La verdad es que el doctor Flavio Soto Jiménez, un médico que se retiró de las Fuerzas Armadas con el rango de general, sin darse cuenta, mientras se negaba ante un agente de la DIGESETT a reconocer que cometió una infracción a la Ley de Transito, le puso voz pública a través de los medios de comunicación, a un estilo de comportamiento tan común en la RD como lo es un sancocho acompañado de dos tajadas de aguacate.
A menudo la gente olvida que es habitual entre los dominicanos el uso de un modelo de lenguaje “especialmente” explicito para situaciones en que necesitamos que ‘ese otro’ vea que no tiene ante sí a un cualquiera, y ése modelo de lenguaje que empleamos para nuestra intercomunicación con ‘ese otro’ no es congénito, pues simplemente lo aprendemos tanto en su dimensión semántica como en su dimensión socio-connotativa, en el medio social donde nos criamos hasta convertirnos en adultos y ancianos. Pero ese ‘lenguaje’ tan coloquial, porta en sí toda una constelación del significante sicológico que refuerza las costumbres culturales pero sobre todo de aquellas que acentúan y resaltan la aparente o real superioridad social de un ciudadano.
Ese lenguaje es necesariamente explícito porque de lo contrario no cumpliría su principal propósito: darle a entender a la otra persona que “no está hablando con un chivito”, sino con alguien de alto nivel social, político o económico. Esa es la razón por la cual el colega doctor Flavio Soto intenta, mediante palabrotas, convencer al agente de DIGESETT, no de que respete su alta jerarquía militar, sino que pretende hacerle ver al raso que un general no puede aceptar una requisa de una persona que tiene un estatus social más bajo que el suyo puesto que es general y medico.
No pocos ciudadanos, probablemente, palidecieron de asombro al escuchar el audio sobre la airada respuesta de Soto Jiménez a la pretensión del agente DIGESETT de que le mostrara la documentación del vehículo mal estacionado, sin embargo, absolutamente nadie en este país debió sorprenderse por ese hecho, ya que es una conducta prácticamente generalizada entre los dominicanos, cuando se quiere demostrar al otro que poseo un rango social superior al que me suponen, nunca usar un lenguaje metafórico o implícito, donde los términos y las frases puedan dar lugar a dudas en la persona que escucha el mensaje. Esto impide que los actos del discurso de cualquier dominicano de clase media, sea médico, Coronel, General, ingeniero, empresario o periodista, sean indirectos, lo que significa que cuando hablamos en un contexto real lo que nos importa es que los demás entiendan que no voy a obedecer, que no tendré una actitud de cooperación con lo que me pide el otro ya que creo que “no soy un carajo a la vela”. Por eso no uso metáforas pedagógicas sino metáforas constitutivas, como son las que usó el doctor Flavio Soto: “No somos de tú a tú” [equivalente a ‘no somos iguales’]; “Aprende, coño, a comportarte” [equivalente a ‘aprende a no joderle la paciencia a alguien mucho más importante que tú’].
El doctor Antonio Zaglul, que al parecer fue el primer profesional de la conducta que se aventuró a hacer una hipotiposis del comportamiento del dominicano, a través de su obra “Apuntes”, apenas nos dice que los dominicanos tendemos a ser desconfiados y que aquí reside nuestra arraigada creencia de que cualquier respuesta que demos o cualquier opinión que expresemos sobre asuntos políticos o militares, bien podría hacernos “caer en un gancho”. Sin embargo, el doctor Zaglul nada nos dijo acerca de cómo pudo haberse originado entre nosotros el uso de un espectro o estilo psicolingual de comunicación donde lo que nos interesa expresar no son las palabras particulares sino destacar lo que creemos que somos o significamos en un determinado contexto social y eso lo usamos como una representación mental la cual simbolizamos verbalmente mediante sonidos intensos, como la frase: “!Coño, ¿usted sabe quién soy yo!?”; “Oye, pedazo e mierda, ¿sabes tú con quien estás hablando!”
Lo dicho por Flavio Soto al agente DIGESETT, con toda seguridad no lo dijo porque fuera un general engreído capaz de menospreciar públicamente a un agente de la ley, sino porque quiso hacer suyo el modo común de comportamiento de cientos de miles de dominicanos, sobre todo de clase media, cuando exteriorizan un rasgo de personalidad narcisista, y todo los portadores de este rasgo pretenden que los demás reconozcan prontamente sus atributos sociales o personales.
En mi libro, Crónica de acciones curiosas de los enfermos, cuya primera edición hace cinco años que se agotó y aún tengo lista la segunda edición pero sin un mecenas que la patrocine, relato un hecho rocambolesco que viví personalmente cuando en 1976 cursaba mi Pasantía en el hospital José Ma. Cabral y Báez de Santiago. A las 5:00 P.M., estaba cumpliendo mi guardia en la Sala de Emergencia. El policía-portero me pasó a una joven adolescente de algo menos de 18 años que llegó con una hemorragia vaginal. Su patrona la acompañada junta a dos oficiales del Ejército Nacional. Acostamos la pálida joven sobre la mesa de examen y como noto que su ropa interior estaba empapada de sangre, le pregunto a su patrona qué fue lo que sucedió y ésta respondió: “Esa sinvergüenza estaba preñá y se provocó un aborto.” Pero rápidamente la paciente aclaró: “Dotoi, yo no me provoqué ningún aborto como dice la señora; su esposo me violó y ahora ella lo quiere tapar”. La patrona ripostó: “¡No me contradiga, vagamunda de la mierda!” Yo intervengo diciéndole a la señora que no insultara a la muchacha, que tomara en cuenta que perdía mucha sangre debido a un extenso desgarro de la vulva. ¡Cállese uté la maldita boca, dotorcito del carajo! ¡Acaso tiene uté una puta idea de con quién e que etá hablando, carajo! —me gritó la señora y de inmediato los dos oficiales que la acompañaban me atestaron e inmovilizaron contra la pared y el zafacón de los guantes y gasas contaminados.
Coño, ya le dije, –continuó hablando aquella enfurecida mujer— que ella se provocó un aborto y ella no e nadie pa que uté le haga más caso que a mí.
El policía de servicio en la Emergencia no abrió la boca ni salió en mi defensa. Después de llenar el papeleo del internamiento de la joven, su patrona y los dos oficiales de la guardia se marcharon sin que el susodicho policía tomara nota de lo que declaró la víctima. Al preguntarle por qué no interrogó a la señora ni a la muchacha, aquel raso policial ¡por fin habló! Me dijo que la señora era la esposa de un alto funcionario político del régimen de turno y que los dos oficiales eran sus escoltas pero que a quien más escoltaban era a su mujer, a la que hacían los mandados y le lavaban el carro. Doctor, –añadió el raso Mena— no olvide que soy un simple policía “culo cagao” comparado con esa gente; si hubiese hablado algo, ella y su marío me hubieran “reportado” a la jefatura y seguro me hubieran cantao 30 días de arresto por indisciplina. ¡Como puerco, nunca me raco en jabilla!, finalizó diciendo.
Por aquella terrible experiencia personal y por lo que uno ve y oye todos los días, es que digo que la conducta del exgeneral Flavio Soto no tuvo nada de singular, sino que respondió a ese patrón de lenguaje de sugestión emocional del interlocutor para que acepte que tengo una etiqueta social por encima de la suya y que esa condición mía ha de saberla siempre sin posibilidad de equívocos.
Ah, ¿quiere usted saber qué pasó con la adolescente brutalmente violada por el alto funcionario político? Pues al día siguiente informé del caso al doctor Pérez Nicasio, médico legista y excapitan de la Policía Nacional. Este colega respiró profundo y dijo: Mendoza, si ese señor fue quien la violó, la muchacha es su alquilada y su mujer lo defiende, si le llevo un informe a la Fiscalía responsabilizando a ese jurel, tú, la joven y yo podríamos caer presos. Recuerda lo que dice la gente: “Los jureles no violan mujeres…… ellas se les brindan”.