El Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas (1919-1996), sacerdote catalán, a lo largo de su vida impulsó gran cantidad de iniciativas para el desarrollo de comunidades sacerdotales, laicales, académicas y ecuménicas, formuló la Carta de la Paz dirigida a la ONU y en su arquitectura surge con fuerza una propuesta filosófica que ha recibido el nombre de realismo existencial. El punto de partida es precisamente la existencia humana y las consecuencias que esta implica. En el 2017 celebramos en la PUCMM el Tercer Congreso Internacional de la Carta de la Paz que generó gran cantidad de exposiciones y debates durante tres días. Desde el realismo existencial es frutífero abordar la vida humana más allá de todo sistema religioso, político y ordenamiento jurídico.

El primer punto de la Carta de la Paz está orientado a desmontar todas las ideologías que promueven el odio intergeneracional. “Los contemporáneos no tenemos ninguna culpa de los males acaecidos en la Historia, por la sencilla razón de que no existíamos”. Pretender que como individuos o colectivos sociales debemos vengar ofensas -reales o imaginadas- con grupos sociales que en el pasado tuvieron conflictos con nuestros antepasados es una insensatez o una criminal manipulación de liderazgos promotores del odio. El chovinismo, el sectarismo religioso y el racismo usualmente se apoyan en relatos del pasado que buscan justificar acciones criminales en el presente. Esas ideologías siguen vigentes y son la amenaza más grave contra la vida humana.

La consecuencia inmediata que extrae el realismo existencial de ese primer punto de la Carta de la Paz se encuentra en el segundo punto: “¿Por qué, pues, debemos tener y alimentar resentimientos unos contra otros si no tenemos ninguna responsabilidad de lo acontecido en la Historia?” Los resentimientos inculcados en las nuevas generaciones por hechos ocurridos en el pasado es una de las prácticas ideológicas que más sangre ha derramado en pueblos y sociedades. Los proyectos políticos y de creencias que se sustentan en el odio de unos pueblos contra otros, de unas religiones contra otras, de unas razas contra otras, o consideran como inferiores a mujeres, niños, pobres o extranjeros, son proyectos intrínsecamente inhumanos, hostiles contra la vida humana y su plenitud. Todo ser humano nace abierto al afecto y la alteridad, pero sistemas familiares distorsionados, modelos culturales enfermos y sistemas de enseñanza que promueven la estulticia envenenan sus almas para convertirlos en portadores de muerte.

Los proyectos de poder de pequeños grupos en la sociedad regularmente están basados en la promoción del odio y la explotación de grandes grupos de la sociedad para acumular riqueza y el control del Estado. Esto corresponde a la naturaleza misma del Estado que fue fundado como maquinaria de explotación. Frente al poder del Estado la evolución de las sociedades democráticas más desarrolladas ha impulsado mecanismo de control sobre los poderes del Estado -la llamada sociedad civil-, el poder del sector privado de la economía y quienes proponen reducir el tamaño y el poder del Estado. Es un hecho que esas tendencias para disminuir y controlar el Estado han perdido terreno con la pandemia, ya que en todo el mundo las sociedades han respaldado que los Estados asuman plenos poderes para enfrentar la enfermedad.

La Carta de la Paz asume en el tercer punto un aspecto propositivo. “Eliminados estos absurdos resentimientos, ¿por qué no ser amigos y así poder trabajar juntos para construir globalmente un mundo más solidario y gratificante para nuestros hijos y nosotros mismos?” Los resentimientos y la predica de odio es lo opuesto a construir relaciones solidarias y gratificantes. La vida humana requiere organizaciones amicales para su desarrollo. El poder está articulado para matar a seres humanos y con su sangre y su sudor encumbrar minorías. En el libro de Samuel en el Antiguo Testamento hay un diagnóstico de lo que es el poder y sus consecuencias cuando Israel solicita un rey.

“El rey que ustedes ahora piden les quitará a sus hijos para ponerlos como soldados en sus carros de guerra; (…) a otros los pondrá a labrar sus campos y a levantar sus cosechas, y a otros los pondrá a fabricar sus armas y los pertrechos de sus carros de guerra.  También les quitará a sus hijas, para convertirlas en perfumistas, cocineras y panaderas. Además, les quitará sus mejores tierras, y sus viñedos y olivares, y todo eso se lo entregará a sus sirvientes. Les quitará también la décima parte de sus granos y de sus viñedos para pagarles a sus oficiales y a sus sirvientes. Les quitará a sus siervos y siervas, y sus mejores jóvenes, y sus asnos y bueyes, para que trabajen para él. También les exigirá la décima parte de sus rebaños, y ustedes pasarán a ser sus sirvientes. El día que ustedes elijan su rey, lo van a lamentar; pero el Señor no les responderá.”

Curioso resulta que a pesar de textos como este muchas iglesias y creyentes se fascinan con la imagen de un Cristo Rey, cuando los reyes por definición son hacedores de la muerte, verdugos de sus pueblos, en síntesis: enemigos de la vida humana. El poder es opuesto a la vida. Únicamente la familia, la amistad, el servicio al prójimo, la apertura a la alteridad, son fuentes de vida. El reino de Dios es una analogía, indudablemente, cuando el mismo Jesús se refiere a Dios como padre y a sus compañeros como amigos. Todo lo que se intenta imponer como expresión del poder carece del amor, es totalmente opuesto a la defensa de la vida.

La Carta de la Paz asume la defensa de la generación actual y nuestros hijos, no coloca en un futuro distante una sociedad fraterna y promotora de la vida, como muchas ideologías políticas y religiosas. Las grandes propuestas políticas en la historia de la humanidad y muchos de los discursos religiosos han colocado los paraísos que ofertan más allá de las vidas presentes y solicitan a los contemporáneos ofrecer sus vidas para construirlo. Es una de las artimañas más inhumanas que existen. Los seres humanos son arreados al sacrificio como ganado para beneficio de unos pocos bajo el pretexto que nuestros descendientes vivirán mejor.

La existencia es lo esencial que tenemos, sea que lo consideremos como regalo de la naturaleza o el don fundamental que Dios nos ha regalado. Todo lo que podemos decir o hacer parte del hecho de que existimos. La igualdad de todos descansa en que existimos. Cuidar la existencia de todos es el gran proyecto humano. Seguimos en la próxima entrega con la Carta de la Paz y su relación con la vida humana