“¡EN COMPARACIÓN con el Knesset que pudo haber sido, este es una Knesset muy bueno!”
Escuché esto, con tantas palabras, de por lo menos diez ex miembros del Knesset y de otros, cuando estábamos bebiendo jugo de naranja en el vestíbulo del Knesset. Yo mismo pude haberlo dicho (y probablemente lo hice).
Era la sesión de apertura del nuevo Knesset, y los ex miembros fueron invitados a una recepción con los nuevos. Después nos sentamos en el salón plenario.
Yo no asistí las últimas veces, pero esta vez tenía curiosidad por ver a los miembros nuevos -49 de un total 120, una cifra sin precedente-, algunos de los cuales yo nunca había oído hablar antes.
Fue realmente un buen espectáculo. Algunos de los nuevos fueron líderes del movimiento de protesta social del verano de 2011; algunos, periodistas de investigación de los medios de comunicación, y otros, trabajadores sociales. Se mantuvieron algunos fascistas, pero los peores se fueron.
El cambio no fue lo suficientemente grande como para hacerme dar saltos en el aire de alegría, pero sí lo suficiente para sentirme feliz. Los mendigos no pueden elegir.
FUE UNA ocasión ceremoniosa, con trompetas y todo. Hasta cierto punto.
A diferencia de los británicos, los judíos no tienen ningún talento para la pompa y circunstancia. Las sinagogas judías verdaderas -no las copias de las iglesias católicas de Europa Occidental- son bastante caóticas.
Durante mis diez años en el Knesset, participé en muchas sesiones “festivas”, honrando este o aquel acontecimiento histórico o alguna personalidad, y ninguna de ellas resultó realmente edificante. Sencillamente no tenemos eso.
Ésta no fue la excepción. El Presidente del Estado, Shimon Peres, quien goza de mucho respeto en el extranjero, pero muy poco en Israel, llegó con una escolta de motociclistas y jinetes, mientras sonaban las trompetas. Entró en el edificio y pronunció un discurso aburrido lleno de lugares comunes. Lo mismo hizo el miembro más antiguo del Knesset (un joven de apenas 77 años, 12 años más joven que yo)
Muchos miembros estaban vestidos informalmente, en mangas de camisa o suéter. Pocos llevaban corbatas. Muy israelí. Durante los discursos, los miembros entraban y salían. Todos los miembros árabes de la izquierda se marcharon inmediatamente después de ser juramentados, con Hanin Zuabi a la cabeza, antes de que sonara el Hatikva, el himno nacional.
PARA LOS nuevos miembros fue, por supuesto, un día de profunda emoción. Recuerdo mi primer día. Fue muy emocionante en verdad.
Mirando a Yair Lapid, yo no podía dejar de pensar en la similitud superficial que existe entre él y yo en ese momento. Los dos fuimos elegidos como jefes de partidos completamente nuevos que habíamos fundado. Yo tenía 42 años, el miembro más joven de la época, y él tiene 49. Ambos, periodistas de profesión. Ninguno de los dos tiene un certificado de matricula. Nuestros votantes provenían exactamente del mismo sector de la población: personas jóvenes Ashkenazi, nacidas en Israel, bien educadas y bien posicionadas.
Pero ahí terminan las similitudes. Yo representaba a una facción pequeña; la suya es la segunda mayor. Yo traje conmigo un punto de vista nuevo y revolucionario para Israel ‒la paz, un Estado palestino al lado de Israel, la separación entre religión y Estado, la igualdad de los ciudadanos árabes y judíos orientales. Él trae un coctel de consignas piadosas.
Sin embargo, el primer día en el Knesset es como el primer día en la escuela. Emocionante. Cada nuevo miembro trajo consigo a toda su familia, con los niños vistiendo sus mejores ropas, para mirar la galería al padre o la madre que se sienta abajo en esta orgullosa compañía.
En esta primera reunión, a los miembros antiguos y a los nuevos no se les permite decir nada, excepto dos palabras: “Me comprometo” (a servir al Estado de Israel).
Permítanme dar rienda suelta por un momento a los recuerdos: yo estaba decidido a dejar mi huella y presentar mi mensaje el mismo primer día. Estudiando los estatutos del Knesset, descubrí una laguna jurídica. Pedí una moción para la elección del nuevo presidente, y tuve que ser llamado a la tribuna. Así que hice mi primer discurso allí mismo: una propuesta para nombrar a un orador árabe con el fin de simbolizar la igualdad de todos los ciudadanos. David Ben-Gurión, quien, como miembro de mayor edad se desempeñó como presidente temporal, me miró con un asombro mezclado con disgusto, una expresión inmortalizada en una foto excepcional.
CUANDO TODO terminó y Benjamin Netanyahu se puso de pie, al igual que todos nosotros, sucedió algo curioso: Yair Lapid saltó de su asiento, corrió hacia él y lo abrazó. Era algo más allá de un gesto casual.
Como he dicho antes, el futuro de Lapid depende de que tome ya las decisiones correctas con respecto a su papel en la nueva coalición y sus condiciones para la unión. La tensión está en el aire. El mínimo necesario para que Lapid satisfaga a sus electores está mucho más allá del máximo que Netanyahu puede permitirse darle, políticamente.
Para fortalecer su brazo, Lapid se ha confabulado con Naftali Bennett, con el fin de mantener afuera a las facciones ortodoxas. El objetivo manifiesto es obligar a los ortodoxos a servir en el ejército.
Esto plantea la vieja pregunta expresada por el profeta Amós (3:2): “¿Podrán andar dos juntos, si no estuvieran de acuerdo?”
Bennett es un ultraderechista. Algunos de sus detractores lo llaman “fascista-lite”.
Él está totalmente comprometido con un Gran Israel, la expansión de los asentamientos y la oposición a cualquier tipo de contacto con los palestinos ‒excepto, tal vez, una oferta para las negociaciones sobre los términos que los palestinos posiblemente no pudieran aceptar.
Es cierto que Bennett tiene un don para ocultar su verdadera ideología detrás de una fachada de bondad. Él hacer parecer que pertenece al mismo sector social de Lapid: blanco, Ashkenazi y liberal, el equivalente israelí del WASP estadounidense (White-Anglo Saxon-Protestant). El pequeño tamaño de su kipá sirve el mismo propósito. (Siempre me recuerda a una amonestación que un juez británico en Palestina dio a los abogados aspirantes: “Deja que tus resúmenes sean como la falda de una dama: lo suficiente larga como para cubrir el tema y lo suficientemente corta como para ser atractiva”).
Pero Bennett realmente pertenece a un sector muy diferente: el campo “nacional-religioso” de los colonos fanáticos. La parte nacionalista de su ideología es mucho más importante para él que la religiosa. Con él en el gabinete, cualquier movimiento sustancial hacia la solución de dos estados sería imposible.
Si a Lapid no le importa, ¿qué nos dice esto sobre él? Eligió iniciar su campaña electoral en la capital de los colonos, Ariel. Hizo hincapié en que Jerusalén, “la capital eterna de Israel”, debe permanecer indivisa. Eso ya no es una forma de empezar la paz.
Cuando mis amigos y yo trajimos por primera vez la solución de los dos estados en las secuelas de la guerra de 1948, insistimos en que las fronteras entre Israel y Palestina debían estar abiertas para la libre circulación de personas y mercancías. Teníamos en mente una relación estrecha y amistosa entre los dos estados hermanos. Lo que predica Lapid es todo lo contrario: la solución de dos estados como un “divorcio” final y total.
CUANDO Lapid elige a Bennett como el compañero favorecido, implícitamente declara que la cuestión de que los ortodoxos sirvan en el ejército es más importante para él que la paz.
Si prefiriera la paz a tema del servicio militar, elegiría el partido religioso Shas en lugar de Bennett. Eso sería muy impopular, pero haría posible la paz.
Shas es un partido de línea dura, a pesar de que comenzó flojo. Pero al igual que a su partido hermano de la Torá judía, realmente no le importa nada más allá de los estrechos intereses de su comunidad.
En la noche de la victoria del Partido Laborista en las elecciones de 1999, decenas de miles de votantes delirantes corrieron a la Plaza Rabin de Tel Aviv para celebrar lo que fue visto como una liberación del (primer) gobierno de Netanyahu. Cuando el vencedor, Ehud Barak, apareció en el balcón, el grito de los miles se elevó: “¡Cualquier cosa menos Shas! ¡Cualquier cosa menos Shas!”
Unos días más tarde, en la sesión inaugural del nuevo Knesset (al último que asistí hasta esta semana) me acerqué a Barak y le susurró al oído: “Escoja el Shas”
Hace cuatro años, cuando Tzipi Livni pudo haber establecido un gobierno en vez de ir a las elecciones, ella necesitaba a Shas. Shas, como es su costumbre, exigió una gran cantidad de dinero para su clientela. En lugar de pagar, Tzipi mantuvo su virtuosidad y se negó. El resultado: Netanyahu de nuevo en el poder.
Este es el mismo dilema que enfrentamos ahora. Paga al hombre del Shas y haces un intento por la paz; o tomas s Bennett y hablas de la “igualdad de servicio”. (Es sólo hablar, de todas maneras. Una ley para garantizar la igualdad real del servicio militar significaría la guerra civil.)
¿Y QUÉ HAY del verdadero jefe? No, no me refiero a Sara’le Netanyahu, quien también participó en la sesión de apertura. Me refiero a Barack Obama. Sin previo aviso, anunció esta semana que viene a Israel. Inmediatamente después de la formación de nuestro nuevo Gobierno. También va a ir a Ramala.
¿Debemos estar contentos o no?
Depende. Si se trata de un premio de consolación para Netanyahu, después de su derrota electoral, es una mala señal. La primera visita de un presidente de EE.UU. desde George Bush Jr. está obligada a fortalecer a Netanyahu, y reforzar su imagen como el único líder israelí de talla internacional.
Pero si Obama viene con la intención de ejercer una fuerte presión sobre Netanyahu para iniciar una iniciativa de paz significativa, bienvenido sea.
Netanyahu intentará satisfacer a Obama con una “apertura de las conversaciones de paz”. Lo que significa nada más nada. Incluso Bennett pudiera estar de acuerdo con eso. Por no hablar de Lapid y Livni. Sí. Vamos a hablar. “Sin condiciones previas”. Lo que significa: sin detener la expansión de los asentamientos. Hablar y seguir hablando, hasta que a cada uno se le torne el rostro de color azul y los periodos presidenciales de Obama y Netanyahu concluyan.
Pero si Obama se lo toma en serio esta vez, pudiera ser diferente. Un modelo estadounidense o internacional para la concreción de la solución de los dos estados, con un calendario estricto. Tal vez, una conferencia internacional, para empezar. Una resolución de la ONU, sin un veto estadounidense.
Si esto sucede, el Knesset nuevo con todas las caras nuevas, esas caras jóvenes serán llamadas a sostener un debate real y tomar decisiones trascendentales. Y -quizás, quizás, quizás- hacer historia.