Al terminar mi gestión como Director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, puedo manifestar que una de las experiencias más frustrantes del mundo universitario dominicano es el ambiente hostil para las publicaciones académicas. La ausencia de una cultura de la escritura, el pluriempleo y la desidia dificultan la publicación de artículos para mantener con regularidad una revista académica.

En el ambiente universitario dominicano es común que una parte importante del profesorado todavía vaya a los seminarios y congresos para dar una comunicación o una ponencia sin nada escrito, improvisando lo que va decir, sin haberse sentado con anterioridad a reflexionar sistemáticamente lo que comunicará a su público.

Una vez dada la ponencia es una batalla olímpica convencerlo para que entregue un escrito decente que cumpla las condiciones mínimas de una publicación.

Por otra parte, los pocos que publican no han escrito en función de una línea de investigación propia, mas bien comunican de modo más o menos coloquial algunas ideas que se relacionan mucho más con una cultura de la divulgación que con una cultura universitaria.

El tipo de vinculación del profesor dominicano con la universidad incide sobre la situación descrita.

A diferencia de las grandes academias del mundo occidental, donde el profesor es un investigador contratado a tiempo completo para producir conocimiento, las universidades dominicanas se alimentan de la contratación a destajo, por horas, en la que el profesor recibe un salario en función del número de horas de clase que imparte. Como todo el sistema educativo tiene su fundamento en este tipo de contratación, el profesor se ve forzado a buscar la mayor cantidad de horas de clase para enseñar en todas las universidades donde pueda, o tener un trabajo básico no relacionado con la carrera académica donde la docencia universitaria se convierte en no más que un complemento salarial.

Ocupando la mente en cuadrar el salario de fin de mes, no queda mucho espacio para concentrarse en lo que debería ser el foco central de un profesor universitario: trabajar en una línea de investigación que produzca artículos, libros y patentes para el beneficio de la cultura académica nacional.

El profesor universitario, a diferencia del profesor de escuela no es un docente que investiga. Es un investigador que enseña. Y lo que enseña es un sistema de contenidos generados por el proceso de producción de conocimiento de la que es un agente.

Mientras el sistema de educación superior no asuma este supuesto, la cultura de publicación que es uno de los principales indicadores del nivel de desarrollo académico de un país seguirá siendo decepcionante.