Este fue el trágico balance del pasado fin de semana.

Un padre dio muerte a uno de sus hijos. Mientras tanto, un hijo adicto a las drogas, armado de un filoso pico asesinó a su padre por aconsejarle dejar el vicio, que lo ha convertido en parricida y lo llevará a prisión por gran parte del resto de su vida.  Y un hermano incurrió en fraticidio al dar muerte a otro hermano al salir en defensa de su madre, quien estaba siendo agredida por este.

Seguimos. 

En Navarrete, una mujer de 35 años, madre de dos hijos de 6 y 16 respectivamente y con un  embarazo de tres meses, fue ultimada de un mortal disparo por su esposo, convirtiéndose así en la víctima del feminicidio número 48 registrada oficialmente este año en el Cibao.

En Sabana Perdida, un hombre de 32 años fue a buscar a su menor hijo de apenas 3 a casa de la madre de quien estaba separado, lo llevó a un lugar solitario y luego de darle muerte de un balazo se quitó la vida de igual forma.

Y antes de eso, después de haber sido apresados por la Policía, el autor de la violación y el estrangulamiento de la menor Rosaida Gil, de apenas once años, y su cómplice, quien le ayudó a arrojar el cadáver de la infortunada niña en un cañaveral, confesaron el delito.

Lamentablemente no es un fin de semana especialmente trágico, sino uno como otro cualquiera, matizado por los distintos hechos sangre que  tienen lugar en el seno de nuestra sociedad y que, más que simple impresión, son evidencia de una penosa realidad: y es que nos estamos convirtiendo en un país violento.

Y atención:  en ninguno de los hechos relatados han intervenido bandas de delincuentes ni peligrosos criminales, lo que da evidencia, una vez más, de una penosa realidad: y es que nos hemos transformado en un pueblo intolerante y agresivo.

Desde hace mucho hemos venido llamado la atención sobre el hecho de que la violencia social, la que tiene como protagonistas a los propios ciudadanos, a usted, a mí, al vecino, supera con mucho a la violencia criminal, esa que en cambio nos estremece cada vez que se manifiesta en los medios de comunicación y se refleja en las encuestas como el principal motivo de preocupación ciudadana.

Sin abandonar la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado, es hora también de que pongamos caso urgente, atención y freno a la violencia social, esa que en escala creciente generamos nosotros mismos, donde la práctica del diálogo,  la negociación y el entendimiento, el clásico “hablando es que la gente se entiende”, base de la saludable convivencia social, está cediendo el paso a las formas cada vez más violentas a que estamos apelando frente a cualquier conflicto menor, sea la discusión por un parqueo o el menor roce de otro vehículo con el nuestro, o una desavenencia familiar por simple que resulte.

Una tendencia peligrosa  y preocupante.