Recientemente leí un artículo publicado en Edge del afamado psicólogo canadiense Steven Pinker. Era sobre la historia de la violencia y en él establecía una serie de fases históricas que corroboraban su tesis de que hoy somos menos violentos en relación a tiempos anteriores, sobre todo gracias al surgimiento del capitalismo, y muy a pesar de las no tan lejanas dos guerras mundiales.

Una de las fases que proponía es la que llama “Proceso de Civilización”, la que queda reflejada, según su punto de vista, al observar las estadísticas de homicidios en Europa a partir del siglo 13 y compararlas con las más actuales. Pinker elabora una tabla algorítmica con los datos disponibles correspondientes a Inglaterra, a modo de muestra, con escalas yendo de 100 homicidios por cada 100, 000 habitantes al año, a 10, a 1, a una décima. Sostiene que un inglés contemporáneo tiene una probabilidad 50 veces menor de ser asesinado que su par en la Edad Media. El fenómeno no se limita a Inglaterra, pues lo mismo parece ser cierto para los demás países europeos sobre los que se tiene estadísticas.

Este “Proceso de Civilización” va muy de la mano de acuerdo al autor con la aparición de la industria y el comercio moderno. Con el hecho de que la “modernidad” trae consigo una consolidación y centralización de los Estados europeos, reemplazando la salvaje justicia privada por la “justicia del rey”. El resultado fue el cambio de la estructura de incentivos propia del saqueo de suma cero a la estructura de suma positiva del comercio. Como nos necesitamos mutuamente en una economía de mercado, la civilización se hace imperiosa.

Otra fase se vincula al hecho de que los primeros Estados, no obstante lograron disminuir las tasas de venganza privada, todavía mantenían prácticas inhumanas como la tortura y la pena de muerte (decapitaciones, quemas en la hoguera), precipitándose un proceso de “Revolución Humanitaria” en el que las formas de violencia corporal fueron notablemente disminuidas, incluyendo la esclavitud, aunque suplantadas por otras un tanto más sofisticadas y adaptables al nuevo modelo económico (que el filósofo francés Michel Foucault ha brillantemente estudiado).

Ya la última declinación histórica de la violencia es el periodo de “Larga Paz”. Se asume que el siglo XX ha sido el momento histórico más violento de la humanidad, sin embargo Pinker señala que otros periodos lo han sido un poco más. Pone de ejemplo el convulsivo siglo XIX, el que con las guerras napoleónicas, con un saldo de 4 millones de muertes, la Rebelión Taiping en China, considerada la peor guerra civil de la historia (20 millones de muertes), la guerra civil norteamericana, el reinado de Shaka Zulú en el sur de África, la guerra de la Triple Alianza de Paraguay, probablemente la guerra interestatal más destructiva en términos de porcentaje de la población muerta, además de las guerras imperiales en África, Asia y el Pacífico Sur, dejaría mucho que desear. Apunta, finalmente, a la más reciente revolución de derechos que ha logrado una disminución de la violencia sistémica (ínfima) hacia poblaciones vulnerables.

Que el Leviatán, siguiendo a Hobbes, ha sido el antídoto a la propagación de la violencia me sigue pareciendo una falacia. Primero tendríamos que acotar mejor de cuál violencia. Estos datos crudos, en definitiva, pueden corroborar los argumentos del autor, pero es un hecho también comprobable el que los Estados civilizados del “primer mundo”, esos cuyas tasas de muertes violentas son tan mínimas, han convertido la industria armamentista en la industria capitalista más rentable de todos los tiempos a expensas de los conflictos y de la persistente violencia generalizada de los países incivilizados del “tercer (y cuarto) mundo”.

No es que nos hayamos vuelto menos violentos. Es quizás que esa violencia tiene hoy día otras características, y que se despliega en otros contextos y escenarios…