En el capitalismo se han efectuado cambios dentro de su estructura económica, industrial y en el carácter social, cambios notados principalmente durante el siglo XIX y mediados del XX, el cual se caracterizó por una orientación privada en que la motivación fundamental del individuo de esa época consistía en el placer de obtención de riquezas  y el ahorro, el hombre disfrutaba de hacer dinero y no gastarlo, sin embargo a mediados del siglo XX notamos un cambio en el carácter del hombre que lo diferencia en una forma significativa de aquel del siglo XIX.

El hábito de ahorro y la acumulación de capital se convirtieron en un rasgo propio y característico de “clases más bajas y atrasadas” más frecuentes en Europa que en el continente americano. Nótese que lo que fue una virtud social de antaño de las clases más avanzadas, es hoy una concepción económica anticuada que ha sido conservada por los sectores menos evolucionados de la sociedad capitalista contemporánea.

El desarrollo de la técnica aplicada al uso de la máquina de vapor, el motor de combustión, el uso de la energía eléctrica y energía nuclear, se caracterizó por la sustitución de la fuerza bruta animal y la humana, por la energía mecánica; mejorando significativamente la efectividad de producción industrial de bienes y servicios. La organización económica presente descansa en este principio fundamental, contrario al que otrora fuera ahorrar y no incurrir en gastos que no se pudiesen pagar inmediatamente, y nos encontramos que en el sistema contemporáneo es todo lo contrario, la sociedad es incitada a comprar aun y no haya ahorro, creando un nuevo giro económico de dinero irreal, instantáneo a través del sistema de crédito. Esta nueva actitud sicológica del hombre moderno aparece en respuesta a un condicionamiento Pavloviano metódico de propaganda, publicidad y otros medios sugestivos de influencia sicológica.

En el mundo del comercio existe un artículo material denominado dinero, una abstracción Psicológica con fuerza de adquisición y de compra, representada en papel moneda u otras formas físicas, abstracción que representa el esfuerzo y el trabajo de un individuo, por razones relacionadas a destrezas o talentos. Sin embargo, existen otras formas de adquirir dinero, el cual no siempre es producto del esfuerzo del trabajo, sino que a veces es adquirido por azar, herencia, fraude, robo, corrupción u otros medios.

Si se tiene dinero se puede comprar arbitrariamente sin relación a placer, interés o necesidad, así puede el poseedor comprar una biblioteca, puede comprar una colección de música clásica o puede adquirir piezas de arte, sin ninguna relación de su apreciación o entendimiento sobre estas actividades virtuosas. Se compra como una ostentación o como una sofisticación de posesión del buen gusto sin relación a la veracidad y disfrute de estos, más bien una pretensión de ser lo que no se es.

El hombre moderno continúa obsesionado con el hábito de comprar más, sobre todo cosas nuevas, con poca o ninguna relación con el uso o gratificación obtenido con lo comprado. En las sociedades de consumo la fascinación psicológica y el sueño de todos es comprar una casa nueva, un vehículo de último modelo, un teléfono, una tableta y lo último salido en el mercado. Lo nuevo, lo moderno tiene un lugar especial en la mente del hombre contemporáneo; por lo que el acto de compra y consumo se ha convertido en una obsesión compulsiva que va más allá del hábito irracional. Este carácter social que parece inherente a la formación y orientación mercantilista, se caracteriza por la acumulación de bienes y hábitos de ostentación.

Siendo quizás, el ejemplo más crítico y representativo del consumo ostentoso y necesidades fútiles, el expresado en el pensamiento de Diógenes (El Cínico), quien aseguraba: “Que le daba risa, le producía gracia y lo hacia feliz, pasar por el mercado y ver tantas cosas que él no necesitaba.