puede existir a ciegas sino con lucidez. Surge libre y claramente o no es auténtico. Siempre que coartemos la libertad de alguien o le privemos de la sabiduría, estaremos impidiendo que esta persona pueda amarnos. Por consiguiente, defender, favorecer, desarrollar la genuina libertad de los individuos -que entraña en sí misma una dimensión social corresponsable- así como su sabiduría, es propiciar el aprecio cordial entre las personas y, por tanto, poder edificar mejor la paz.” La próxima semana concluyo esta serie sobre la importancia de la vida humana explorando las ideologías que en la actualidad atentan contra la vida humana.